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Por Leandro Germán
Es sabido que, sobre todo en Europa, el pensamiento de Foucault fue utilizado para legitimar el desmantelamiento del llamado Estado de Bienestar. Se trata, además, de un fenómeno reconocido, aquí y allá, por los foucaultianos menos dogmáticos. Hasta acá nada del otro mundo. Las generales de la ley: la socialdemocracia alemana se valió de textos de Marx escritos en otra coyuntura para justificar su voto a favor de los créditos de guerra solicitados por el Kaiser (la traición del 4 de agosto de 1914) y, en nuestras latitudes y más recientemente, el concepto gramsciano de sociedad civil fue empleado por varios, entre fines de los 80 y principios de los 90, para justificar «por izquierda» las privatizaciones.
Pero en el caso de Foucault, sin embargo, parece haber algo más. En los últimos años se han publicado una serie de trabajos sobre la relación intelectual entre Foucault y el pensamiento neoliberal. Uno de ellos es La última lección de Michel Foucault. Sobre el neoliberalismo, la teoría y la política, del filósofo y sociólogo francés Geoffroy de Lagasnerie, y el trabajo colectivo ¿Podemos criticar a Foucault? Foucault como neoliberal, dirigido por el sociólogo belga Daniel Zamora. El primero de ellos fue objeto de una crítica destemplada y agresiva de la foucaultiana (y deleuziana) Verónica Gago en la revista Ñ. Todo parecería indicar, sin embargo, que Foucault desconfiaba del llamado Estado de Bienestar que habría fomentado la «dependencia del Estado» a cambio de seguridad en lugar de promover la «responsabilidad» y «emancipación» personales. Habrá que ver y, sobre todo, habrá que leer sin prejuicios.
¿Es descabellado pensar que un foucaultiano pudiese ser, al mismo tiempo, liberal? En absoluto. Mi propia experiencia de relación directa con foucaultianos indica que no lo es. En mayo de 1999 el entonces ministro de Economía Roque Fernández dispuso un recorte al presupuesto universitario. La respuesta de parte de la UBA fue la toma de las principales Facultades. En ese marco germinó un activismo que era, sin exagerar, radicalmente liberal. Menos en Sociales que en Filosofía y Letras. Había una consigna, sin embargo, que lo unificaba: «no le pidamos todo al Estado». No, no era la consigna de la Trilateral Comission sino la del activismo «izquierdista» de Filosofía y Letras. El «no le pidamos todo al Estado» se transformaba por momentos en «no le pidamos nada al Estado» o en «no hay que desear lo que el poder tiene», consigna de la rama zapatista de la agrupación El MATE de Sociales. Semejante liberalismo hizo mella incluso en gente inteligente: recuerdo una clase pública de Pablo Nocera, docente de Sociología y (hoy) hombre de izquierda en algún momento entre 2001 y 2004 con esa consigna: «no le pidamos todo al Estado». Ese activismo que leía alborozado a Toni Negri era más fuerte en Filosofía y Letras que en Sociales, pero Sociales también tenía lo suyo: la consigna «Universidad sin Estado» la escuché en Sociales, no en Filosofía y Letras, y de boca de un ex militante del MAS pasado con armas y bagajes al autonomismo. Lo curioso es que lo que había detonado la toma de las Facultades había sido una cuestión presupuestaria, pero este activismo rechazaba exigirle al Estado más presupuesto y hasta rechazaba el propio problema presupuestario. «Con más presupuesto podemos ser la Universidad de Belgrano», me dijo un día quien es hoy uno de los responsables de la edición de los cursos de Deleuze sobre Foucault, como si las coordenadas ideológicas del plantel docente y del estudiantado fueran las mismas en la UBA y en la UB. Flojo de reflejos, yo debería haberle respondido: «sí, con gente como ustedes probablemente nos parezcamos cada vez más a la UB». Finalmente, Deleuze debe contar con no pocos adherentes en las carreras humanísticas de las Universidades privadas y (esto me consta) en las cátedras más derechistas de las públicas. Cuanto más frenéticamente foucaultianos eran, más desembozadamente liberales. No se trataba, así y todo, de un liberalismo ideológicamente articulado o que se presentara públicamente como tal (el liberalismo sigue teniendo mala prensa en ambientes progresistas y, curiosamente, liberales). Se trataba, más bien, de un ethos liberal, que convivía, éste sí, con un foucaultianismo furibundo y, por momentos, hasta clasista.
Pocos años después cursé Sociología Política con el militante radical Aldo Isuani y comencé a desentrañar un poco la cuestión. En un texto titulado Bismarck o Keynes: ¿quién es el culpable? Notas sobre la crisis de acumulación, Isuani analizaba el pensamiento de la burguesía previo al llamado Estado de Bienestar y lo caracterizaba valiéndose del concepto de self-reliance, que Isuani tomaba del sociólogo germano americano Reinhard Bendix. Self-reliance, sí: «no le pidamos todo al Estado». La pequeña burguesía universitaria finisecular era la heredera del liberalismo burgués más clásico. Y estaba a la derecha, ideológicamente, de un afiliado a la UCR como Isuani.
No, no es descabellado pensar que Foucault haya podido ser un neoliberal. Si muchos de sus discípulos lo son, ¿por qué no el maestro?
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