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Por Federico Capobianco | Fotografía: Ezequiel Díaz
Son las cuatro de la mañana y Javier Russi abre los ojos. Sabe que es de madrugada porque no ve el sol asomarse por la ventana. Si estuviera se sentiría bien. Porque durmió. Pero esta noche no. Javier Russi se levanta porque no quiere estar acostado pegando vueltas. Y no quiere que las vueltas despierten a su mujer. Javier Russi va a la cocina y no sabe qué hacer. Confirma que son las cuatro de la mañana y se enoja. Está cansado. Javier Russi se sienta en el sillón a lo oscuro. No quiere hacer ni el mínimo ruido ni encender la mínima luz. Tampoco quiere que se despierten sus hijos. Quiere prepararse un café. Pero el sillón está en el living y en el living está el mueble con sus botellas. Javier Russi cree que un poco de whisky le va a servir para volver a dormir. La oscuridad no le permite encontrar los vasos. Javier Russi tantea las botellas porque tampoco las ve. La reconoce. Javier Russi abre la botella y bebe un trago. Se asquea. Nunca le gustó el whisky. Lo había comprado para cuando sus amigos lo visitaban. Por eso el trago le cae mal. Se descompone. Javier Russi deja la botella y vuelve al sillón. Cree que es mejor no tomar nada. Que es mejor quedarse en el sillón a esperar la hora del desayuno. Quizás se duerma de nuevo. Pero está más cerca del desayuno que de dormirse. Javier Russi piensa en el café con leche y el pan con queso que va a desayunar. Mismo desayuno que ayer. Piensa en el mate que va a prepararle a su mujer y en el yogur con cereal que va a preparar a sus chicos. Igual que ayer. Javier Russi sabe que aunque empiece a prepararlo ahora, con varias horas de tiempo, cuando sea momento de salir a la calle va a estar a las apuradas. Sin tiempo. Sus hijos van a llegar justo al colegio y él va a llegar corriendo al trabajo. Sin haber terminado su café y sin haber leído el final de la nota del diario que dice siempre lo mismo. Según el diario que lea. Javier Russi en el sillón se pone a pensar en qué momento desde que se levanta, cuando duerme y se levanta con el despertador, hasta que sale al trabajo es dónde se retrasa. Piensa: suena el despertador, lo pospone, suena a los diez minutos y se levanta. Su mujer se sienta en la cama pero no se levanta. Javier Russi va a la cocina, pone la pava eléctrica, la leche en el microondas que programa con tres minutos y va al baño. Se sienta en el inodoro. Javier Russi está todavía dormido como para hacer puntería. Se sienta, mea y se duerme por treinta segundos. Se despierta, se levanta del inodoro y se cepilla los dientes. Agarra su cepillo, le pone pasta, abre la canilla, moja el cepillo y empieza a cepillarse. Nunca, en ninguna de sus mañanas, cerró la canilla al cepillarse. Siempre, en todas sus mañanas, mientras se cepilla, se da cuenta que dejó la canilla abierta y le agarra culpa con el medio ambiente. Ahí sí. Cierra la canilla. Pero a los pocos segundos la vuelve a abrir para enjuagarse. Se enjuaga y se lava la cara. Se seca y vuelve a la cocina. Javier Russi tiene todos los movimientos estudiados y organizados. Cree que podría hacerlos dormido. Javier Russi llega a la cocina, abre el pequeño modular de donde saca una taza –su taza- y dos pequeños bowls. Los deja en la mesa y va a los cajones. Saca tres cucharas. Va a la alacena y saca los cereales, el café y el edulcorante. Javier Russi tiene unos kilos de más, por eso el edulcorante. Saca el pan lactal y acomoda todo sobre la mesa. Prepara el mate de su mujer y con la mano que le sobra agarra la pava. Pero deja el mate y vuelve a poner la pava a calentar porque el agua se enfrió. Volvió a tardar mucho en el baño. Activa la pava y va a la heladera. Saca el yogur bebible y el queso untable y los deja sobre la mesa. Cuando se sienta aparece su mujer con los niños. Los tres cambiados menos él, que sigue en calzoncillo y remera. Empiezan a desayunar. Acá hay un parate en el recuerdo. Entre el inicio del acto concreto del desayuno y subirse al auto a las corridas hay un vacío que no logra acomodar. Javier Russi en el sillón se enoja por siempre estar a las corridas. Si no pospusiera el despertador quizás llegue a horario sin apurarse. Pero siempre lo pospone.
