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Por Fabián Flores
Con apenas 35 años, Pablo Piovano se convirtió en uno de los referentes de la fotografía documental en la actualidad. Premios y exposiciones en México, Estados Unidos, Francia, Italia y Alemania revalidan este título.
Su trabajo, “El costo humano de los Agrotóxicos” llega a la Fotogalería 22 en el Museo de Artes Plásticas «Pompeo Boggio» de la ciudad de Chivilcoy, en plena pampa sojera. Con toda la potencia, fortaleza y conmoción, las imágenes son la prueba más acabada de las consecuencias que el capital concentrado está provocando en la salud de los habitantes rurales de varias provincias del territorio argentino.
Varios medios alternativos, La Red de médicos de pueblos fumigados, el trabajo de algunos compañeros como Álvaro Ybarra Zavala, Silvina Heguy y Darío Aranda, la labor de médicos y científicos que comenzaron a ver la casuística de las localidades rurales afectadas fueron algunos de los caminos que llevaron a que Pablo Piovano dejara su escritorio en Página 12, medio en el que trabaja desde sus 18 años, y emprendiera varios viajes, que en un total de casi 15.000 Km. le cambiarían su vida y su carrera profesional.
Esa red de comunicadores fue la catapulta para llegar a Basavilbaso, en la provincia de Entre Ríos y ponerse en contacto con Fabián Tomasi, una especie de guía y testimonio vivo de lo que estaba pasando en esos sitios. Luego vinieron nuevos viajes a Misiones y Chaco, que confirmaron el panorama aterrador que hizo que Argentina, desde mediados de la década del 1990 se convierta en “un territorio de experimentación” en el uso de agrotóxicos, especialmente el glifosato de Monsanto.
¿Con qué te encontraste al llegar a esos territorios?
Con realidades distintas. San Salvador, por ejemplo, fue un lugar que me llamó mucho la atención por la cantidad de casos que se repetían; lo mismo ocurría en Misiones con las malformaciones.
Una persona me dio un listado de los habitantes del lugar que podrían estar afectados por los agrotóxicos, y me lancé a la búsqueda familia por familia.
Me sorprendí por los casos y por los datos en off, por ejemplo de las mujeres que abortan, de las cuales no hay datos estadísticos, pero si vos hablás con ellas te das cuenta que esa situación se repite todo el tiempo. A tal punto que una periodista local comentaba “que hay tantos casos de abortos como de nacimientos”.
Una vez que estabas allí, ¿cómo se fue tejiendo el vínculo con las personas y los lugares? ¿Cómo fue ese contacto?
Siempre desde la verdad. Contando lo que uno llevaba, lo que uno iba aportando, que era la necesidad de narrar. Pero también me encontré con que estaba la necesidad de ser narrados. Todo fue realmente muy fluido. No sé a cuántas casas entré, si decenas o cientos, pero en todas me abrieron las puertas. La gente en cada pueblo tiene una idiosincrasia diferente, no es lo mismo Misiones, Chaco o Entre Ríos, pero generalmente me ponían la mejor silla para que charlemos y estaban dispuestos a que sean escuchados.
Es una situación muy delicada porque estás frente al dolor del otro, que no es el propio dolor, pero cuando uno se relaciona con eso, de alguna manera es propio. Es una línea muy delicada porque es fácil quebrarse. Pero es necesario llegar al final para lograr un cuerpo de trabajo que narre esa realidad y genere conciencia, que te defina.
Mi trabajo está atravesado todo el tiempo por las víctimas, era imposible correr mis ojos y mi corazón de ellos.
Luego de los viajes, al retornar a tu casa y encontrarse con todo ese material y esa experiencia, ¿qué pasó?
