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Por Luciano Sáliche
I
Hay una épica del sufrimiento. No sólo en el Vía Crucis de Jesucristo, en el Holocausto o en los centros clandestinos de detención de la última dictadura argentina, la historia de la humanidad está atravesada por el sufrimiento. En 1887, Frederick Nietzsche escribió Genealogía de la moral: un escrito polémico -hay que decirlo: además de tener buena prosa, sabía titular con la lógica del impacto periodístico- donde planteaba una serie de interrogantes respecto a la pena y la culpa tematizados en la cultura europea y cristiana. “La historia principal, real y decisiva, que ha determinado el carácter de la humanidad se ha dado ahí donde el sufrimiento ha sido virtud, donde la crueldad ha sido virtud”, dice en el libro desprotegiendo las definiciones de índoles histórica y moral de lo bueno y lo malvado.
¿Qué es el sufrimiento en la vida? ¿Tiene que ver con la ejecución de la crueldad del mal sobre el bien o es parte de la esencia humana tan contradictoria y arrebatada? Para el maestro de la sospecha, el sufrir es un hecho inevitable pero situar a la vida como el lugar del sufrimiento para luego confiar, tras la muerte, en el más allá, en la otra vida, la paz y la tranquilidad significa negar los instintos; y eso no es otra cosa que temerle a la vida. Por eso, para Nietzsche, la forma de enfrentar el miedo a lo desconocido, a la crueldad del mundo, a la caótica esencia de la naturaleza es mediante la voluntad de poder. Este concepto no tiene que ver con una ambición ciega y desmedida de conquista biológica -como interpretó Alfred Bäumler en el seno del nazismo- sino con la fortaleza de asumir la intrascendente vida humana siendo capaz de luchar por la libertad, repudiando la debilidad y la esclavitud. Es esa fortaleza la que se expone en El Renacido, la última película de Alejandro González Iñárritu, protagonizada por Leonardo DiCaprio.
Un grupo de cazadores que recolectaban pieles para el frío se mueven en un desolado y polar Estados Unidos de principios del siglo XIX. El contexto histórico es lo que se llamó Compra de la Luisiana -un distrito del Virreinato de Nueva Francia en América- donde el Gobierno francés comandado por Napoleón como Primer Cónsul le vendió tierras, hoy Dakota del Sur y Dakota del Norte, a los norteamericanos. La naturaleza humana que se muestra es desmedida y descarnada, el instinto de supervivencia es brutal, el frío corroe los huesos, y el hambre, las entrañas. El hombre blanco recorre un mundo donde el peligro arde por la ferocidad del clima y los animales salvajes, pero también por las tribus aborígenes que tienen la misma sed de venganza que él, porque no hay respeto o, mejor aún, el respeto es algo tan enorme que cualquier acto lo daña, lo falta, lo destruye.
II
Si Svetlana Aleksiévich sintetizó la Segunda Guerra Mundial con su título La guerra no tiene rostro de mujer, cabe entonces la pregunta ingenua: ¿cuál es el verdadero rostro de la guerra? González Iñárritu parece haber soñado noches enteras con una batalla campal de sangre y amputaciones bajo un cielo precioso porque desde el primer nudo narrativo se muestra la violencia extrema de un enfrentamiento a vida o muerte. Es así como escapa este grupo de norteamericanos de una emboscada aborigen, matando y muriendo, primero por agua, luego por tierra. Si la guerra es la lucha organizada de hombres contra hombres, ¿cómo llamar a la guerra espontánea entre el hombre y la naturaleza? Leonardo DiCaprio se enfrenta a un oso pardo en una de las mejores y más realistas escenas de violencia del cine contemporáneo. Aún así sobrevive y sus compañeros lo cosen, lo reconstruyen -con una tecnología excesivamente precaria pero no por ello menos efectiva- y lo cargan hasta un callejón sin salida. El frío y la pendiente de la montaña hacen que su grupo lo abandone. Inmóvil y dolorido, quien debía cuidarlo mata a su hijo en su cara y lo deja morir en una tumba a medio cavar. Pero no muere, sufre, sufre mucho, pero no muere. ¿Por qué? Es aquí cuando aparece la dualidad humana frente a la tragedia: ¿Qué camino tomar cuando el trunco azar de la vida nos deja tirados en el fondo del barro? ¿Existe el perdón, el tiempo de llanto que todo lo cura, la resignación piadosa en una situación semejante? El resentimiento puede ser el motor más poderoso pero hay algo más: venganza, dulce y enceguecedora venganza.
El Renacido es un viaje por lo profundo del deshielo en pleno amanecer con una descompostura leve pero permanente. El instinto de supervivencia de Hugh Glass -el personaje que interpreta DiCaprio- lucha contra cualquier adversidad de una forma tan descarnada, violenta, dolorosa e impresionable que el malestar adquiere la forma de un hilo conductor, es por eso que en sus dos horas y media la película juega a incomodar. Pero ese sufrimiento permanente está anestesiado por los paisajes más espectaculares que este insignificante y diminuto planeta posee. Crepúsculos tomados con mayor potencia que cualquier National Geographic son el fondo de pantalla de una pelea que deja hermosas manchas de sangre sobre la nieve. Puede que el buen uso de la fotografía del film sea destacable, pero hay algo más que eso. El sufrimiento que se narra, la épica de un hombre con una voluntad de acero donde inmensos cielos envuelven la historia desde arriba y preciosos suelos lo hacen desde abajo.
