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Por Luciano Sáliche
Escribir literatura implica dislocarse del presente para ofrecer una visión específica del mundo. Ya sea ciencia ficción, romance burdo, autorreferencia salvaje o versos radiantes, el escritor debe asumir su lugar de escritor y transformarse en esa voz que va y ve más allá de los hechos narrados. Pero, ¿cómo narrar sin tomar las pequeñas experiencias y anécdotas que lo moldean como sujeto? ¿A dónde meter esos miedos, esas obsesiones, esas victorias pírricas? “En la narrativa es difícil mantener esta pura autorreferencialidad; cuando se logra, es dudoso que el texto sea un relato en el sentido habitual del término. Más corriente es que la autorreferencia aparezca como un factor entre otros”, asegura Luis Galván en un paper de la Universidad de Navarra-GRADUN.
A fines del año pasado, la editorial Punto de Encuentro publicó País de Diego Fernández Pais y ahí, ya en el nombre, aparece un artificio: «País, se llama País, es decir soy yo con acento, y el acento vendría a simbolizar la mentira, la ficción», le dice el personaje central a una de sus pornostars que –ahora sí: evidenciando el artificio- lleva el mismo nombre que el autor. Pero le agrega después: “Todo está exagerado; sería imposible que me sucediera todo eso”.
¿Estamos frente a un diario íntimo, una crónica personal? Desde luego que no: la historia que esta nouvelle relata es la de un personaje que no carece de intensidad por llamarse Diego Fernández Pais. Al contrario, esa herramienta es utilizada con mucha lucidez para narrar la relación de los escritores con su patria (siempre en conflicto, siempre odiando y extrañando), el mundillo –por momentos farandulesco- de los literatos locales, el micromundo de las emociones del reconocimiento en la redes sociales, la relación entre la literatura argentina y la literatura española («Borges plantea que la literatura argentina puede definirse, sin riesgo a equivocarse, como un querer apartarse de la literatura española»), la cuestión sexual, algo de violencia de género, las apostillas de la seducción nocturna y algunas notas al pie sobre las drogas modernas.
País es el segundo libro de Fernández Pais –El Neorromanticismo (Alción, 2012) es el primero- donde pone una ametralladora silenciosa en la espalda del lector. Al principio los disparos se parecen más a un masaje estético que a una descarga asesina. Luego la intensidad de la novela comienza a fluir, aparecen nuevos personajes, nuevos teorías sobre la literatura, nuevas hipótesis y reflexiones, nuevas escenas, y ahí sí, las balas comienzan a penetrar la piel, a dañar el tejido, a preocupar al lector, a ponerlo incómodo, a mantenerlo en un estado de alerta sin posibilidad de fuga.
El personaje de País huye hacia España por un incidente con su ex novia y ese evento te permite pensar la relación de los escritores con su patria. ¿Por qué creés que es siempre tan conflictiva? ¿Notas, con el kirchnerismo, un cambio en esta relación?
Más que para pensar la relación de los escritores con su patria, ese evento, en unas pocas páginas, me permite justificar la presencia del personaje en el máster en Creación Literaria de Barcelona. Máster en el que, por otra parte, es cierto, el personaje se va a cruzar con un escritor como Rodrigo Fresán, que acusa haber huido del país porque los críticos literarios no sabían dónde meterlo, en qué saco, aunque ya desde entonces para los sudamericanos era un claro planetario (disputa luego sintetizada en la gauche divine), y a raíz de eso este protagonista que lleva mi nombre terminará elaborando una serie de teorías disparatadas en torno a la relación de los escritores con su tierra natal o por adopción. Respecto a la otra pregunta, la de si con el kirchnerismo cambió algo, sí, por ejemplo: el testimonio de los militantes del siglo XX dice que en épocas de ampliación del campo de batalla o de gran convulsión social, nadie quería irse de Argentina. El año pasado, en cambio, mientras yo estaba en Europa, todo el mundo quería acompañarme en el AVE a París, ninguno parecía contento de estar disfrutando del que posiblemente fuera el último año de gobierno de CFK, o por qué no extremar un poco el discurso y pensarlo como si posiblemente fuera el último año de gobierno peronista de la historia. Era mucho más fácil entusiasmarse con el nacionalismo popular desde allá, me fui solamente para demostrarlo.
En el libro establecés un paralelismo entre la literatura argentina y la española. ¿Cuál es tu relación con España? ¿Cómo surgió esta idea?
