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Por Luciano Sáliche
María José Herrera comenzó a dirigir el Museo de Arte de Tigre en el 2014. Su trayectoria es larga, hace 30 años que se mueve por los pasillos estatales. Estuvo mucho tiempo en el Museo de Bellas Artes y también, aunque de forma breve, en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo). Para llegar hasta su oficina en el segundo piso hay que caminar, primero, por los jardines ambiciosos del edificio que permanece duro e inmóvil a orillas del espeso río Luján. Su estética es imponente: columnas dóricas, portones de hierro, pilastras, mármol de Carrara, ornamentos, guirnaldas, bronce, faroles, cúpulas, césped. Todo este juego arquitectónico nació en 1910 cuando la firma de los franceses Louis Dubois y Paul Pater emprendió la tarea constructora. La alta sociedad —más precisamente, la membresía del Tigre Club— bailaba por las noches y disfrutaba del río por la tarde. Había, incluso, un casino funcionando allí adentro. Con el tiempo todo quedó en desuso. En el 74 se expropió y en el 98 se comenzó a restaurar con un objetivo claro: que sea un gran museo de arte. En 2006 abrió sus puertas. Hoy tiene 11 años de vida y una imponencia que parece milenaria.
Luego, ya adentro, tres muestras engalanan y revitalizan a este gigante: Ernesto Deira, los fragmentos del conflicto, (los dibujos de líneas temblorosas y enruladas del pintor de Otra figuración hablan de un horror siempre cercano, siempre acechante), Antonio Berni en la colección Neuman, y Colección Scheimberg: arte para el pueblo. Las dos últimas ponen en evidencia la figura del coleccionista, un actor invisibilizado por su rol de gestor o un simple aficionado que, en muchos casos, termina realizando un aporte valiosísimo a la sociedad: donar sus obras a los museos, hacerlas públicas. Culminado el recorrido, ya en la planta de arriba, luego de una escalera inmensa de mármol, alrededor de 50 chicos dibujan sobre una mesa larga. Vacaciones de invierno. Los guías educativos les cuentan sobre las virtudes del arte y ellos prestan atención, aunque también gritan y llenan sus hojas de rayas y colores. Detrás de esa puerta blanca que aleja el murmullo infantil, está la oficina de la directora del MAT, María José Herrera. Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires, experta en arte argentino y contemporáneo, habla de forma clara y pedagógica mientras toma café negro en un pocillo sin manija.

Museo de Tigre (Foto: Luis Argerich)
Desde hace un tiempo a esta parte, los museos se volvieron lugares más amables para la gran mayoría de la sociedad. ¿Cómo se produjo este cambio?
Creo que los museos, a lo largo de los últimos 30 años, fueron cambiando radicalmente. De ser mausoleos, de ser lugares casi como rituales, como ir a la iglesia, a la mezquita o a la sinagoga, dejaron ese aspecto y se convirtieron en lugares que combinan el entretenimiento con el conocimiento. En la exposición no ves objetos mudos sino objetos que tienen textos, que te explican qué es, visitas guiadas, audioguías, podés bajártelos al celular, en muchos casos tenés bares para tomar algo y computadoras para buscar información. Es decir, hay toda una serie de instrumentos tecnológicos de servicios que se implementaron en los museos que tiene que ver con el auge que tuvieron los centros culturales en la década del 70, que eran así. A partir de los años 80, el modelo de los centros culturales, con su dinamismo y su modo de ser más informal y más atractivo, se combinó con el modelo más antiguo del museo mausoleo que atesoraba obras que escasamente mostraba. Todo se modernizó, las formas de mostrar son más interactivas por un lado, pero por otro también pensadas y diseñadas. Yo vi esa evolución a lo largo de mi carrera. Yo entré al Museo de Bellas Artes cuando tenía 24 años y de allí hasta hoy se produjo un giro copernicano en las muestras y los servicios que los museos ofrecen.
Frente al pronóstico de que las personas, con las nuevas tecnologías, iban a quedarse en su casa y dejar de salir, los museos parecen seguir muy activos…
Las tecnologías ayudan y completan pero la experiencia directa es otra cosa. Esa es la gran diferencia que tiene el museo en comparación de otras experiencias educativas, que tiene objetos. Es una educación basada en objetos y, en los museos más modernos, en relatos, que tal vez reemplazan a los objetos. Pero siempre hay una base objetual que hace que vos estés interesado en ir. Además que el espacio está ritualizado de un modo particular, con lo cual no es lo mismo verlo por tele que ir. Esa experiencia en vivo y en directo es irremplazable. Es complementaria, pero en sí es irremplazable. Siempre la reproducción está hecha en base a los ojos de alguien, que está muy bien, pero yo prefiero los míos.
