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Por Karl von Münchhausen | Ilustración: Von Brandis
Chateando era rara. Rara en el sentido de que parecía extranjera por la mecanicidad de las frases usadas o, cuando menos, porque algo de esa dinámica del chat le era ajena y siempre daba respuestas esquemáticas, monosilábicas y sin devolución de preguntas. Cuando me dijo la edad entendí: Era nacida, criada y crecida en el mundo analógico y aprendió a chatear de grande para expendir su espacio interior, su propio universo en un momento de su historia personal: el del BDSM. Pero en la actualidad no se consideraba practicante porque -aclaró varias veces- ya estaba alejada; “hay mucha impostura”, aseguró.
Por algún motivo le gustó que yo me definiese como curioso antes que como amo, esclavo o switch, supongo que porque no intenté convencerla ni venderle nada. A su vez, creo que ella transitaba esos momentos de la vida en donde flexibilizás tus parámetros buscando quizás trascender a través de un otro, dejándole tu marca, y por eso fue que a la cuarta o quinta noche de charla virtual me dijo que, si yo la dejaba, iba a saciar un poco mi curiosidad mostrándome sus juegos. “Sólo los juegos, no la esencia del BDSM”, me dejó en claro. Después entendí que no le interesaba dominar ni ser dominada porque en verdad le habían dejado de seducir las asimetrías, pero sí le gustaba exprimir la dimensión corporal que esas prácticas consiguen: sacarle el espíritu al cuerpo para volverlo sólo carne, carne blanda para ser moldeada o la dureza de un amo que da órdenes. En mi caso era obvio iba a dejarla hacer, su conocimiento me ponía en condiciones de inferioridad.
Cuando me dio la dirección de su departamento en Almagro, todavía seguía pensando que era rara. No haber visto una sola foto suya ni ella haberme pedido una a mí también me parecía extraño. Incluso, peligroso. ¿Qué me aseguraba que ella sería ella y que no terminaría muerto con mis órganos extirpados para venta ilegal? Bueno, exagero, pero en verdad algo de vértigo me daba ir a su encuentro.
Entré directo por ascensor después de que ella me abriera desde arriba. En el trayecto no sé cómo pero iba con la mente en blanco, quizás al no hacerme una imagen de lo que vendría ese hecho me ayudó a tranquilizarme: sin ideas carcomiéndote no hay expectativas. Recién la vi cuando estuve en su piso y me serenó que a primera vista resultara más simpática de lo que esperaba: incluso sonreía. Me recibió con un beso en un cachete y para mi sorpresa, en vez de látex o cuero, vestía tipo hippie, con una túnica. Una señora en túnica, de pelo cano corto y con notoria musculatura; no de forma excesiva o ridícula sino muy tonificada, mucho mejor cuerpo que el que supuse.
Tipo trámite: Me hizo pasar directo a su habitación y sin vueltas me dijo que yo era lindo y que necesitaba verme desnudo, que “para eso fui”; aunque eso era mentira porque no habíamos acordado nada en particular. Me desnudé sintiendo que estaba en una revisación médica antes que en un encuentro sexual. Me preguntó si podía atarme, le dije que sí y sacó cuatro sogas con unos nudos hechos del armario. Pura funcionalidad, nada de shibari, me ató a cada pata de la cama y me miró. Todo en silencio, yo atado por piernas y manos. Me di cuenta de que podía llegar a soltarme y eso me tranquilizó. Sacó una fusta que de un lado tenía un material delicado que se enrulaba sobresaliendo, una especie de terciopelo. Me empezó a acariciar con eso. Hacía cosquillas, era raro. Por los brazos, el pecho, las piernas. Se fue acercando a mi pija. Me acariciaba alrededor. Se me fue poniendo dura. Se sentó en un costado de la cama y entonces el asunto se vuelve algo difícil de explicar: una pierna suya quedó debajo de la mía y me pasó la otra por encima. Cuando se arqueaba, así enredados, sentí cómo me rozaba con la concha. Estaba claro que no tenía nada debajo de la túnica. Estuvo así un rato. Yo ya estaba duro por completo. Me dijo que me estaba portando bien y que quería avanzar. Entonces sacó un gel y lo empezó a pasar por mi periné, avanzando en ambas direcciones. Me puso una almohada debajo de la cintura y me esparció el gel por el agujero del culo. Y muy de a poco fue metiendo un dedo mientras me tocaba el glande con la otra mano. Despacio. Sentía la sensación doble desplazándose por delante y por detrás a través de sus manos. Por momentos una sensación guiaba a la otra y después era a la inversa. Una erótica pasiva comandaba y después tomaba la delantera una más activa. Como estar sumergido en el mar y que por momentos te lleve una corriente helada y después una ola caliente.