Javier Russi sabe que después del desayuno y salir a las apuradas y dejar a los chicos en el colegio va a llegar justo a su trabajo. Javier Russi es profesor y tiene las primeras horas de la mañana. Javier Russi en el sillón recuerda que la mañana anterior tuvo unos minutos de changüí. Era el último día de clases de sus hijos y él tendría que tomar mesas de exámenes. Javier Russi sabe que las mesas de examen siempre se retrasan por temas administrativos. Por eso recuerda que esa mañana llegó puntual. Sin problemas. Además, en el colegio dejó a sus hijos y a su mujer por lo que tampoco esa mañana tuvo que preocuparse por ir a buscarlos. Su mujer se había pedido el día para poder estar con sus hijos en el último día de colegio. Javier Russi tenía ganas de estar pero le era imposible suspender la mesa de examen. Javier Russi sabe que esa mañana era la última mañana que sería de esa forma. A partir de mañana, desde las seis y media de la mañana, tendría a su suegra tocando timbre para cuidar a sus hijos. Quienes seguro dormirían hasta tarde. Por eso desde mañana, durante todas las mañanas de verano, tendría que desayunar con su suegra. Eso a Javier Russi no le molesta. Le molesta que va a tener que charlar en el desayuno. Javier Russi quisiera quedarse solo con sus hijos en esas mañanas donde no trabaja como docente. Pero Javier Russi, durante el verano, colabora en la ferretería de un amigo para cubrir las vacaciones de los empleados. Todo suma, piensa Javier Russi en sillón. Es el plus que los ayuda a tomarse unos pocos días a fines de enero. Para más no alcanza.
Javier Russi se acuerda que entró a la secretaría de la escuela y vio en las planillas que compartiría la mesa con otra docente a la que no soporta. Recuerda que se enojó pero que no dijo nada para no generar despelote. Javier Russi fue al salón, saludó a la otra docente y le preguntó cómo andaba con una sonrisa fingida pero no escuchó la respuesta. Se acomodaron e hicieron pasar al primer alumno. Rosas, dijo el alumno, quiero hablar de Rosas. Javier Russi aceptó. Pero Javier Russi en el sillón no recuerda casi nada de lo que el alumno dijo. Salvo por la parte en la que, acertadamente, el alumno dice que para Rosas el orden social se logra sin pasiones políticas. Javier Russi recuerda que en ese momento miró a la docente que lo acompañaba y por un momento creyó que Rosas tenía razón, pero Javier Russi tenía ganas de decirle a la otra docente que no la soportaba porque era una reaccionaria de mierda. Y que ella y Rosas podían chuparle bien la pija. Javier Russi recuerda que el alumno le dijo que Rosas utilizaba el terror para eliminar toda oposición. Entonces Javier Russi sacó a Rosas de la fila de chupadores y lo puso al lado de él, pensó en que si Rosas viviera le pediría que utilice el terror contra la otra docente y contra todos los docentes reaccionarios que había. Javier Russi recuerda que se enojó mucho. Y que no sabe cómo decidió preguntarle a su alumno por una carta que Rosas le había escrito a Quiroga por aquellos años. Quería ayudarlo y sintió que con eso el alumno sumaría puntos. Pero el alumno no supo responder. La otra docente dijo que eso era de suma importancia para aprobar. Javier Russi recuerda que no tuvo alternativa. Que tuvo que desaprobar al alumno, sino la otra docente se quejaría y era más fácil hacer volver al almuno en unos meses que pelearse con toda la burocracia berreta del colegio.
Javier Russi en el sillón recuerda que en el momento de desaprobar al alumno tuvo un quiebre profesional. Que sintió que la docencia no era para él, que prefería ser empleado de la ferretería en tiempo completo y olvidarse de todo. Llegar a su casa y no tener otra cosa en qué preocuparse. No leer más nada, no preparar más nada. No preocuparse por aprender más nada. Quería entregarse por completo a la automatización proletaria. Encima era diciembre y eso a Javier Russi lo desesperaba. Se venían los preparativos de las fiestas, los regalos, las despedidas, el balance. Javier Russi nunca pudo hacer un balance. O si lo hizo, fue exactamente igual a los años anteriores. Nunca tuvo demasiado para agregar ni nada para sacar. Siente que podría hacer un balance cada diez años y tampoco habría variaciones. Que todos los días serían como el desayuno, exactamente igual. A lo sumo algún desayuno de domingo. Pero más que eso no. Javier Russi sintió que esforzarse o no daría el mismo resultado. Pero que no esforzarse al menos le permitiría dormir; y para cuándo sea mediados de diciembre y suene el timbre y su suegra le diga “ya estás despierto”, él deje de responder que hace rato que se despertó.
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