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Por Luciano Sáliche
“Sus ojos tenían la frialdad de los de un pez
y parecían mirar a través de un medio viscoso que la envolviera
y la acompañara de modo permanente”
Yonqui, de William Burroughs
I
En la mitología azteca, no todos los dioses aceptaron sacrificarse para conformar el Quinto Sol y crear a la humanidad. El dios Xolotl escapó transformándose en un axoltl y escondiéndose en el río. Así surge la leyenda del origen de esta especie, como una criatura que nació a partir de la negativa al sacrificio. Puede leerse esa negativa como un acto justo de rebeldía frente a un orden que obliga a morir por otro ajeno y desconocido. Pero también puede leerse como un acto de egoísmo. “¿Qué es eso de dar la vida por los demás?”, habrá dicho Xolotl al resto de los dioses. “¡Váyanse a la mierda!”, y se tiró al río mutando en un huidizo y brillante axolotl.
El nombre español es ajolote pero la primacía azteca hizo que muchos lo sigan llamando en náhuatl, lengua en la que su nombre fue concebido. Y como un juego torpe y obvio del destino, hoy está en peligro de extinción. La humanidad, esa especie en la que se cagó el dios Xolotl, hoy lo está matando. Y no lo hace de formas simples.
En los 196 años que duró el Imperio Azteca, la meseta central de México estaba cubierta de una serie de lagos que, en momentos de mucha lluvia, se unían y formaban una gigantesca laguna de más de 60 kilómetros. Allí nadaban los axolotl como en un verano permanente y religioso que sucedía con la frecuencia de los cometas. Millones de criaturas sobre un espejo natural. No se conoce otro lugar en el mundo donde esta especie haya habitado. Es por eso que en México, es mucho más que una simple salamandra de agua. El Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de México dio un dato preciso: su población bajó de 600 por kilómetro cuadrado en 1998 a 10 por kilómetro cuadrado en 2008 y además manifestó -con ese gesto de emotividad- que “no solo será una gran pérdida para la biodiversidad sino para la cultura mexicana”. Cuando los científicos de la naturaleza hablan de la cultura hay que prestar atención.
II
Podría hacer aquí un largo texto de divulgación sobre las cualidades de la especie como que pueden regenerar naturalmente miembros de su cuerpo que fueron amputados o que detectan campos eléctricos y señales químicas que le sirven para cazar o escapar de un depredador pero mejor será detenerse en el cambio de su piel. Cuando están en su hábitat natural, son oscuros con pequeñas manchas negras, como un sapo mutante, un aspecto un tanto temerario; pero cuando están en cautiverio, son de color rosa y lo que generan es una ineludible ternura por la forma de su boca, como si fuese una enorme y alegre sonrisa. En esta dualidad contenida puede que haya una pista de su esencia. ¿Cómo puede un mismo animal ser tan asqueroso y bello a la vez?
El proceso se llama neotenia y pocos anfibios lo experimentan como el axolotl. Es una metamorfosis en el proceso de maduración sexual. No todos pueden hacerlo, el 90% que lo intenta muere. Como si la transformación fuera una propiedad selectiva, digna de los más aptos. Los que están en una pecera son de color rosa ya que fueron criados en cautiverio. Pero los que están en las aguas oscuras del Xochimilco son prácticamente negros, dando fe a su denominación de monstruos marinos.
En YouTube hay un documental que se llama El libro rojo donde un mexicano narra las especificidades de estos animales. El tono de la narración es calmo pero vertiginoso, como si estuviera relatando el ingreso de cuatro cazafantasmas a una mansión embrujada de Pennsylvania. “Pero además de las especies que habitan el Xochimilco, el mayor depredador es la especie humana”, dice la voz y las cámaras muestran a pescadores pobres con sombrero de paja intentando cazar alguno de estos bichos para comerlos. Allí hablan muchos biólogos y especialistas en el tema. Una vez más, la ciencia intenta generar conciencia.
