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Por Luciano Sáliche
Si se puede leer al holocausto judío, como indicó Theodor Adorno, como el gran fracaso de la racionalidad de Occidente entonces estamos hablando de un modelo de sociedad que dictó su propia sentencia al encontrar su punto cúlmine en la aniquilación de una parte de sí misma. Se ha escrito mucho sobre la cuestión judía, incluso más sobre la representación de Auschwitz pero no tanto sobre el papel de la religión. ¿Hitler era un ferviente católico? No precisamente. Su plan de acción era poner a la Iglesia a disposición del Nazismo, y no al revés. Cuando en 1935 se creó el Ministerio de Asuntos Eclesiásticos, Hanns Kerrl, quien estaba al mando del organismo, sostuvo que “el nacional socialismo es un catolicismo positivo”. Todos los sabemos, el carácter de positividad tiene que ver con cierta alegoría y celebración, incluso con una esperanza explícita. ¿Era la religión, según la mirada del nazismo, una llama de esperanza en el mundo?
El teólogo español Andrés Torres Queiruga dice que la religión y la moral van de la mano, que “las normas son traducciones de esa intención global, y varían según los contextos culturales, sociales e históricos. A veces pueden parecer contradictorias entre sí e incluso provocar aberraciones. Pero, a pesar de todo, esas morales ‘religiosas’ constituyeron la gran escuela de la educación humana”. ¿Acaso el papa Francisco, cuando le habla a los jóvenes y les dice que «la felicidad no es una aplicación que te podés descargar del teléfono», no está llevando a cabo, desde su carácter de líder religioso, una educación moral? Desde este punto de vista, las religiones parecen ser imprescindibles. Instituciones concretas que apoyan, contienen, educan, predican. La pregunta sobre su existencia no es más importante que la pregunta por su identidad, más aún cuando el catolicismo fue perdiendo terreno frente al avance de “religiones alternativas”.
En 2014, un sondeo del Pew Research Center mostró una pendiente descendente en el catolicismo. Entre 1970 y la actualidad, sus fieles pasaron de representar el 92% de la población al 69%. ¿Hacia dónde huyen? En los 70 los protestantes eran el 4% del mundo y hoy son el 19%, producto del auge de las iglesias evangélicas en América latina. Además, hoy los ateos y agnósticos representan un 8%. Sin embargo, estos datos hablan más de una mutación en el mapa religioso que de religiosidad ausente en las personas. Pero desde que la geopolítica tomó un rumbo diferente a partir de la clara presencia del Estado Islámico en la cartelera de “los más buscados”, los atentados en nombre de Alá y la primavera árabe como síntoma de diferentes pueblos que se revelaron frente a sus dictadores ocasionales, el Islam empezó a hacerse escuchar en Occidente. Pero dejando de lado esa broma de YouTube donde un hombre con turbante se para frente a algún distraído, deja un bolso a su lado, esboza algunas palabras en un indescifrable idioma árabe y sale corriendo provocando el pánico de los que están cerca, la cuestión es compleja.
Y una vez más es la literatura la que tiene la agudeza suficiente para desdramatizar y mostrar lo que verdaderamente importa: cómo imaginar un mundo donde es otra la religión que construye la moral que nos educa. El año pasado salió Sumisión de Michel Houellebecq, una novela atravesada por el destino: su publicación coincidió con la fecha exacta (7 de enero de 2015) del atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, donde murieron 12 personas. ¿Casualidad? Se podría decir que sí, aunque siempre cabe una ínfima posibilidad que algún autor intelectual de Al-Qaeda haya obtenido la novela semanas antes y haya realizado una mala lectura al respecto. Posibilidades.
