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Por Luciano Lutereau
1.
Una de las formas del galán de nuestro tiempo es el varón separado con hijos. Es irresistible para muchas mujeres. Es el hombre tierno que lleva a sus hijos al jardín ante la mirada encantada de otras madres y señoritas. Sí, otras madres, porque el varón separado con hijos es un hombre maternal, tiernizado, maternizado. Y eso parece seducir a ciertas mujeres, a pesar de que el varón separado deba ser bastante narcisista para poder ocuparse de la vida con hijos y, en buena medida, renunciar al amor idealizado (propio de la masculinidad).
La seducción de este varón narcisista no es un rasgo propio, sino que se basa en un síntoma habitual en las mujeres: seguro ella (su ex) hizo algo mal y por eso este ángel no se la bancó más. Lo veo en el desprecio que sufren las madres separadas en el jardín. Algo malo habrán hecho. Si yo me olvido algo se debe a que soy un hombre muy ocupado, que además es padre, pero ellas son malas madres. Hablo de algo que trasciende mi experiencia personal y que pude escuchar en la vida de pacientes y amigas. La violencia machista no es sólo la de hombres hacia mujeres, sino la que también nace de los síntomas que la maternidad impone a las mujeres. Muchas de ellas, por falta de análisis, caen en la seducción del varón narcisista (que las lleva a una regresión a un lazo materno) y se satisfacen histéricamente en la crueldad contra otras mujeres. No se trata de una cuestión de educación de género, sino de acostarse en un diván y psicoanalizarse.
2.
Una amiga me cuenta una anécdota preciosa. Hace unos meses se mudó a un nuevo departamento. En la mudanza se cruzó con un vecino. Ella estaba con su madre, y ésta dijo: “Este chico es gay”.
En otras ocasiones que lo cruzó se saludaron y, en una reunión de consorcio, intercambiaron teléfonos. Comenzaron a escribirse. Una vez él usó su lavarropas. Otra vez ella le pidió que la despertara temprano porque debía viajar y temía quedarse dormida. El edificio tiene un SUM con mesas de ping-pong. Un día él le mandó un WhatsApp en el que le contaba que le había conseguido una paleta. Comenzaron a jugar regularmente. Se mandaron videos de chinos jugando al ping-pong por YouYube. Hicieron el chiste de armar juntos un equipo.
Hoy mi amiga me cuenta que ayer mientras cocinaban él la besó. Ella se dejó besar. Y luego preguntó: “¿Vos no sos gay?”. Él la miró extrañado y se río como si fuera un chiste. Por suerte él no la escucha como ella escucha a su madre.
3.
Las mujeres y la serie. Siempre que un varón me cuenta que conoció a una mujer presto atención al modo en que la nombra. Algunos dicen “la vecina del piso de arriba” o “la amiga de mi primo”. Establecen series. De este modo incluyen a las mujeres en conjuntos, como objetos predicables.
El deseo del varón, entonces, es sustitutivo, reemplaza, “corta y pega”. Pero también hay otros varones que se quedan sin palabras, que no saben decir qué le vieron a una chica, o que no pueden clasificarla. Pasan del fetiche al tótem, y el aura que envuelve a esa mujer fuera de serie les produce respeto y temor. Por eso Julia Kristeva vincula lo femenino con lo sagrado, no porque haya una esencia femenina, sino por la destitución que implica para el utilitarismo del deseo fálico.
4.
Una mujer comenta que un amigo se le declaró, pero “sería como acostarse con un hermano”. Inmediatamente después cuenta que tuvo un episodio de frigidez con un hombre. La interpretación va de suyo: en el inconsciente esa relación tenía un significado incestuoso. Así se resignifica su síntoma: no es que no pudo gozar (impotencia), sino que puede coger a condición de que el sexo no implique un goce (imposibilidad). Luego de un silencio objetor dice: “Pero yo era muy puta en la adolescencia”. Su objeción es confirmatoria. La fantasía de prostitución tiene dos elementos básicos: la defensa contra la seducción del hombre, que queda reducido a mero instrumento. Asimismo, la prostituta es la que siempre puede encontrarse con el padre entre los clientes. Dicho de otro modo, hace del padre un cliente. Mil películas muestran esto. Por lo general, las autodenominadas “trabajadoras sexuales” (me refiero a aquellas que defienden ejercer esta práctica) no tienen fantasías de prostitución. A veces sí las tienen las mujeres que cuestionan a la trabajadoras sexuales. Este debate es inútil si no pensamos el sexo como algo unido a la fantasía. Y el psicoanálisis es un método clínico para investigar estos temas. La fantasía de prostitución puede estar no sólo en las mujeres que cuestionan a las trabajadoras sexuales, sino también en actos mínimos: por ejemplo, la relación que investigadores argentinos establecen con autores internacionales (cuya “representación” encarnan en el Tercermundo, y así decirse “lacaniano” puede tener un sentido inconsciente equivalente a “soy la puta de Lacan”, lo mismo con Derrida, Deleuze, etc.) o bien el modo en que los psicoanalistas manejan los honorarios, al estilo Escort.
Etiquetas: Jacques Lacan, Julia Kristeva, Luciano Lutereau