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Por Lucas Damián Cortiana
En su Tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia –escritor y crítico literario argentino- dice que “un cuento siempre cuenta dos historias”; la primera es el relato visible, el que aparece en primer plano, lo convencional y éste a su vez contiene al segundo relato, cuyo entramado se efectúa de manera disimulada, con prudencia, secretamente.
Los grandes cuentistas han sabido reformular lo procedimental en el tratamiento que supone contar ambas historias, la evidente y la oculta. Piglia asegura, desde los cuentos que hemos heredado, que en Poe, Hemingway, Kafka y Borges se pueden observar las distintas variaciones en el tejido de las dos historias y que cualquier anécdota cotidiana puede ser llevada hoy día al campo narrativo en que cada uno de ellos transitaba. Así, el método Poe “contaba una historia anunciando que había otra”; el método Hemingway “pone toda su pericia en la narración hermética de la historia secreta” y mediante técnicas de elipsis “logra que se note la ausencia del otro relato”, el visible; el método Kafka “cuenta con claridad y sencillez la historia secreta, y narra sigilosamente la historia visible”, invirtiendo los roles del cuento clásico. El caso de Borges dice en la tesis, “consistió en hacer de la construcción cifrada de la historia 2 el tema del relato.”
Para demostrar la teoría propuesta por Piglia (también serán llevados al campo de la pragmática distintos argumentos de Teun van Dijk y Roland Barthes), nos remitiremos al cuento “El Evangelio según Marcos” del libro El informe de Brodie (1970).
En este cuento, la historia visible es la de un joven estudiante de medicina, de nombre Baltasar Espinosa que, invitado por su primo Daniel, acepta veranear en Los Álamos. Borges utiliza el arquetipo que caracteriza muchos de sus cuentos: una ciudad bonaerense, principios de siglo XX, apariciones solapadas que remiten al imaginario gauchesco, a la pampa (“creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros”; “no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas”; “el capataz había sido tropero y no le podían importar las andanzas de otro”), elementos que en El informe de Brodie aparecen recurrentemente: “La intrusa”, “Historia de Rosendo Juárez”, “El encuentro” o “Juan Muraña” entre otros, sostienen esta teoría que propone Piglia, historias en los barrios porteños o ciudades bonaerenses, situadas temporalmente a fines del siglo XIX o en los albores del XX. Esta construcción es necesaria para Borges aunque él no la utiliza como enlace -sino que la considera “un género” en sí misma- con la situación que se torna en el centro narrativo y el que efectúa el viraje definitivo de la historia 1 a la 2: las lluvias torrenciales producen una inundación que aísla al joven con la familia que vive en la estancia, sin la presencia de su primo que había partido algunas horas atrás. Ése momento preciso en la vida de Espinosa es lo que Piglia llama “una escena o acto único que define su destino”. A partir de allí, las vacaciones, la estadía en la estancia, las lluvias, empiezan a percibirse como situaciones causales que llevan al hecho excluyente (la historia 2) a la que Borges sutilmente desea que nos detengamos: Espinosa y el vínculo que empieza a generarse con la familia que vive allí y el evangelio que recurrentemente les lee cada noche luego de la cena. Borges nos dice que la vida al completo del joven -que por una parte es digna de narrar-, lo ha conducido a esa instancia definitoria.
Van Dijk, lingüista neerlandés, en su libro La ciencia del texto (1983) centra su atención en las superestructuras narrativas, situando su mirada en las categorías disposicionales. Comprende que un texto narrativo debe cumplir con una primera característica o regla básica que es la de contar algo interesante. Para lograr ese objetivo, ese “criterio de interés” debe haber una “complicación” en el cuento. Borges cumple con este ítem. Lo que atrae la atención, juzgándolo como un problema es el confinamiento que padecen por la creciente del Río Salado. Como explica Van Dijk “esta complicación […], puede ser un suceso en el que no intervienen personas, como un terremoto o una tormenta”, siendo el caso que nos compete el ejemplo exacto, y más aún, como prosigue las personas deben estar implicadas en tal complicación ya que lo que debe primar son las acciones de los individuos, mientras “las descripciones de circunstancias […] quedan claramente subordinadas”.
La categoría esperable es la “resolución” que puede ser positiva o negativa. En este particular, la resolución consiste en esperar a que bajen las aguas, teniendo en cuenta que su familia, la que lo esperaba en Buenos Aires “ya sabrían por Daniel que estaba aislado”.
Pero si retomamos los conceptos de Piglia, quedarnos sólo con esta complicación y resolución, es en realidad creer que existe una única historia. La historia secreta presenta otra complicación que se pueden observar sólo a partir de supuestos, “qué hubiese pasado si…”. Entonces, es más fácil encontrar la resolución: el asesinato de Espinoza, mientras que la complicación se va dando en los acontecimientos velados del cuento: las similitudes del protagonista con Cristo y todo lo que les va leyendo del evangelio que los Gutres (el apellido de la familia) toman de manera literal y visceral.