Cuando Sumisión salió a la luz, y al calor de los hechos sucedidos, muchos catalogaron al escritor como islamofóbico, es decir, un racista. Siendo Francia el país con mayor población musulmana de Europa, lo que realiza esta novela de 281 páginas es intentar pensar otro mundo posible (más cerca de la predicción que de la ciencia ficción): un musulmán es elegido Presidente democráticamente en el año 2022. Tampoco parece tan difícil ya que, según se narra en la historia, la agrupación Hermanos Musulmanes se une a la izquierda socialista para ganarle al candidato del Frente Nacional. El personaje principal es un profesor universitario llamado François que empieza a notar que su vida no lleva a ningún lado. Obsesionado con el objeto de estudio de su vida (el escritor francés Joris-Karl Huysmans) intenta entender lo que sucede en esa conflictiva y cambiante Francia, dialoga con diferentes amigos, asiste a eventos, charla con la autoridad de la Universidad en la cual él daba clases y le ofrecen algo concreto: volver, pero convertido al Islam. Él lo medita bastante y luego de una estancia en un monasterio católico intentando reafirmar su fe, decide aceptar la propuesta. Pero hay más cambios: las mujeres ya no usan pantalones ni minifaldas, tampoco se dedican al mercado laboral; ahora viven en sus casas con sus maridos, quienes tienen derecho a tener varias esposas. ¿Una cultura machista? Bueno, Houellebecq no lo plantea en estos términos porque claro, esa sería una lectura obvia, aunque no cabe duda que hay algo de eso.
Cuando François comienza a hilvanar el nuevo presente, entiende que “Europa ya se había suicidado hace mucho” y que “la cristiandad occidental ha sido una gran civilización”. Logrando escapar de la trampa de la coyuntura y situándose en un punto arquimédico (por fuera de la historia) lo comprende: “La cumbre de la felicidad humana reside en la más absoluta sumisión”. ¿O no es acaso la educación moral que imparte toda religión un mapa de comportamientos y estados de ánimo que orienta a la humanidad en el sinsentido de la vida?

«Sumisión» de Michel Houellebecq
La propuesta de Houllebecq es concreta y redentora: imaginar otro mundo posible. Y dado el contexto, no parece tan radical. Es incluso más probable que lo que quiso hacer Wilhelm Emmanuel von Ketteler en 1864 cuando publicó La cuestión Obrera y el cristianismo intentando llevar a la Iglesia hacia un catolicismo social. Este carismático Obispo de Maguncia sabía que con realizar algunas reformas concretas no alcanzaba, había que establecer una nueva concepción del Estado que se oponga al individualismo liberal y al totalitarismo estatista. ¿Una revolución sistémica donde la religión propicie las herramientas del cambio? Suena interesante. Sin embargo, 151 años después, el escritor francés -autor de grandes obras como Las partículas elementales y Plataforma– dibuja un territorio ficcional donde el Gobierno del musulmán Mohammed Ben Abbes está al mando del Estado y las costumbres del Islam son las que empiezan a instalarse en toda Francia.
“Trotski había tenido razón frente a Stalin: el comunismo sólo podría triunfar a condición de ser mundial. La misma regla, advertía, valía para el islam: sería universal o no sería”, dice la voz del Houllebecq ensayista que utiliza la ficción como excusa para descifrar este extraño presente. ¿Y qué lugar ocupan las mujeres? “Si la especia humana está en condiciones de evolucionar se debe a la maleabilidad intelectual de las mujeres. El hombre, en cambio, es rigurosamente ineducable”. La sexualidad es un elemento clave en toda su obra, y más aquí, ya que la dependencia masculina al sexo lo vuelve un ser tosco y básico, mientras que la feminidad juega desde otro lado, más complejo. La pregunta que queda boyando al finalizar la novela es sobre la posibilidad de este escenario en el mundo de lo real. Tras los ataques a Charlie Hebdo y la radicalización de las formas de expresión que han tomado muchos grupos pro islam sumado al racismo recrudescente en los países europeos, todo indica que es complicado, muy complicado, más nunca imposible.
Sumisión
Michel Houellebecq
Anagrama (2015)
281 páginas
Etiquetas: Charlie Hebdo, Francia, Hanns Kerrl, Islam, Literatura, Michel Houellebecq, Sumisión, Theodor Adorno, Wilhelm Emmanuel von Ketteler
[…] de características negativas o positivas, pero esa ya es otra historia, que tiene que ver con la capacidad de pensar la otredad. Y por otro lado, está la definición del estereotipo como el deseo de ser algo o alguien: […]