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Por Fabián Claudio Flores
El 13 de marzo de 2013, y luego de dos días de encuentros y cincos escrutinios, el Cónclave de obispos reunidos en la Capilla Sixtina del Vaticano, definía al 266º pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana: el Cardenal Jorge Bergoglio.
“Habemus papam” replicó a la multitud expectante en la plaza de San Pedro el Cardenal protodiácono Jean-Louis-Pierre Tauran presentando a Francisco.
A lo largo de estos cuatro años su liderazgo, presencia, actitudes y gestos no pasaron desapercibido para los medios, los líderes políticos y la población mundial, sean éstos católicos o no.
Los cuatro años de papado de Jorge Bergoglio, el primer papa argentino, peronista y jesuita continúa dejando más interrogantes y dudas, que certezas o aseveraciones.
Fueron cuatro años de intensa actividad, presencia, gestos, discursos y acciones en distintos ámbitos y situaciones que confirmaron la hipótesis preliminar que éste es un Papa de alto perfil, con praxis en el territorio, y que parece estar lejos de ser un teólogo de escritorio como lo fuera su antecesor Benedicto XVI.
En el primer documento de su reinado, Francisco dejaba entrever esta idea al mencionar que: “prefiere una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades”.
Es imposible evaluar los cuatro agitados e intensos años del Papa Francisco al margen de la construcción mediática del “personaje” que se logró imponer desde diversos sectores/actores, y que confluyó en la tan mentada y poco explicada idea del “efecto Francisco”, al que se aludía con mucha frecuencia y soltura en los dos primeros años y medio de su gobierno.
En poco tiempo, el nuevo Sumo Pontífice recibió a líderes políticos, religiosos, sociales, artistas, deportistas, etc., de un extenso, diverso y variopinto abanico que engloba desde varios jefes y jefas de Estado latinoamericanos (incluyendo las visitas de la ex presidenta argentina Cristina Fernández y el actual mandatario Mauricio Macri), el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, la Reina Isabel II de Inglaterra (también en carácter de máxima autoridad de la Iglesia Anglicana), varios líderes europeos (Rajoy, Hollande, entre ellos), y el ex presidente estadounidense Barak Obama. En estos días, para completar el “álbum” el Vaticano anunció la visita del flamante presidente de EE.UU. Donald Trump para el próximo mes de mayo.
La creciente relevancia del Papa como una figura protagónica en el plano internacional se puso (y pone) de manifiesto en los medios de comunicación con toda virulencia. De hecho, la elección de Francisco fue el segundo evento con mayor repercusión en la historia de la red social Twitter, sólo superado por las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2012 en las que Obama fue reelecto. Su cuenta en la mencionada red social suma la cifra de 6 millones de seguidores en español (si tenemos en consideración sus cuentas en otros diez idiomas, sus seguidores computan alrededor de 13 millones). Incluso, ha sido la personalidad más popular en Internet en 2013 y 2014, ya que su nombre ha sido el más buscado y señalado a nivel mundial en las redes sociales y sitios web.
Otro ejemplo que ilustra el impacto del Papa argentino en la imaginación cultural de la modernidad puede ser hallado en la Watkins Mind, Body, Spirit, una prestigiosa revista inglesa de espiritualidad que publica desde el 2011 un ranking de los 100 líderes espirituales vivos más influyentes del mundo. En 2011, el entonces Sumo Pontífice Joseph Ratzinger se encontraba situado en el puesto 34, y al año siguiente había caído al 45. Cuando el nuevo representante de la Iglesia Católica fue tomado en cuenta, es decir, en la lista del 2014, ocupó el “top five” del conteo, situándose en el tercer puesto, y siendo superado tan sólo por el Dalai Lama y Eckarth Tolle, repitiendo perfomances similares en los años sucesivos. En este mes, además fue tapa de la revista Rolling Stones italiana presentándolo con “el Papa pop”.
Fueron cuatro años colmados de visitas y gestos –la mayoría de gran difusión e impacto mediático– que incluyen diversas prácticas y discursos, con algunas sorpresas y otros destinos esperables.
Al igual que en los primeros tiempos de Obama, se sostenía que un nuevo redentor traía vientos de cambio, ahora desde “el fin del mundo”, desde América del Sur; y es que en este sentido, el éxito del nuevo Papa resulta sorprendente si tenemos en cuenta que la Iglesia Católica viene sorteando una serie de crisis que podríamos agrupar en tres ejes.