Cuando Cetarti -en la novela Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued- entra a la casa de Córdoba de su hermano muerto (está cremado dentro de una vasija en el baúl del auto), todo era mugre y desorden. Cables enrollados, bolsas de consorcio, insectos disecados, escombros, guías telefónicas y, sobre la mesa, una pecera. “Era un pez extraño, con pequeñas patas y una branquias arborescentes que salían de la parte de atrás de la cabeza”, lo describe el narrador. No existe mejor imagen que describa a un axolotl en el siglo XXI próximo a la extinción: solo, inmóvil, muriendo lentamente, esperando que alguien llegue y lo salve. Algo imposible.
III
Hay un cuento de Cortázar que todo el mundo debe leer. Se llama Axolotl y está en Final del juego. El nivel de misticismo se vuelve intenso y es imposible de eludir. Un hombre va todos los días al acuario del Jardín des Plantes en París. “Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar”, dice el hombre cada vez más obsesionado. “Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl”, relata mientras su cara, pegada al vidrio, no dejaba de mirar los ojos dorados y sin párpados de los monstruos marinos en la pecera. Y de pronto entiende -las obsesiones nunca terminan bien-, entiende que el que estaba del otro lado del vidrio era él. En un rapto místico, intercambió su cuerpo con el de un axolotl. Y ahora pasa sus días dentro del acuario, sin poder de comunicarle a nadie lo sucedido, nadando con su nuevo cuerpo viscoso y rosado.
Siempre es fácil imaginarse dentro de la piel de un animal doméstico, como los perros o los gatos, incluso en los amaestrados como los caballos. Uno puede cerrar los ojos y sentir como la brisa de la mañana le peina el pelaje mientras galopa por la llanura. Pero, ¿cómo pensarse dentro de un bicho desconocido? ¿Qué tradiciones y antepasados cargan? ¿Cuántas evoluciones, cuántos períodos, cuantas eras? ¿Por cuántos hábitats han pasado para llegar aquí? ¿Cuáles son las más profundas expectativas de estos monstruos aztecas? Imagino que en la mente de los axolotl hay un permanente silencio con algunos ecos; algo así como un partido mediocre jugado sin público, un estadio con las tribunas vacías, donde los pelotazos, los gritos de los técnicos y los pitidos del árbitro no logran ganarle al permanente silencio. Imagino que para los axolotl la sensación de eternidad y finitud se concibe en un sonido ausente.
En un momento de la noche, mientras escribía este texto, cuando minimicé el Word y observé las más de veinte pestañas abiertas en el navegador pensé en los millones de axolotls en su época dorada. Época donde existían todos los lagos de la Meseta Central de México y en los períodos de precipitaciones fuertes se formaba lo que llamaron Gran Laguna Mexicana. Algunos, como el Xochimilco, eran de agua dulce, mientras que otros, como el Telxcoco, salobre, entonces se conformaba un gigantesco universo acuático bajo un espejo natural. Pienso en esa época -dentro de la larga historia de los axolotl como especie- como un momento histórico, donde estos monstruos marinos nadaban en un mundo creado para ellos y por los dioses, por la energía cósmica, por la naturaleza. Y pienso en nosotros, en la especie humana alfabetizada y racional, sumergida en el océano de la web, disfrutando cada gota digital de esta enorme pecera construida para nosotros como un paraíso intelectual y recreativo. En algún momento, como sucede hoy con el peligro de extinción de estas criaturas debido a que esa gran laguna mexicana ya no existe (muchos lagos desaparecieron y los que no, están encogiéndose y contaminándose cada vez más) la web tenderá a su autodestrucción. Como todo proceso histórico dorado, desaparecerá y sólo quedarán sus ruinas, nostálgicas y marketineras, para recordarnos que en algún momento las cosas eran distintas. Pero no ahora, recién estamos aprendiendo a nadar en la virtualidad, viviendo la gran laguna, sin saber que todo dura poco. ¿Qué pensará un axolotl cuando nos mira a los ojos?
Etiquetas: Axolotl, Carlos Busqued, Especies, Imperio Azteca, Julio Cortázar, Naturaleza