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Por Karl von Münchhausen | Ilustración: Von Brandis
Recuerdo sus gritos, su fortaleza, desvestirla, su clítoris, su ferocidad. Todo lo que es Luna. Si respirara profundo en este instante podría sentirla. Extraño a Luna y sé que voy a masturbarme pensando en ella para que después no quede nada. Acabar quizás con una escena corta que el recuerdo elástico vuelve inagotable y entonces descubro detalles en los detalles para tener excusas y no dejar nunca de recordar su cuerpo.
Lo cierto es que no es difícil evocarla. Con ella siempre fue en un telo. El primero era sucio pero era el único en la zona. El televisor no emitía nada y su estática nos iluminó mientras la recorrí con mi lengua. El reflejo de la tele me hacía verla azulada porque así se combinaba el roce de su piel blanca con la luz intermitente de la pantalla.
Esa primera vez me sorprendió pidiendo que acabara en sus tetas. Sin dejar de mirarme a los ojos con su mirada zarca, se lo esparcía bajo su cuello. Hablaba y decía todo lo que no me imaginé que nunca diría una chica como ella. Pero nombró todo lo que su deseo estuvo elaborando en los meses previos. Y yo sólo podía acabar y mirarla, expulsar y mirarla, ser frágil y zozobrar en su tempestad.
Después de buscar la ropa en el piso, nos vestimos disfrazándonos de lo que éramos afuera: amigos. Fuimos a donde los otros nos esperaban y al entrar al hall todos nos saludaron con normalidad aunque yo todavía tenía su esencia entre mis dientes. Nadie sospechó nada. Y ella no sospecha que todavía hoy la recuerdo.
Etiquetas: Autoporno, Karl von Münchhausen