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Por Horacio Bonafina
Es difícil seguirle el ritmo a Ulises. No sólo es un desafío para mí o mi mujer como sus padres sino para todos, también para sus juguetes. Por ejemplo, él tiene un almohadón con forma de búho que lleva a todas partes y que necesita incluso para dormir. Tuvimos que comprar varios de los mismos, una cuadrilla de búhos, que se van turnando para cumplir con los requerimientos del tirano mientras vamos zurciendo la tela o metiendo en el lavarropas a los que quedan fuera de combate. La especialidad de Ulises es el lanzamiento de búhos, de hecho en el jardín señalaron su destreza para revolearlo lejísimo; una vez, por ejemplo, lo tiró con absoluta precisión arriba de una cinta transportadora de valijas en un aeropuerto y yo tuve que rescatar al búho haciendo acrobacias entre los pasajeros y sus pertenencias mientras él no paraba de reírse de la situación.
Es difícil seguirle el ritmo, se la pasa siempre corriendo, gritando o dando vueltas carnero arriba de la cama. Estando de buen humor o enojado, no para un segundo. Es algo característico en él. No se detiene ante nada y deja una estela de caos en forma de stickers, bloques de encastre, plastilina y rompecabezas a su paso. Tiene temperamento, cuando algo no le gusta demuestra su enojo tirando al suelo lo que tiene a la vista y, cuando se lo reta, en vez de amedrentarse, te enfrenta a los gritos o cachetazos. Es un chico que de adulto será o un gran hombre o un gran criminal, como dijo el padre de Ernst Lanzer -el famoso paciente rattenman de Freud-, sobre su hijo. Por eso ante este escenario en donde las fuerzas del mal y del bien tienen similares chances de prevalecer, me resultó tranquilizador que se haya ido volcando hacia los héroes de historietas. Superman, Ironman, Hulk y todos los conocidos, él los tiene siempre bajo su órbita: O pidiendo videos de ellos en YouTube o jugando con muñecos o inventando cosas que los referencian (el ruido que hace Wolverine cuando saca las garras o llevarse las manos a la frente imitando la máscara de Batman).
Esa misma intensidad superheroica fue la que hoy determinó que en una excursión llena de precipicios a las cascadas en el Pailón del Diablo, Uli se entusiasmara mojando en una bajada de agua a un muñeco chino ya todo gastado y sin pintura de Spiderman y, con absoluta determinación, pasara un segundo después de que el momento quedara registrado en foto a lanzarlo por fuera del camino de tierra haciéndolo caer unos quinientos metros abajo por entre la vegetación y quizás hasta el agua. Esa fue, por supuesto, la última misión del hombre araña. Uli no dijo cuál fue el motivo de ese final para su juguete pero estuvo claro que hubo alguno cuando nos descubrimos como padres más preocupados que él por su muñeco. Le explicamos que ya no iba a volver pero no se mostró angustiado por el hombre araña, sólo dijo chau, ania y siguió paseando como si nada. En definitiva tenía razón para estar tranquilo: Spiderman no se perdió de forma tonta en un taxi o en un supermercado, tuvo un final digno, heroico, cumpliendo algún tipo de misión secreta en Ecuador que Uli nunca va a revelar. Y entender eso también nos tranquilizó a mi mujer y a mí como sus padres, hay que reconocerlo.
Etiquetas: Hijos, Horacio Bonafina