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Por Coni Valente
Las del título son las palabras que susurra el Indio en “Todo preso es político” y viendo las imágenes aéreas de su último recital en Olavarría, bien podríamos aplicarlas.
¿Cómo llegamos de aquellos antiguos encuentros teatrales, en espacios reducidos y donde se convidaban entre el público los legendarios buñuelos de Patricia Rey a estas gigantescas hordas de seres humanos cuasi zombies marchando hacia donde el líder lo indica sin acatar leyes mercantiles como las del Sold out? Pues bien, un relato bien construido hace milagros y éste podría ser un caso. El Indio Solari como el frontman más influyente del rock nacional no es magia, no es casualidad. Los Redonditos de Ricota como la banda más emblemática del “por fuera del mainstream” tampoco lo son.
La cobertura mediática que inundó los canales de televisión, diarios y revistas en estos últimos días concentró su enfoque en las dos vidas perdidas en “La Colmena”, en las cientos de personas extraviadas, en los incidentes postrecital y en la búsqueda de culpables de esta “gran tragedia” poniendo en el centro de la polémica a un señor de sesenta y ocho años llamado Carlos Alberto Solari. Claro está que el punto de ebullición de todo este debate llegó cuando trascendieron imágenes inéditas de productores musicales transando comercialización de bebidas alcohólicas dentro del evento con el intendente de la ciudad, sumado a testimonios de “sobrevivientes” que apuntaron a la falta de controles en el ingreso al predio y una carta entremezclada que dio a conocer el entorno del músico ensayando algún tipo de explicación.
Y si bien la Justicia ya se encargará (o no) de hallar a los responsables por las pérdidas y los destrozos a su debido momento, mientras tanto, el dedo acusador de la tan temida condena social está entre nosotros desde el principio. Muchos dicen que el Indio no podrá volver a tocar jamás (como sí lo hizo el Pato Fontanet, les recuerdo) y otros defienden a capa y espada a su ídolo más venerado aduciendo absoluto desconocimiento de su parte de las nimiedades que hacen a la organización de un show de tal magnitud.
Dejemos la hipocresía de lado por un solo instante y que todo se vaya al carajo de una vez: los músicos de rock están metidos hasta el caracú en la puesta en marcha de sus presentaciones y eso incluye cuestiones de logística y también asuntos de seguridad. Por ende, esa discusión está zanjada y es ridículo enredarse en ella. Vayamos mejor a algo que realmente tiene vetas y matices, miradas y enfoques diversos, desproporcionados y asimétricos: “Los Redondos y el Indio Solari son un fenómeno antropológico” que atraviesa generaciones y que traspasa ideologías. Y luego de Olavarría y el desenlace que nos dejó dos pibes muertos, además se le suma cómo irrumpe ese fenómeno en los medios a grandes escalas. Quizás es demasiado pretencioso comprender acabadamente cómo se entrecruzaron aquí, la lógica de un discurso construido a lo largo de 40 años con la dinámica televisiva actual, pero no por ello, es poco interesante intentarlo.
Los Redonditos de Ricota con el Indio Solari a la cabeza no nacieron de un repollo y las masas arremolinadas que aún lo siguen, tampoco. Carlos es casi un guía espiritual que se acomodó perfecto a las mentes de los pibes que venían matados de los duros 70’s y representó aquellas verdades en las que los “politizados” necesitaban creer por aquel entonces. Su música se transformó en un callejón de salida a las viejas represiones y entonces sus palabras encarnizaron lo que ocurría alrededor. Una generación entera sacudida por el abuso de poder de los milicos que precisaba que alguien gritara a los cuatro vientos que “nuestro amo juega al esclavo de esta tierra que es una herida que se abre todos los días a pura muerte, a todo gramo. Violencia es mentir”. Así comenzó todo y desde allí creció alimentado por más y más poesía salida de las entrañas de la banda. Aquellos que lo siguen desde que Solari no era pelado saben perfectamente que Los Redondos representaron “revolución” y habiendo nacido en el seno de una dictadura, los acordes se convirtieron en balas que no matan pero perforan la mente. Esos jóvenes que crecieron escuchando la música del Indio, que le creyeron, que vieron en él al poético salvador, lo divinizaron y entonces, traspasaron su experiencia a sus hijos y nietos. Los 80’s trajeron vientos de cambios pero aun así la protesta siempre estuvo presente en las letras, profundizando el relato evangélico de la banda y en los 90’s ya estaba todo cocinado. Dejaron de ser los ermitaños del rock para cobrar visibilidad con la muerte de Walter Bulacio, torturado y asesinado por la Policía en 1991. A partir de ese episodio, Los Redondos fueron reyes, pero de esos que no viajan en camello. Nació “Jijiji” como el pogo más grande del mundo y tras la pelea del chico de los ojos color cielo (Skay) y el Indio, el público quedo en medio de una encrucijada pero la sobrevoló y puso por encima la mística construida. Vaya adonde vaya, Carlos será seguido por sus “militantes” porque escucharlo es estar “rezando”. Por eso sus recitales son misas y sus seguidores son fieles devotos. No importa si las señoras descubrieron a los Redondos por sus repetidos incidentes con “la ley” o por los dos muertos de Olavarría porque detrás de esa gigantesca masa de almas peregrinando hacia “La Colmena” hay religiosidad, hay fe.
Somos gente adulta y nadie que haya seguido a través del tiempo la historia de esta banda y sus integrantes, podrá afirmar sin que le tiemble la voz que estos pibes nunca repudiaron a los medios que hoy los condenan. Pero eso no quita que el personaje se lo morfó y que como todo “joven revolucionario” en determinado contexto, dejó de serlo cuando debió. Las utopías no existen, aunque sea redundante decirlo así, pero Carlos no canta por amor al arte simplemente. Como todos, y esta declaración no es condenatoria, descubrió que “creer sin ver” es un negocio y que lucrar con la fe le permitió darse lujos. No está mal que la música (incluyendo su mensaje) sea parte del mercado de compra y venta pero hay que hacerse cargo de lo que uno construye. Los fans seguirán estando ahí, pase lo que pase y el Indio seguirá siendo un Dios para ellos. Los medios seguirán siendo una mierda y el Estado ausente seguirá matando pibes, pero Carlos debería salir a decir que es de carne y huesos, que es un vil mortal como todos y que sus palabras no son la salvación, que son solo música.
Etiquetas: Coni Valente, Indio Solari, Olavarría