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Por Adolfo Francisco Oteiza
“Con nuevo atuendo visto frases viejas,
Trillando nuevamente lo trillado.”
W. Shakespeare
Aproximadamente tres de la tarde. Día domingo. Los domingos sin un buen plan suelen ser un embole o una resaca, más cuando no hay fútbol. Era primavera (creo que octubre). Estaba pelotudenado en la compu cuando un amigo viraliza en Facebook I am the walrus de los Beatles. Para salir del tedio le pregunto si no le pinta ir a tomar unos mates a las palmeras (sí, vivimos en la pampa húmeda y hay palmeras). “Te espero”, comenta. Al instante se suma otro amigo diciendo que vayamos yendo que él va en un toque. “Ya paso”, le digo. Mientras fumaba un pucho esperaba que calentara la pava para cargar un termo. Agarré un buzo y salí.
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Las palmeras es, digamos, un espacio público rutero donde se junta gente de Chivilcoy los fines de semana. Un ambiente heterogéneo. Hay desde familias que van a pasar la tarde, motoqueros de baja fusta, pelotas de fútbol, pendejos y pendejas que van a tomar mates, etc… hay un poco de todo, pero en armonía. Nadie jode a nadie.
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Toco bocina y me hace señas. Íbamos escuchando los redondos, riendo y hablando triviales boludeces. Nos llamó la atención la cantidad de patrullas que circulan la ciudad. No era la primera vez que lo notábamos, pero lo conversamos de forma pasatista. Llegamos a las palmeras y nos acomodamos en un lugar apartado. Tiré el buzo para utilizarlo de respaldo mientras mi amigo cebaba. Algún movimiento del sol y llegó el otro pibe, amigo de ambos. Hablamos un poco de todo. Fútbol, política, mujeres, los temas típicos que se pueden esperar en una diatriba de esa edad.
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De a poco la gente se iba yendo a sus casas o a dar la típica vuelta al perro (circular ocho cuadras congestionadas de la plaza céntrica de nuestra ciudad). Nosotros nos quedamos y hablábamos del Gauchito Gil y el misticismo popular de una forma muy profana, supongo. Ya iba cayendo la tarde noche y me puse el buzo lleno de pasto. “Mañana lunes”, pensé, “qué pijazo”. “Aguantemos un rato más”, dije.
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Solo quedábamos nosotros en el lugar. Estaba meando cerca del alambrado y mirando el lucero cuando un amigo le dice al otro: “Descartá la tuca a la mierda”. Cuando miro para atrás venían un patrullero y dos autos de civil. La tuca quedó a un metro de donde estaba nuestra comunión. La encontraron al toque (vieron el movimiento). Nos preguntaron si era lo único que teníamos, a lo que admitimos sin mentir que sí. Automáticamente pero educadamente nos pidieron los documentos y el papelerío pertinente de los autos, a lo cual accedimos con total naturalidad. Luego pasaron a revisar los autos en busca de alguna equivocación nuestra que les signifique un ascenso o una felicitación de su superior. Prácticamente los ayudamos en sus improvisadas pericias ya que sabíamos que más que la tuca con rocío en el césped no iban a encontrar. Creo que hasta saqué la rueda de auxilio, lo cual me molestó por la molestia misma. Mientras acomodábamos las cosas de los autos nos despedimos muy amablemente de los oficiales y prometimos en un rato regresar cada uno a su casa.
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Por ese entonces me debía leer por una promesa a mi viejo En la colonia penitenciaria de Kafka. Me fumé un porro y me lo leí. Al rato me llamó mi viejo y me preguntó qué interpretaba del cuento. Por supuesto no le comenté el hecho sucedido, pero sí comenté que en Kafka se debate toda la filosofía del S XX y XXI. Después discutimos la funcionalidad de las cámaras de seguridad en un pueblo como Chivilcoy. No nos pusimos de acuerdo.
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El rato que nos quedo conversado en las palmeras, luego de la intrusión, lo dedicamos a agradecer no haber sacado más cogollos de la planta y a solo llevar un faso. Mas también debatimos el atraso de la ley para con la costumbre.
Etiquetas: Adolfo Francisco Oteiza, Chivilcoy, Kafka, marihuana, Shakespeare