III
“El carácter no puede desarrollarse cuando hay tranquilidad”, decía la escritora socialista Helen Keller alegándole al mundo una esencia caótica y desprolija. A diferencia de lo que argumentan muchos socialdemócratas contra el comunismo asumiendo que este tiende a creer en un mundo de fantasía donde prima la solidaridad, el socialismo científico por el cual tanto se rompieron la cabeza Karl Marx y ese grupo bolchevique que tiró abajo el zarismo en la Rusia de comienzos del siglo XX establece que tanto la humanidad como la naturaleza son extremadamente violentos. ¿Hay forma de organizarse en pos de vivir en armonía? Desde luego que sí, pero no existe esa pregunta para un hombre de montaña del siglo XIX mientras escapa de tribus aborígenes y de la gangrena que pudre lentamente su cuerpo buscando al asesino de su hijo.
Las preguntas que no se hace Glass aparecen acá: ¿para qué tanto daño, tanto esfuerzo, tanto dolor? ¿qué sentido tiene sufrir tanto? ¿existe la recompensa que lo justifique? “El cultivo del sufrimiento, del gran sufrimiento… ¿acaso no saben ustedes que sólo este cultivo ha producido hasta ahora toda mejoría del hombre?”, escribe Nietzsche en Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro (1886) respondiendo las preguntas; y en El Anticristo, maldición sobre el cristianismo, dos años después: “Se osó llamar virtud a la compasión, mientras que en toda moral noble es considerada como debilidad”. Acá aparece la otra cara del padecimiento, la tierna, la piadosa. Cuando por fin Glass llega a destino y lo recibe el capitán Andrew Henry, no le alcanza con que le brinden su compasión (“Lástima a nadie, maestro”, decía Maradona). La recompensa no puede ser sólo el reconocimiento de sus pares sobre el martirio recorrido, no puede bastar con la mirada seca de la misericordia, porque la voluntad de poder tiene que ver con otra cosa, con la construcción del honor propio.
DiCaprio sabe de esto. Fue nominado cuatro veces al Oscar (tres como Mejor Actor, una como Mejor Actor de Reparto) y sin embargo jamás logró ganarlo. ¿Alguien pone en duda sus capacidades actorales e interpretativas? En una época donde las redes sociales y la excesiva mediatización de la vida exigen suplir ese deseo que Jaques Lacan definió como “ser el objeto de deseo del otro”, ¿cuánta compasión ha recibido DiCaprio en estos últimos años donde la institucionalización de la crítica como puente -algo averiado y, por supuesto, contradictorio- entre el entretenimiento y el arte es el resultado del Oscar? Cuánto invade al actor el juicio del resto en su trabajo artístico es una discusión larga, astillosa, que siempre se posiciona injustamente a favor del resultado. Sin embargo, antes de que El Renacido apilara doce nominaciones al Oscar, se barajaron dos posibles protagonistas: Christian Bale y Sean Penn. ¿Era Leonardo DiCaprio la mejor opción? En esos primeros planos donde desespera, sangra, escupe, segrega saliva y la cara se le llena de tierra, lágrimas y mocos la respuesta pareciera ser una afirmación rotunda.
IV
“Sonriamos para hacernos de un espacio / sobre la mórbida gracia de la naturaleza”. Los versos son de Ezra Pound, alguien que conoció de cerca la crueldad humana, no sólo porque la padeció tras ser condenado por traición e internado en un psiquiátrico por haber apoyado a Mussolini, sino porque comprendía la tiranía del mundo, y de alguna manera, jugaba a ejecutarla. ¿Es posible hacerse espacio entre la naturaleza? ¿La humanidad es entendida como parte ajena al universo natural o es parte del mismo sólo que vive bajo el lenguaje de su especie? DiCaprio no se hace estas preguntas, no se cuestiona la moralidad de sus actos. Cuando se mete desnudo dentro del cadáver de un caballo para no morir de frío queda más que claro. Pero, ¿por qué sonreír para hacerse lugar? La sonrisa puede denostar alegría pero también cinismo, dos estados de ánimo que la naturaleza no posee, básicamente porque la naturaleza no siente, es. En El Renacido no hay humor y es ese el manto con el que González Iñárritu envuelve a los personajes: una seriedad tan extrema que ahoga y asfixia a un espectador inocente. La película obliga a meterse adentro del cuerpo, no del caballo muerto, sino del humano vivo, Hugh Glass, que es Leonardo DiCaprio, que sufre el frío, la pérdida, la persecución, los golpes y sin embargo no se pregunta por qué. Sabe que el motivo es más que suficiente: calmar el dolor, el resentimiento, la ira. ¿Vislumbra el objetivo? Por supuesto, por eso no repara en el camino, en el medio, va directo a buscar a su presa, a ese individuo que dañó su vida. Y es en ese camino de venganza, en el cultivo del sufrimiento, donde se da -como dice Nietzsche- toda mejoría del hombre. La voluntad de poder, la superación, la autorrealización… la transformación en un Übermensch. “¿Para esto viniste a buscarme? Será mejor que lo disfrutes”, le dice John Fitzgerald (Tom Hardy), el asesino de su hijo, cuando está siendo duramente golpeado por Glass, una vez que lo encuentra. ¿La venganza calmará su dolor? Quizás, pero no lo suficiente. Lo importante fue el camino recorrido, que nadie pudo obstaculizar su verdadero objetivo. La épica de un hombre que sufrió –el logro de González Iñárritu fue estetizar ese sufrimiento- y venció transformándose en todo lo que cualquier humano desea cultivar: coraje y determinación.
Etiquetas: Alejandro González Iñárritu, Alfred Bäumler, El Renacido, Ezra Pound, Frederick Nietzsche, Helen Keller, Karl Marx, Leonardo DiCaprio, Oscar, Svetlana Aleksiévich, The Revenant
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