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Por Luciano Lutereau
1.
Atravesar el complejo de Edipo, para una mujer, implica el pasaje de “tener un novio” a “estar en pareja”.
“Tener un novio” es una de las formas que adquiere lo que Freud llamaba “complejo de masculinidad”. “Tener un novio” es una manera de resolver masculinamente la envidia del pene. Me recuerda la conversación que hace un tiempo tuve con una niña que contaba que tenía un novio. “Y ¿para qué querés un novio?”, le pregunté. “Para tener algo que mis amigas no tienen”, respondió.
Es el sufrimiento que expresa el tango “Nunca tuvo novio”, en el que el malestar no radica en estar sola, sino en que esta vía es defensiva respecto del encuentro sexual. “Tener un novio” lleva a la sustitución (como dice el dicho “un clavo saca a otro clavo”, o el título “No seré feliz pero tengo…”). Para ser feliz hay que dejar de tener… “Solterona” no es la que nunca tuvo novio, sino la que no puede estar sola y por esa impotencia no pudo pasar a la pareja. Los novios se buscan, las parejas se encuentran.
2.
Siempre toma tiempo hablar de la familia ante alguien. El motivo es que hablar erotiza el vínculo de manera inmediata. Ese erotismo es incestuoso. Por eso la deserotiza corroborar que él usa medias de hilo… como papá. Y prefiere callar. Esa deserotización es señal de la represión del erotismo, también inmediata. La represión es necesaria porque con él sería posible el incesto. Por eso ella prefiere quedar dividida entre lo sexual y lo tierno. Con este síntoma, divide el erotismo: nunca va a coger con papá, nunca la ternura implicará estar en posición pasiva con un hombre. La deserotización reprime la fantasía de seducción y así es que puede enamorarse de hombres que no desea y, por lo tanto, admira (las mujeres admiran a los hombres para no desearlos); tanto como soportar el deseo de hombres que degrada. Sólo puede acostarse con uno en la medida en que piensa en el otro.
3.
Los celos son un síntoma irreductible en el análisis. La expectativa del analista de que los celos desaparezcan es un ideal terapéutico y vano. Ese desprecio por el síntoma también se refleja en el prejuicio (de algunos analistas) de que los celos mienten. O, mejor dicho, que el celoso vive una ficción sin verdad. Así, el analista extraviado trata al síntoma con menos respeto que a un delirio, cuando no trata al delirio como una interpretación falsa. Los celos son una interpretación del deseo, y revelan hasta qué punto la fantasía no es personal (o individual) sino un lazo entre dos. La mujer celosa conoce el carácter deseable de su pareja, el modo en que el otro puede gozar de ser deseado. El problema es que se desorienta con sus celos, reduce el deseo a engaño, la fantasía a una moral.
Lo analizable de los celos es la posición excluyente con que se vive la relación del otro con el deseo: si desea, yo estoy afuera. Por esta vía se puede llegar a un uso virtuoso del síntoma, como el que ciertas mujeres advierten cuando pescan que el varón que da consistencia a los celos está a un paso de caer destituido, y eso les permite soltarlo a tiempo. Los celos, cuando son femeninos, no son un síntoma que deba desaparecer. Esa no es una idea de Freud, quien nunca pensó fines de análisis para tipos clínicos, sino para el hombre y para la mujer.
4.
Él le dice que no, y ella entiende que la rechaza. Como respuesta a esta decepción ella se enoja y adopta la actitud orgullosa de hacerle sentir su falta. Se hace buscar, le expone que su amor es dispensable y puede ser de otros, le muestra que puede perderla. Pero él no la rechazó, sí le dijo que no. Le pide perdón, como en la canción de Andrés Calamaro: “Yo no quise lastimarte, solamente te dije que no”. Pero ella entiende que él la rechaza, y así justifica su pequeño resentimiento. Obtiene el goce del despecho, y luego se arrepiente, se siente sola y va a buscarlo. Porque su enojo no la separa, sino que la une a él, más que el amor. “Como odian los amantes”, dice la canción de Joaquín Sabina.
Pero él no la rechazó, solo le dijo que no. Y ella no puede escucharlo a él solo, sino que escucha su rechazo. Él le habla con el corazón, incluso cuando le dice que no. Pero ella escucha su propia fantasía (me rechaza) y responde con su síntoma (la venganza). Así durante años de análisis.
Poder escuchar, alguna vez, esa negativa de un modo diferente, que no sea una privación, puede ser un buen final. Y el inicio de otro amor.
Etiquetas: Luciano Lutereau, Sigmund Freud
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