¿Cómo hacer, entonces, para que el público deje de ver Netflix por un ratito y vaya a un museo?
El museo tiene que ofrecer lo mismo que Netflix en términos de atractivo, no en términos de contenido. Los contenidos tiene que ser los contenidos propios. Yo no voy a armar una telenovela sobre Berni. Sí podría haber una telenovela sobre Berni, pero los cuadros tienen que estar. Yo creo que es una cuestión de lecturas, de distintas capacidades de lectura. Como el teatro, la ópera, la música en vivo, la gente sigue yendo a los espectáculos en vivo. El museo es lo mismo.
¿Y cómo pensar al museo respecto a lo comercial, ya que suele estar en tensión con el mercado?
Está en tensión, aunque ahora es una tensión que se va compensando. Yo creo que no hay temas comerciales o no comerciales, sino formas comerciales de mostrar esos temas. Entonces vos podés mostrar la cosa más dura del mundo. Por ejemplo, fotos sobre el Holocausto. Lo podés plantear como una reflexión en imágenes de una tragedia terrorífica del siglo XX, o podés decir: “Venga y mire los cuerpos destrozados, las mujeres, los niños transportados…” O sea, el amarillismo existe, es una formación de atracción, no cabe ninguna duda. Pero creo que los museos tienen la responsabilidad de educar. Y cuando se habla de educar, hay cosas que no van. Hay nociones y criterios de educación que siguen estables. Hay muchos que cambian, por suerte, como que no nos hagan repetir cosas de memoria. Creo que la competencia entre los medios masivos de comunicación y los museos no existe tanto, cada vez tiende a existir menos, porque las exposiciones son medios de comunicación también. Están así encaradas en la actualidad. Por ejemplo, antes vos ibas al Museo de Ciencias Naturales y al lado había un cartelito con la palabra en latín que decía el nombre de la especie que estabas viendo, y eso era todo. En cambio hoy vas y seguramente el cartelito está en alguna parte, pero también está agrupado por animales o mamíferos, y te muestran ese mundo desde la divulgación científica, un género diferente, pero es el lenguaje de la mejor comunicación masiva. Y eso es un compromiso.

El pase, 1968, xilocollage, 59 x 90 cm. Antonio Berni (colección Neuman)
Algo que se destaca en las muestras actuales del MAT es la figura del coleccionista, que suele pasar desapercibida para el público, ¿cuál es su rol?
En la historia, los coleccionistas eran conocidos por los más expertos. Pensá en cómo se formaron las colecciones imperiales, que después esas colecciones se nacionalizan y se forman los grandes museos. El Papa Médici era un gran coleccionista y un gran mecenas. El coleccionista siempre existió y es más conocido dentro de lo académico y de lo experto. Hoy también salen a la luz masiva. Fijate con la existencia de las ferias de arte existen programas especiales para coleccionistas que vienen del exterior a conocer acá, y viceversa. Se trata de uno de los protagonistas del campo artístico en la producción, en la circulación y en el consumo. Es un consumidor que a su vez tiene la posibilidad de que su colección tome estado público a partir de las exposiciones, lo cual le da rédito y estatus social, pero también es una acción filantrópico: poder compartir con los demás lo que tiene. Una cosa es el arte de un artista y otra es la colección de un coleccionista. Esa colección es arte en contexto, en el contexto de quién la crea, de cómo la crea, de cuáles fueron sus elecciones afectivas o profesionales, o de inversión. Muchos coleccionistas compran para invertir. Hablar de los coleccionistas es hablar del tejido social de arte.
¿Termina siendo una especie de curador también?
Sí, al exponer su colección exponés sus selecciones. En ese sentido sería un curador. pero lo que pasa con la curaduría es algo más que selección, es interpretación. Se habla de curaduría cuando a ese conjunto se lo interpreta de determinada manera, se muestran algunas, otras no. Yo, sobre la colección Scheimberg, no mostré las 156 obras, estoy mostrando 107. En ese recorte hay un criterio que es del curador, no ya del coleccionista. El coleccionista es el curador de su casa, no de la colección en el museo.
