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Por Mercedes Dellatorre
Lo que va terminar con el imperio norteamericano no es ni el capitalismo, ni un atentado atribuido al Islam, tampoco su coalición definitiva -en verdad peligrosa- con China. Ni siquiera la cada vez más posible presidencia de Donald Trump lo logrará con su política angloclasista. Sí lo hará el artificio maníaco-depresivo instalado en su pueblo. No resulta difícil imaginar esa sociedad devenida en un cúmulo de autómatas a quienes la vida los encontrará hiper medicados en un gran disneylandia. Porque ese, y no otro, será el fin del sueño americano.
No estamos hablando de ciencia ficción. Para la OMS, la depresión se manifiesta en cada vez más personas en todo el mundo. Esta enfermedad afecta a unos 350 millones de personas. En la actualidad, la depresión es la principal causa de discapacidad en el mundo entero. Por este motivo cada año se suicidan más de 850.000 personas. Mueren más personas por suicidio, que por homicidio.
Como contrapartida de esto, existe una enorme maquinaria de terapias alternativas que intenta ponerle freno a la situación, cada vez más desahuciante, de la falta de sentido. Un caso paradigmático es el de Tony Robbins, un motivador profesional con más de treinta y ocho años de trayectoria en el arte de convencer a la gente que vale la pena haber pagado cinco mil dólares para que les salven la vida. Sus modos no son nada convencionales: un salón repleto de deprimidos saltando al ritmo de un DJ, pantallas gigantes que muestran a un esculpido gurú con un micrófono al mejor estilo automac, intentando generar eso que al parecer nadie puede por sí mismo: las ganas de estar vivo.
Netflix acaba de sacar el documental I`m not your gúru (2016), en donde se revela gran parte del entrenamiento de seis días que Tony Robbins realiza cada año en Boca Ratón para intentar arreglar la vida de miles (literalmente) de personas. Únicamente su equipo alcanza la centena entre coachs, asistentes y, tal vez lo más significativo, especialistas en animación y entretenimiento. Porque lo que hace distinto este retiro del clásico encuentro de meditación y recogimiento, es que consigue mantener un constante nivel de adrenalina durante los seis días, generado a través de una permanente excitación a la que llamarán “estar vivo”.

Tony Robbins
Date with Destiny es el nombre del encuentro multitudinario en el que los organizadores estipulan que al menos una docena de personas se encontrará al borde de suicidio. El equipo de Tony debe ocuparse de encontrarlos y hacer con ellos un caso de éxito. La metodología será demostrar que su sufrimiento es el motor de su potencial poder. No es difícil comprobar que para esta concepción, la felicidad -en tanto algo que no se tiene- es fácilmente asociable con un objeto y, por lo mismo, debe traducirse en objetivo. La felicidad se convierte de este modo en una “misión o proyecto” y, en la medida en que se desplaza en el tiempo, puede postergar cualquier deseo inmediato con la finalidad de un futuro prometedor. Lo importante, en tal caso, no es alcanzar la meta en ese instante, sino tomar acción. El mismo Robbins lo resume así: “el camino del éxito es tomar acción masiva y determinada”. De este modo, Robbins propone hacer para no morir.
Como contrapartida de esto, en el poniente del mundo, Yukio Mishima (1925-1970) convirtió su proyecto de vida en un proyecto de muerte. Considerado como uno de los escritores más importantes japoneses, sembró en sus libros la idea de la muerte voluntaria y terminó con su vida mediante la práctica del harakiri. En El Sol y el Acero (Alción Editora, 2011) relata su proceso de robustecimiento corporal al tiempo que realiza un pasaje del mundo de las ideas al mundo de los actos. “El acero me enseñaba lealmente las correspondencias entre el espíritu y el cuerpo, de este modo me parecía que las emociones debiluchas correspondían a músculos blandos, la sentimentalidad a un vientre fláccido y un temperamento demasiado impresionable a una piel blanca y demasiado sensible”.
Mucho se ha escrito sobre la contraposición Occidente-Oriente en donde la dicotomía cuerpo-espíritu se mantienen como opuestos irreconciliables más allá del Océano Pacífico. Sin embargo, podría pensarse que no es esta escisión la que divide los hemisferios sino la relación que cada idiosincracia mantiene entre ambos conceptos. Así, mientras que Mishima propone la relación cuerpo-espíritu como un encuentro posible con su propia finitud, Robbins se propone mantenerse atléticamente joven para sentirse vivo.

Yukio Mishima
Así, mientras que las disciplinas de autocontrol orientales creen reproducir el sonido del Universo con el mantra Aum, la invocación de Robbins es una llamativa pregunta: ¿Are you feeling? Es interesante pensar que, con esta pregunta formulada en presente continuo, el sentimiento intenta convertirse en un estado. La emoción cede paso a una sensación física que se puede generar a través de los sentidos. De este modo, son los estímulos los que generan los sentimientos. El mismo Tony salta en una pequeña cama elástica antes de salir a escena, o se sumerge en un acueducto a ocho grados centígrados para generar el nivel de energía que necesita durante las doce horas que permanece invocando la felicidad a los gritos.
Pese a esto, Estados Unidos encabeza -junto con Francia que se encuentra en primer lugar- el ranking de depresión poblacional. Según la OMS esta tendencia podría deberse a que la población de los países ricos sufren -porcentualmente- un mayor índice de stress. Stress-depresión es una dupla que, desde mediados del siglo pasado, no para de crecer. Un informe de Psychology Today afirma: “De los estadounidenses nacidos antes de 1905, el 1% padecía depresión a los 75 años de edad. De los que nacieron medio siglo después, un 6% padecía depresión a los 24 años de edad. En la actualidad, casi el 40% de los ciudadanos padecen un cuadro depresivo en algún momento de su vida”.
Resulta llamativo que un país que promueve la meritocracia spencerista como concepto fundacional, dispone como contrapartida uno de los índices más elevados de medicalización de sus ciudadanos. Los casos de éxito muestran su contracara en la indefensión aprendida según la cual, cerradas todas las salidas, tanto el animal como el hombre aprenden a retirarse en vez de huir o combatir. La lentificación e inacción, que podrían llamarse depresivas, constituirían por lo tanto una reacción aprendida de defensa contra una situación sin salida o contra golpes inevitables. Desde esta perspectiva, podría pensarse si no es la misma lucha contra la decadencia inevitable la que intensifica la disociación maníaca-depresiva. Esta alternancia incesante entre euforia y depresión podría estar indicando un mecanismo de negación ante lo verdaderamente inconcebible: el paso del tiempo.
Mishima sentencia: “Debemos hacer nuestros preparativos, y que esos preparativos sean designados con el nombre de “progreso espiritual” se debe al deseo que obsesiona más o menos a todo ser humano, de moldearse, por más que no se lo logre, según la imagen de un “absoluto” futuro. Sin embargo semejante emprendimiento termina invariablemente en un fracaso total. Pues por más prolongado que sea el entrenamiento, el destino inevitable del cuerpo es la decadencia.”
Así, mientras que, en un futuro no muy lejano, es muy posible que la isla de Japón se hunda con estoicismo de guerrero, el pueblo norteamericano intentará eternizarse bajo la forma de millones de cuerpos esculpidos y rellenados, recostados sobre una alfombra mentirosamente verde, adorando a un Sol convertido en una inmensa bola de boliche.
Etiquetas: Mercedes Dellatorre, Tony Robbins, Yukio Mishima