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Por Luciano Lutereau
1.
La paternidad implica una destitución masculina. Cualquier padre conoce la situación en que debe retar a su hijo, y el efecto es una profunda angustia sobre uno mismo. No hay padres satisfechos, sino hombres que se dividen por esa función significante. Por eso es tan tonto ese discurso actual sobre “poner límites”. Tan vacío. Porque sólo vista de afuera la paternidad consiste en esa impostura.
Hace un rato se largó a llover. Caminaba por la calle con Joaquín, que demoraba los pasos, hasta que tuve que reconvenirlo. En un bar un hombre me miró con cara de chusma. La escena es borgeana, porque advierto que sobre la mesa el tipo tiene un ejemplar de Cuando el otro es Otro, el libro sobre el prójimo que escribí con Esteban Dipaola. Como me sostiene la mirada, le digo: “En los libros todo es más fácil”.
2.
Joaquín se ríe de una canción que dice “me robaste el corazón”. Dice: “¿Cómo van a robarle el corazón?”. Y se ríe como loco. No entiendo qué le causa tanta gracia. Me da miedo preguntarle.
3.
Con Joaquín continuamos la charla respecto de la metáfora. Él se ríe de que el amor pueda simbolizarse con la expresión “robar el corazón”. Le digo que el corazón representa una parte valiosa del cuerpo. Como el pito. Ahora entiende. Cuando un nene gusta de una nena es como si ella le sacara el pito. Ahora el pito de él es de ella y es ella quien lo maneja. Aquí no entiende. Bueno, el pito no lo maneja nadie, pero el nene piensa que el pito lo maneja la nena. Ese pensamiento se llama fantasía. Y algo de verdad tiene, porque quizá la fantasía no es real pero sí es de verdad, porque si bien la nena no lo maneja, el pito piensa en la nena o, mejor dicho, la nena piensa en el pito (en el doble sentido) y por eso el nene cree que el pito se lo sacaron. Y es verdad. Tema solucionado. Aunque quedan dos preguntas: cuando un nene se enamora de otro nene, ¿también siente que le sacan el pito? ¿Qué pasa cuando la nena se enamora?
4.
En el auto escuchamos “Dame una señal”, una de nuestras canciones favoritas de Virus. Con Joaqui conversamos a veces del sentido de las letras. En este caso la interpretación no admite duda: “Trata de un nene que lo retan porque se porta mal”. Mi hijo ya sabe que detrás de las canciones de Virus hay fantasías perversas.
5.
La semana pasada Joaqui vio una foto mía en la que hablo con un micrófono. Me preguntó qué era. Le dije: “A veces papá tiene que hablar con un micrófono para que lo escuchen”. Esta foto explica por qué surgió el chiste, entre mi hijo y yo, de tener que preguntarle (al retarlo): “¿Me escuchaste o te lo tengo que decir con un micrófono?”; y la fantasía fálica en juego que hace que me ponga colorado cada vez que alguien me dice: “Acercátelo más a la boca que atrás no se oye”.
6.
Joaqui me propone jugar a la familia. Somos la mamá y el papá de su hijo-muñeco el mono. Él es la mamá. Luego del parto (nace de su panza, yo asisto como buen padre) llega el momento de dormir. “El bebé duerme en su cuna y nosotros en la cama”, dice. Ya cada uno en su lugar, cierro los ojos y empiezo a hacerme el dormido. Hasta que siento una mano que me toca el hombro. “¿Qué hacés Joaquín?”, le pregunto. “Somos la mamá y el papá, y nos tenemos que dar la mano para dormir”, responde. Y luego dice: “Ahora no soy la mamá porque quiero hacer pis y tengo que usar un pito”.
7.
Cada vez que le pregunto algo a Joaqui y no me quiere responder, hoy en día me dice: “Estoy pensando” o “Lo voy a pensar”. El síntoma es una forma paradójica de separarse del Otro, porque supone una alienación. Pobre hijo mío, cree que el pensamiento es para salvarse y no sabe que es para perderse.
8.
Hace días que ante una decepción Joaquín me dice “Sos malo”. Por lo general esa decepción tiene una estructura básica: tengo la culpa de algo que no me di cuenta. Me corrige en pasado: “Pero yo quería que vos…”, es decir, mis actos se le volvieron incomprensibles. Ayer lloró porque moví una silla, le dije: “Pero hijo, si no me lo decís no puedo saber que querías que la silla estuviera en otro lugar”. Después de un rato me dice: “Estoy enojado con vos porque no sabés lo que yo no digo”. Si hubiera una experiencia fundamental para explicar las relaciones del niño con el saber, debería ser ésta, el momento en que se descubre que el Otro no sabe como antesala de la represión.
9.
Muchas veces los padres se quejan de que sus hijos pidan cosas que luego no usan; pero, ¿podría reducirse el querer a algo utilitario? ¡Qué mala fe, ya que incluso ni ellos cumplen con ese criterio! Además los niños desean de una forma imperativa, quizá eso motiva la reacción defensiva de los padres: “Comprame algo” (“¿Qué querés?”, y la respuesta es vacía: “Algo”). “Necesito jugar un rato más”. Lo que más asusta de lo infantil es su deseo puro, al que sólo torpemente le suponemos un objeto. Atribuirle un objeto al deseo es la fantasía del adulto.
Etiquetas: Luciano Lutereau, Paternidad