Me pidió que le avisara si estaba cerca. Me indicó que expulsara el aire a su ritmo y entonces las dos sensaciones se acompasaron volviéndose una nueva, mixta. Explicó que sabía de técnicas de respiración porque hacía tantra, práctica a la que llegó después del BDSM y donde se sintió más cómoda. La cosa es que me pajeó así, un dedo en el culo y acariciándome la punta de la pija con la otra mano. Mientras me tocaba ella gemía y se movía refregándose contra mi pierna. En un momento le dije que estaba cerca y entonces con la mano que tenía en mi culo empezó a presionar con el pulgar debajo de las bolas. Casi me dolía. Y esa presión, de alguna manera, anuló el orgasmo.
Me desató y me pidió que me pusiera en cuatro mientra me decía cosas tipo “buen aprendiz” en un tono opaco que me hizo pensar en nuestros chats. Me puse así arriba del colchón y trajo una toalla. La colocó entre mis rodillas, un poco más atrás. Entonces sacó algo del cajón de la mesa de luz, algo que no vi lo que era pero lo sentí cuando lo usó en mí. Era un dildo angosto: al menos entró fácil. Entonces lo empezó a mover más o menos rápido mientras lo giraba de a poco. No conseguí verla pero creo que ahí ella se estaba pajeando, porque gemía más que cuando estaba sobre mi pierna.
Me dijo que me daba permiso para acabar pero que iba a acabar como esclavo. Así que agarró la pija y la torció para atrás. Si en la erección el tronco está erguido, ella lo torció en sentido opuesto Tuve que relajarme para que no me doliera y metí mi cara entre mis manos aferradas al colchón. Empezó a pajearme con el dildo a más velocidad. Y quizás se debiera a que la posición me llevaba la sangre a la cara, pero me empecé a marear. Sentí mucho calor.
Aunque la sensación era rara y no estaba seguro, le dije que iba a acabar y entonces me empezó a pajear como si estuviera ordeñando, tirando la pija hacia atrás y hacia abajo. Lento, haciendo la mayor fuerza hacia abajo al igual que hay que hacer sobre la ubre de la vaca para que dé leche, mientras movía el dildo. Acabé así, sobre la toalla, con fuerza pero sintiendo el cuerpo liviano y percibiendo muchas contracciones del tronco de mi verga y del periné. Fue intenso. Me dolió. Sentí que me temblaba todo el cuerpo. Aunque no tenía más leche me seguía contrayendo igual. Cerré los ojos y de a poco mi respiración volvió a la normalidad. Me dijo entonces que me porté muy bien y que ella se tenía que ir, así que no hubo más palabras que las de rigor antes de que me abriera. No hablamos de nada en particular. Bajé por el ascensor mareado y mientras caminaba por la vereda repasaba lo vivido y volví a calentarme como si no hubiese acabado pocos minutos atrás, con la sensación de que rememoraba un episodio lejano, casi ajeno. Sólo al sentarme en el taxi la sensación en el culo me indicó que todo era reciente. Fue una experiencia rara.
Etiquetas: Autoporno, Karl von Münchhausen