El primero, relacionado al escándalo ante los casos denunciados, investigados y a menudo encubiertos de pedofilia por parte de sacerdotes católicos residentes en Argentina, Chile, Colombia, España, México, Estados Unidos e Irlanda. El segundo, vinculado con las pruebas que con cada vez más fuerza señalan al Instituto para las Obras de Religión (Banco Vaticano) como una entidad asociada con la mafia, el lavado de dinero y otras irregularidades; y el tercero, la crisis denominada “Vatileaks” del 2012, que consistió en la filtración de documentos secretos que hablan de la corrupción imperante en la sede de la Iglesia vaticana.
Las tensiones alcanzaron su punto cúlmine con la publicación del libro Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI, escrito por el periodista italiano Gianluigi Nuzzi, quien reproduce correspondencia secreta entre el Papa y su asistente personal, develando una imagen del Vaticano como un Reino donde imperan los celos, las intrigas, la corrupción y las luchas de poder entre distintas facciones de la jerarquía eclesiástica.
Algunos interrogantes disparan la reflexión en torno a éstas cuestiones. Por un lado, ¿cómo ha logrado Francisco revertir esta atmósfera de sospecha alrededor del Vaticano y sus funcionarios? En primer lugar, ha manejado de forma magistral una serie de gestos personales y de actos rituales que han calado hondo en el imaginario colectivo. Entre éstos, el hecho de romper con el protocolo de la vestimenta papal al ponerse sus propios zapatos (y no los calzados rojos tradicionales del Sumo Pontífice), el usar un anillo del pescador de plata y no de oro, abrazar a una persona deformada por un grave padecimiento, lavar los pies a dos mujeres musulmanas, descartar el uso el papamóvil blindado, besar niños y saludar enfermos, visitar una favela en Río de Janeiro, realizar su primera salida de Roma para encontrarse con inmigrantes ilegales en la isla de Lampedusa, y vivir en la Residencia Santa Marta en lugar de alojarse en el Palacio Vaticano. Todos estos actos remiten simbólicamente a un mensaje de humildad, honestidad y cercanía con la gente; en suma, alimentan la esperanza colectiva de una Iglesia reformada, teñida por la tan mentada pertenencia jesuita de Bergoglio.
En estrecha relación con lo anterior, Francisco ganó aceptación mediante un estilo discursivo cercano al del profeta ejemplar o el reformador moral. La médula de sus declaraciones no sólo gira en torno a los ideales de amor, paz, ecumenismo y diálogo interreligioso, sino que también llama a la justicia social mediante una crítica al sistema económico capitalista, la especulación financiera, la sociedad de consumo y la corrupción. La versátil dinámica que Bergoglio le dio a la figura del Papa mediante un discurso que resalta el valor de la humildad y la crítica a la ambición mundana, le trajo la aprobación de millones de personas, reduciendo la brecha entre la Iglesia Católica y la opinión pública, pero también otro tanto número de enemigos que ven en el papa argentino un “nuevo peligro rojo”.
Por otro lado, también ha desplegado un conjunto de discursos y acciones concretas en relación con los principales desafíos que afronta la Iglesia Católica en estos tiempos. Para este propósito, en abril de 2013 creó el Consejo de Cardenales, destinado a satisfacer las necesidades de “reforma” dentro de la Curia Romana. Los objetivos principales son la instauración de una comisión especial para la protección de los menores víctimas de abusos sexuales y para la lucha contra los curas pedófilos, la puesta en marcha de comisiones para revisar los asuntos económicos de la Iglesia, y la creación de la Secretaría de Economía para mejorar la ayuda económica a pobres y marginados, y elaborar el presupuesto anual para la Santa Sede. Una modificación –con grises- de la estructura burocrática vaticana.
Sin embargo, algunas de estas medidas no dejaron de levantar controversias y producir asombro, sobre todo cuando Francisco nombró como prelado del IOR a Monseñor Salvatore Ricca con el propósito de que lo ayude a sanear dicha institución. Pero Ricca era un cuestionado diplomático con un pasado oscuro, que incluye un abierto romance con un oficial de la Guardia Suiza durante su estancia en la nunciatura de Montevideo, donde en cierta ocasión hasta recibió una golpiza en un bar de hombres homosexuales que solía frecuentar. Francisco salió airoso del caso al alegar que desconocía su pasado y las voces acusatorias se alzaron buscando otros culpables. Por ejemplo, algunos medios sostienen que la facción de la ultraderecha vaticana le ocultó su pasado para desprestigiarlo, mientras otros denuncian la existencia de un “lobby gay” que mantuvo intacto el expediente de Ricca a fin de que pudiera seguir escalando en la Santa Sede.