Como me voy tan rápido, tan sobre la hora y sin ningún proyecto previo al máster, de hecho llego un par de días más tarde, con las clases ya empezadas, el primer concepto que se me viene a la cabeza es el de que no hay memoria sin collage, montaje, edición; dicho de otro modo, el de que la memoria es siempre una ficción que construimos, en parte, y que nos construyen en otra gran parte. Yo escribo para que no me la construyan. De esa hipótesis arranco y me digo que es necesario anclar lo más posible a la novela a la realidad, al contenido del curso este que estaba haciendo, y en el que por supuesto volví a estudiar a los clásicos, al Siglo de Oro español, a fin de demostrar hasta qué punto puede uno mentirse a sí mismo y en simultáneo convencerse de que esa mentira es cierta por el sólo hecho de contener impurezas, fragmentos de verdad, de datos reales. Así es muy simple creerte un Alfa Romeo bárbaro. A España fui por primera vez a los catorce años con mi abuela. Un amigo vino un día y me dijo sí porque Franco, y en aquél entonces yo al único Franco que conocía era al compañero del colegio de mi hermano. Y ahí fue cuando aparecieron los escudos, los diplomas y los poemas franquistas de la familia, y también vinieron los viajes a Madrid, Andalucía, Barcelona. Tengo ocho apellidos españoles. Carezco de la ciudadanía comunitaria. Son refinados en materia estética pero no son tan graciosos como algunos escritores argentinos. Me refiero a los literatos. No había otro argentino de mi generación que conociera tanto la literatura española contemporánea como yo, acá nadie leyó a los pésimos novelistas José Ángel Mañas y Ray Loriga, quizás sea por eso que a esta historia me tocó contarla a mí.
País tiene una fuerte transgresión en lo que refiere a borrar la línea divisoria entre ficción y realidad. ¿En algún momento sentiste que se te podía ir de las manos o que podías irte demasiado hacia la realidad y quedar, por así decirlo, muy expuesto?
El verdadero upgrade en la calidad de mis textos se dio el día que descubrí que mi deber era escribir como si ya estuviera muerto. De pronto comprendí que recién ahí mi voz se volvía honesta, interesante. Sabía que eso iba a tener un precio, y que posiblemente perturbara mi vida social, pero las ganas de ser escritor fueron más grandes; de igual modo, exponerte, quedar con el culo al aire me parece inevitable. Por caso, el protagonista de El neorromanticismo se llamaba Diego Goldman, cuya biografía tenía poco y nada que ver con la mía, e igualmente los lectores tendían a confundirme con el personaje. No es que existe un Pais y un País, País es una versión inflada, caricaturizada de mí, pero nada más. Fijate que el personaje piensa que los niños son animalitos un poco más avanzados, y por eso mismo más peligrosos; yo no pienso eso. Me encantan los bebés, tengo una sobrina que me vuelve loco. O el tema de la violencia de género, sería incapaz de levantarle la mano a una dama. La espera del «tan ansiado ascenso social»; nada me importa menos. Ahora, cuando la francesa en el poema dice que el protagonista tiene tres corta-uñas en el lavabo, no lo puedo negar, ese soy yo; igual que cuando alguno por ahí dice que soy un genio. Otro de los escritores feos y exitosos con los que me crucé en el viaje fue Javier Cercas, y él también hizo algo similar en Soldados de Salamina, el protagonista lleva su nombre, es un periodista con aspiraciones a escritor, pero a nadie se le ocurriría pensar que el autor no está retocando al actor, ¿no? Bret Easton Ellis lo intentó en Lunar Park. En la ficción, su homónimo está casado con una modelo y es padre, mientras que en la realidad no estoy tan seguro de que haya sido así; lo que no quita que BEE me siga pareciendo un escritor bastante cheap. Quizás País tiene algo de diario íntimo, pero en tal caso es un diario íntimo menos parecido a Los diarios de Emilio Renzi, último libro de Ricardo Piglia, que al Dietario voluble de Enrique Vila-Matas. Lo perturbador en País es el planteo de que el pasado no existe, o al menos de que el pasado es plástico y de que no se lo puede aprehender fehacientemente. Aparte imaginate que mis profes jodían mucho con el tema de laburar la figura del autor. Aconsejaban incluso inventar en las entrevistas. Entonces todo lo que allá me festejaban acá de repente se convertía en un escándalo, sonaba pretensioso. Ya lo aprendí. Mi proyecto no es seguir escribiéndome en público. Puse tanto el cuerpo porque era consciente de que lo iba a hacer una sola vez en la vida. Para reírme de los delirios biográficos propios y ajenos.
Si bien tus dos novelas fueron escritas bajo la existencia de Internet, ¿cuánto te influye y te ayuda y te perturba a la hora de escribir?
Es una gran herramienta: en comparación con la máquina de escribir, la PC disparó la calidad de los textos literarios que se producen, ahora se puede trabajar en serio sobre un libro, formatearlo, y encima con Internet es cada vez más fácil recabar información, corregir, contrastar. Mientras escribía El neorromanticismo, si bien ya había tomado conciencia de la importancia de la web, todavía era un mero voyeur, no participaba en ningún foro. Y en cuanto la tuve lista me metí fundamentalmente para promocionarla. El fin último siempre es el objeto libro. A País en cambio ya sí la escribí con una vida virtual activa, y la tarea de armar la novela básicamente consistió en recuperar y reescribir información vieja, que de algún modo había pasado por mis manos. Internet puede llegar a ser la compañía ideal, fuente de muchas alegrías y experiencias, pero también de paranoias y malos ratos. Para mí entrar a Facebook es como entrar a la pista de baile de un boliche. Respecto a la pérdida de tiempo no le puedo echar la culpa. No hay literatura sin pérdida de tiempo.
