Blog
Por Luciano Lutereau
1.
La diferencia entre el psiquiatra y el psicoanalista: éste recibe regalos de su paciente, aquél de los laboratorios. El psicoanalista toma el don como símbolo de una deuda a analizar, el psiquiatra está contento con su computadora nueva. Es una diferencia ética.
2.
Finalmente ganó la medicalización del cuerpo. Hoy en día, muchos síntomas que antes se consideraban neuróticos son tratados como enfermedades orgánicas. La “intolerancia” de los celíacos era un síntoma gástrico típico de neurosis en el siglo XIX. Lo mismo respecto de lo que hoy se llama “síndrome vertiginoso” o de las “migrañas” y “fibromialgias”. ¿Significa un “progreso” de la ciencia que para la medicina actual ya no existan categorías como las de histeria o neurastenia? ¿O más bien se trata de una progesiva reducción del sujeto a un organismo, a expensas de cualquier causalidad psíquica? Esta destitución subjetiva ofrece siempre el consuelo de que “es así”, asociada esta identificación estática con un ser a la expectativa de un Estado que contemple y salvaguarde mi diferencia. He aquí la definición lacaniana de la locura. Por eso Lacan tenía razón cuando decía que el neurótico era un ser del pasado, y ahora estamos todos más o menos locos. Sin que esto implique una valoración.
3.
Alguna vez me gustaría titular un seminario con esta afirmación de Lacan: “La neurosis de transferencia es la neurosis del analista”. Un analista no es un experto en psicoanálisis. Saber sobre psicoanálisis no es garantía de una posición analítica, mucho menos considerarse un especialista, porque no hay profesionales para casos específicos, sino ese analista puntual que se dispone a sostener el sufrimiento a expensas de su propia persona.
4.
La neurosis siempre actualiza su síntoma en el tratamiento. Esto quiere decir que “el diagnóstico se hace en transferencia”. La obsesión impotentiza al analista, y por eso éste tiene la inquietud de “cómo entrarle”. Así se construye una fantasía de “penetración” que confirma la neurosis obsesiva, porque es una de sus piezas fundamentales. Lo mismo ocurre con la histeria, que transfiere su dolor excepcional, y hace que el analista la tenga de partenaire privilegiada. “Es un caso muy interesante de histeria” dice el clínico que, al supervisar, advierte que esta afirmación ya confirma el diagnóstico. Y si para algo sirve la supervisión, es para localizar la complicidad del analista con estas fantasías transferenciales, que pueden llevar a la detención del análisis.
5.
La neurosis sintomatiza todo lo que está a su alcance. Y en el análisis una de las primeras cosas que pueden neurotizarse es el tiempo. El tiempo de la sesión: que puede parecer poco, al que se llega tarde, etc. Pero donde más importa esta cuestión es en la frecuencia. Hay un modo obsesivo de sintomatizar la relación con el analista y, por ejemplo, plantear venir cada 15 días. La contracara histérica radica en el olvido de las sesiones a último momento. ¿Qué sentido tiene ir cada 15 días si no el de autorizarse faltar una vez por semana, cumplir a distancia, irse con permiso? Estar y no estar o, como se dice hoy “estar ausente”. ¡Toda una forma de presencia! Y lo mismo ocurre con la histeria y sus ausencias de última hora que ponen del lado del analista una prueba de bondad: ¿será cruel como para cobrar el honorario sin mí y rebajarme a puro objeto de goce económico, o me dará la oportunidad de “recuperar lo perdido”? Ahora bien, ninguno de estos síntomas de transferencia existiría si no hubiera un prejuicio neurótico (y pequeñoburgués) en el analista: la cita semanal agendada. ¿Puede calcularse un encuentro? ¿Podemos fijar de antemano cuándo volveremos a ver a un paciente?
6.
Después de cierto tiempo, un muchacho me dijo que un cuadro en mi consultorio le recordaba los genitales femeninos. Lo tomé como algo singular, hasta que otra persona dijo lo mismo a partir de un sueño que lo asociaba con un útero (lo que llevó a una alusión a mi apellido). A través de asociaciones el título del cuadro (“Le lever”) llevó a “labio” (en francés “levre”). Esta persona no sólo habla francés, sino que también contó alguna vez que Lacan tenía el cuadro “El origen del mundo” de Courbet. Todo esto estaría bien para ubicar determinaciones significantes, si no fuera por el adolescente que hoy me dijo: “Che, alta concha esta”. Me gustaría escribir alguna vez acerca de los objetos del consultorio, y las fantasías que despiertan, así como sobre el modo en que el deslizamiento significante toca un poquito (bastante) lo real.
Etiquetas: Luciano Lutereau