En todo caso, el capital simbólico del Sumo Pontífice mostró su efectividad a la hora de sacarlo indemne de una situación, al menos a primera vista, bastante complicada. Al igual que en algunas de sus afirmaciones, consideradas por los defensores de Francisco como “sacadas de contexto”.
De todas formas, el verdadero desafío que el Papa enfrenta radica en que amplios sectores mayoritarios dentro del catolicismo demandan una reforma de la Iglesia que permita a los sacerdotes tener una familia, que le otorgue a la mujer la posibilidad de ejercer el sacerdocio, que no condene como pecadores a los casados con personas del mismo sexo, a los que tienen relaciones sexuales antes del matrimonio y a los que emplean métodos anticonceptivos como el preservativo. Poco de esto emergió luego del Sínodo de la familia, celebrado en Roma en el 2015, en un lavado documento que refiere más a la “tolerancia” del otro, que a su aceptación efectiva.
Finalmente, la última pregunta sería: ¿qué expectativas ponemos en el “conductor” y en una institución como la Iglesia Católica que siempre ha sido reticente a los cambios, más aún si éstos son tan profundos que reclaman una revisión de los propios preceptos y argumentos que le han permitido mantener un cierto statu quo a lo largo de su vasta historia?, ¿hasta dónde veremos verdaderas reformas o simples “lavadas de rostro”? En fin, ¿cuán profundos son los cambios que estas acciones acarrean o cuán potencialmente fértil está el terreno para una renovación eclesiástica: “la iglesia de los pobres”, como reza el slogan usado por el Papa en varios discursos?
Como bien expresó el antropólogo Pablo Semán: “la expectativa de un Papa ‘progre’, hay que decirlo, es un espejismo de ateos”. No obstante, enfrentando cuatro años cargados de ambivalencias y gestos magnificados, parece más esperanzador el Francisco que propone repensar la comunión para los divorciados y una Iglesia de “pastores con olor a ovejas”, que el Bergoglio de “la guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario, que supo declamar en tiempos en que la Iglesia salió con los botines de punta frente “a esta movida del diablo” que llevaría a la “destrucción de la familia” [sic Bergoglio].
El interrogante es cuál de los dos es el que podrá, querrá, deberá y optará por llevar adelante las reformas que se postulan. No olvidemos que Francisco no sólo es “Su santidad, obispo de Roma, vicario de Cristo, sucesor del príncipe de los Apóstoles, sumo pontífice de la Iglesia Universal, primado de Italia, arzobispo y metropolitano de la provincia romana, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, siervo de los siervos de Dios”, sino que también es jefe de Estado, y de uno de los más poderosos e influyentes del planeta: el Vaticano. Y aquí no hay que olvidar que una de las funciones más importantes que las religiones dominantes en un determinado contexto socioeconómico desempeñan es la de legitimar el orden existente, lo cual, en algunos casos, no excluye generar la esperanza en que el orden existente va a cambiar, que los poderosos del mundo quieren cambiarlo, y que todavía existen héroes culturales que pueden hacerlo; ahí es donde entra a jugar Francisco, la nueva esperanza utópica en un mundo mejor.
En los primeros años de su reinado, y con todo la efervescencia de la reciente asunción de un Papa “distinto” (latinoamericano y jesuita) el diario La Nación titulaba: “Se confirma el ‘efecto’ Francisco: Pascua de misas llenas». Frente a esto la pregunta sería: ¿cuál habrá sido el destino posterior de esas personas que salían de esas “misas llenas” producto del “efecto Francisco”?; quizás algunos habrán ido a dejar una ofrenda al Gauchito Gil o a San La Muerte, a consultar a su curandera, a practicarse un aborto o a pasar el día de Pascuas con su pareja del mismo sexo. Después de todo, el Papa “sudaca”, peronista y jesuita dijo que: «la Iglesia es una gran casa para que entren todos».
*Una versión preliminar de este trabajo puede verse en: Flores, Fabián y Carini, Catón, 2015. “Francisco y la máquina de hacer héroes” en Frigerio, Alejandro y Juan Mauricio Renold (Comp.), Visiones del Papa Francisco desde las Ciencias Sociales, UNR, Rosario.
Etiquetas: Francisco, Iglesia Católica Apostólica Romana, Jorge Bergoglio, Papa, Vaticano