“Me pusieron más de 30 megustas, número para nada desdeñable”, dice el personaje en un momento. ¿Cómo ves la cuestión del reconocimiento y el prestigio en las redes sociales teniendo en cuenta que muchos agentes del campo literario se autoconstruyen de esa manera?
Es gracioso porque en el fondo uno no es imbécil y más o menos intuye lo que hay que hacer para parecer simpático, pero es como si ya no me apeteciera. Lo hice cuando era más chico, trabajaba de RRPP en un boliche cool, repleto de tías follables, sin embargo es como si de un día para el otro me hubiera importado un pito ser moderno. Por otro lado, en las redes sociales se considera indecente tener éxito, en cuanto uno levanta demasiado la cabeza inmediatamente se la cortan, recortándole la cantidad de megustas. La misma plaga igualitaria que envenena a toda la sociedad posmoderna. La web 2.0 es caldo de cultivo para los revanchismos y las fraternidades entre los que pierden afuera de la computadora. Viceversa: al que tiene éxito en el mercado de la materia se lo castiga en nombre de la causa justa, hay que hacerle pagar la notoriedad excesiva. Mi vieja publica la foto de un mueble o «qué días más hermoso» y le clavan treinta megustas. Una vez escribí que esquivar megustas también debía ser un talento. La pregunta capital es: ¿qué mierda twittearía un Céline? Murena confesaba escribir para perder lectores. Y en la literatura, como en la Biblia, el que pierde gana.
Como en la vida, en la novela la sexualidad ocupa un lugar transversal. ¿Por qué creés que el sexo modela de una forma determinante nuestra identidad?
Por la única razón de que todavía seguimos empantanados en el psicoanálisis (discurso psicobolche por excelencia del siglo XX), el populismo lacaniano y cosas patéticas por el estilo. El sello propio de la sexualidad en mis novelas es que el corazón está ausente. Aparte, se trata de una sexualidad insulsa, casi sin inocencia. Y la conclusión es directamente warholiana: cuando la seducción se convierte en un fin en sí mismo, el sexo se vuelve imposible. Lo cierto es que mientras la escribía la puse un montón. Otra vez traté de representar el placer, de hacerme eco de esas emociones, pero ya sabemos que es una tarea tan compleja como explicarle al médico los síntomas de una enfermedad.
¿Disfrutás más de leer o de escribir?
Los considero actos inescindibles. Por ejemplo, yo no puedo escribir, ni siquiera responder a una entrevista como esta, si no tengo mi biblioteca a disposición. Me encantaría pero no puedo ser ese poeta romántico que se sienta al lado del río y les regala un par de versos espontáneos a las parejas de turistas. Hasta para componer un poema necesito leer previamente. Mi método se parece mucho más al de un repostero, no es posible cocinar la torta sin la harina, los huevos, el horno, etc. De modo que leer resulta siempre más accesible, mientras que la escritura ya demanda otro nivel de compromiso; para meterme a redactar una novela primero tomo muchas notas. Luego, tengo que estar bien convencido de que me quiero encerrar ahí por un largo tiempo. Hay veces que digo yo debería escribir algo sobre esto, sobre tal tema, pero luego pienso en los medios y nadie estaría dispuesto a publicar el laboratorio de catástrofes de las reflexiones de mis días en blanco y negro.
¿Qué le recomendás hacer a alguien que nunca leyó un libro?
Que primero viva mucho. Que antes de encerrarse a leer viva mucho porque la vida del lector es muy solitaria y sedentaria, y si antes no acumulaste millas puede mover al resentimiento. Para conectar con un libro, una de dos, hay que estar muy relajado o muy deprimido. De lo contrario es al vicio, ni lo hagan, ¿para qué?; dichosos de aquellos que se conforman con el mundo. A todas las minas lindas de la pequeña burguesía con las que suelo acostarme, cuando me piden algo para leer, les recomiendo a Romina Paula, y te puedo asegurar que no falla. Hagan la prueba. Y a los tipos les recomiendo mis libros porque, además de un desborde de acción y testosterona, son una verdadera puerta de acceso al fascinante mundo de las letras.
Etiquetas: Diego Fernández Pais, Literatura
[…] leí la novela, me interesó, y lo que sentí en el fondo es el deseo de vengar eso que dije en una entrevista que me hiciste hace tiempo en Polvo: que la memoria es siempre una ficción que construimos. Quise […]