Ya cuando vuelvo del primer viaje me doy cuenta que traigo algo fuerte, entonces decido hacer un nuevo viaje pero con un periodista que pudiese describir eso. Entonces, le mostré el trabajo a Carlos Rodríguez, que es un gran compañero de gran trayectoria, y vuelvo a hacer el mismo viaje con él, casi sin hacer fotos y con los destinos precisos para que Carlos pueda documentar lo que yo ví. Era necesario que el peso de la pluma. Luego él se fue y yo seguí fotografiando diez días más a una familia en particular. Después vino el tercer viaje en Córdoba, donde ya está más fuerte y más clara la lucha. Hay un cuadro más maduro a nivel social sobre la problemática.
Más allá de este proyecto, ¿cuál es tu opinión sobre este tipo de fotografía en la actualidad? ¿Cómo ves vos el panorama?
Bueno, por un lado, son tiempos de invención, un tiempo nuevo, pero también de incertidumbre para la fotografía documental, para los trabajos de largo aliento que intentan investigar y tomarse el tiempo que los medios convencionales no tienen y no permiten. Los medios lo que hacen hoy en día es mantener ávido al lector de noticias ligeras, pero cuando aparecen trabajos profundos, los lectores retornan; esto quiere decir que es necesario y siempre va a ser necesario que alguien se ponga a trabajar en serio. Los medios hegemónicos son medios de confusión, no están comunicando, simplemente están operando. Sin embargo, en el mundo están apareciendo otros espacios, muchas fundaciones que, de alguna manera, están incentivando con becas a fotógrafos que quieren investigar. De otra manera esto no se podría hacer. Y esto está cumpliendo un rol muy importante: nada más y nada menos que sostener la memoria de la fotografía documental. Así está funcionando hoy la cosa: uno se propone, se lanza sin nada atrás, y si tiene un cuerpo de trabajo potente puede llegar a conseguir financiamiento para poder cubrir lo que ya se gastó.
Hablando con Magdalena Herrera, Directora de fotografía de GEO Magazine, me decía algo similar de cómo veía el panorama, que era un momento muy bueno, un momento donde se aparecen estos trabajos, trabajos fuertes, que tienen destino. Es importante no solamente lo que está enfrente, sino también lo que está adentro, es decir no solo lo qué miramos, sino cómo lo miramos.
A nivel personal, ¿cómo experimentás la relación entre fotografía y compromiso social, en la medida en que la foto puede llegar a ser un arma de transformación social?
Mirá, yo creo que la cámara como herramienta puede llegar a ser un instrumento muy poderoso o puede ser nada, todo depende de cómo se porte, de la intención que se lleve, el propósito que cargue, la línea en que se encuadre ese propósito.
Es una herramienta que ya sabemos, y si miramos a lo largo de la historia puede ser muy poderosa a pesar de tener en contra los grandes medios de comunicación. Por suerte, hoy hay otras herramientas para que se mueva el trabajo; si es digno y si está narrando algo que es necesario, se va a mover solo y va tomar su camino casi como un hijo que va madurando y solo hace su recorrido.
Tampoco una foto va a hacer una revolución, pero puede apoyar y despertar intenciones, mover cosas profundas, levantar; claro que va a ser un momento más de algo más grande. Yo confío todavía en el poder que puede tener esta herramienta.
Cuando hablo de un tiempo de invención me imagino a la fotografía inmersa en campos académicos donde puedan interactuar sociólogos, antropólogos, curadores artísticos, muchos profesionales, y que quizás tenga mucha más utilidad en la Academia que en los medios tradicionales, que puedan ser material de estudio. Necesitamos que aparezca algo que pueda mover el tablero para bien de la sociedad. La fotografía sigue teniendo peso específico, y la documental en sí sigue siendo un espacio fuerte, el tema son las maneras y los lenguajes para narrar que van moviéndose. Si alguien tiene algo para decir enérgico, innovador, potente creo que va a tener espacio.
La muestra “El costo humano de los Agrotóxicos” se inaugura el sábado 27 de Agosto a las 19:30 horas en la Fotogalería 22 en el Museo de Artes Plásticas «Pompeo Boggio».
Etiquetas: El costo humano de los Agrotóxicos, Fabián Flores, fotogalería, Pablo Piovano