A este respecto, el semiólogo francés Roland Barthes en su trabajo Introducción al análisis estructural de los relatos (1966), hace alusión (citando a los formalistas rusos) de “segmentos de la historia que se presentan como el término de una correlación”. En “El evangelio…”, estos segmentos prioritarios que se constituyen como unidad son, a manera de eslabones de una cadena, los sucesos que llevan al siguiente suceso de manera consecutiva y siguiendo un orden de aparición justificada: la invitación-la lluvia-la inundación-el aislamiento-las lecturas del evangelio-la fascinación de la familia. Todas estas son unidades irremplazables, ya que la ausencia de una de ellas cambiaría completamente el desarrollo y devenir del cuento, transformándole su esencia. En el cuento, estas unidades fundamentales traen consigo, además, situaciones que las sostienen y las acreditan: Espinoza acepta la invitación por la sencilla razón de que no tenía buenas motivos para decir que no aunque la idea en particular no fuera completamente de su agrado, motivado por la característica de ánimo que Borges describe al principio: “No le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él”. Algo similar sucede con la lectura de la Biblia, siendo esta una versión en inglés. Espinoza comienza a leerla “para ejercitarse en la traducción”. El alegato de Borges es ineludible y hay que rastrearlo al comienzo cuando casi al pasar comenta que el joven había estudiado “en el colegio inglés de Ramos Mejía”. Barthes postula que “algunas unidades tienen como correspondencia unidades del mismo nivel”, siendo los casos antes citados una prueba válida de ello. Si bien a nivel expositivo llevan consigo la premisa de ser aparentemente detalles que no presuponen jerarquías elevadas ni intervenciones sustanciales, son como aquellas que llamamos anteriormente “segmentos prioritarios que se constituyen como unidad”, es decir “funciones cardinales”. En palabras de Barthes, “para que una función sea cardinal, basta que la acción a la que se refiere abra (o mantenga o cierre) una alternativa consecuente para la continuación de la historia”. La lógica nos permite demostrarlo en modo condicional: si Espinoza hubiese sido un hombre dado a hacer valer su voluntad, habría desistido a la propuesta de su primo; si Espinoza no hubiese asistido a una escuela inglesa, no se habría interesado en la lectura de la Biblia que se encontraba en la estancia. Pese a ello, estas corresponden también a otra “clase de unidad, de naturaleza integradora” a la que el ensayista francés llama “indicios”. Para comprender cuál es su utilidad es necesario “pasar a un nivel superior, pues sólo allí se devela el indicio”. Esas premisas antes formuladas no tendrían sentido a no ser que tuvieran su correlato en la continuidad del texto y es allí donde descubrimos su provecho. Poseen la particularidad de ser implícitos, ya que sin estar especificados es posible hallarlos. Abundan indicios de este tipo en este cuento: Espinoza es estudiante de medicina y logra curar con unas pastillas a la corderita de los Gutres; otro: “con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito”, nos dice Borges como parte de una enumeración, a primera instancia poco significativa, pero al acontecer la ocasión decisiva nos trae a la memoria aquella adquisición bucólica del protagonista cuando menciona, “un pájaro gritó; pensó: es un jilguero”; otra más, “una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los martillazos de la fabricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran truenos”, nos remite a la última porción del cuento, “el galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz”. Todas ellas se encuentran en el mismo estamento, siendo unidades significativas a la vez que indicios propiamente dichos. La propiedad que prevalece es que estos deben ser descifrados, lo que significa que no todos los lectores, según su formación y conocimientos previos, podrán valerse del conjunto de información tácita de un cuento. Cuando Borges nos comenta que era un muchacho “sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio”, que “a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse” o que “se había dejado crecer la barba”, nos está dando pistas latentes sobre las similitudes que poseía con Jesucristo según lo mencionan las Escrituras, algo que será vital para la resolución del cuento. Los “indicios implícitos” se hayan en cercanía con los “indicios informantes”, con la salvedad de que estos últimos dan información explícita, datos puros, que nos permiten identificar personajes, lugares y tiempo. En el cuento que nos atañe, tenemos tanto lugar físico como fecha exacta del lugar y momento en que transcurren los acontecimientos: “la estancia Los Álamos, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928.”
Barthes comenta que “entre dos funciones cardinales, siempre es posible disponer notaciones subsidiarias que se aglomeran alrededor de un nucleo o del otro”, es decir, espacios donde las partes principales tiene su apoyo y en la que parece encontrar un descanso. Él las llama “catálisis” por sus características aceleradoras o retardatorias y también “parásitas”, pues existe y subsiste sólo por aquiescencia de las otras. En el cuento encontramos que entre las definiciones de Espinoza (algunas significativas como las ya nombradas menciones de su edad y carrera de medicina) y el momento crucial de la invitación de su primo, se asoman estas “catálisis” de “funcionalidad atenuada”: “veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires”.
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