En este sentido, ¿cómo pensar el museo público en relación con el privado?
No es lo mismo un museo público como el Museo Nacional que es enorme y tiene una colección de 14 mil piezas a un museo como el nuestro, que si bien es gubernamental, tiene 200 y pico y están en una ciudad de las afueras y no en el centro. Es decir, dentro de lo público y lo privado hay distintos modelos. Yo creo que ambos son públicos, porque público es todo lo que es accesible a la visibilidad del ciudadano. En ese sentido todos los museos, ya sea que se sostengan o no por fondos privados, tienen un compromiso público. Lo que cada vez se nota más es la aproximación entre estos dos modelos. Antes se podía decir: “Los museos públicos muestran arte argentino y los privados, que tienen más plata, pueden traer cosas de afuera”. Eso sí puede seguir sucediendo, si hablamos del MALBA, por ejemplo, que tiene un poco más de arte internacional que los museos públicos. Pero es relativo porque todo es cuestión del interés que uno tenga. Siempre existió el sponsoring y vos podés fidelizar empresas que te permitan traer muestras del exterior. Yo no soy de esa política, porque con lo que gasto en traer una muestra del exterior hago tres maravillosas muestras de arte argentino. Me parece que tiene más sentido. Ese es el lugar que yo encontré en este museo: ofrecer panoramas y retrospectivas del arte argentino.

Lino Eneas Spilimbergo, Figura (detalle), 1932, témpera, 95 x 69 cm Colección Scheimberg
¿Y cómo ves el arte argentino de los últimos años?
No trabajo con el arte emergente, pero sí fui a ArteBA y veo cosas. No es lo que más me interesa. Yo soy historiadora y me viene bien una cierta distancia por evaluar los fenómenos. Sí veo mucha gente trabajando, pero son pocos que lo hacen con un contenido más local y genuino. Veo mucha globalización en el arte. Y cuando digo globalización no lo estoy diciendo en un sentido positivo, porque globalización hubo siempre. Me refiero al fuego, es una globalización, por ejemplo: lo tuvo una tribu, lo tuvieron todos y se globalizó. La globalización no es un fenómeno de lo contemporáneo pero sí es ese efecto de gente que vive acá y trabaja allá, las grandes migraciones, eso sí es reciente. Pero me refiero a que el arte más joven está demasiado pendiente de lo que pasa afuera. No es que no haya que estarlo, el arte contemporáneo siempre fue sincrónico en todo el mundo, pero como que no está tratando de encontrar sus propios temas, porque los lenguajes pueden ser los mismos pero los temas no lo son. La realidad de cada lugar del planeta es diferente. Veo ciertos artistas que están como volviendo a lo local, y otros que están aspirando a convertirse en artistas transnacionales.
¿Cuándo empezó a cambiar?
A finales de los 90, te diría. No soy una estudiosa del tema pero creo que la caída del Muro, las migraciones internas en Europa, la difusión de internet, muchas cuestiones tecnológicas hicieron que no sepas cuál es la localización desde la cual se está produciendo algo…. esa deslocalizalición de las cosas, esa falta de contexto. Para mí internet es un gran descontextualizador de las cosas. El tipo de tecnologías es lo que hace que esa cosa global se produzca. No estoy diciendo que es negativo, digo que es un signo de los tiempos.
Sobre todo cuando hay mucho por revolarorizar, ¿no?
Hay cosas que son arcaicas, otras que son emergentes y otras que son tradicionales. Son tres niveles. No es un invento mío, sino de Raymond Williams. Muchas veces se valoriza sólo lo emergente, no se presta la atención a lo arcaico, y a lo tradicional se lo desecha. Creo que hay que ser equitativamente interesado en las tres cosas, porque forman la actualidad. Para mí el compromiso de un museo es dar cuenta de la realidad en su totalidad. Obviamente es una abstracción, pero sí tratar de lograr la mayor representatividad posible de los elementos culturales que forman a la Nación o a la comunidad.
¿Cómo gestionar algo tan artístico y cultural sin contaminarse de la política más coyuntural?
Yo soy funcionario público de hace 30 años. De esto sé. Nunca tuve ningún tipo de interferencia con lo político. Espero no tenerlo. Me parece que no son tantas las veces en las cuales el arte se mezcla tanto con el acontecer político. Recuerdo el caso que le pasó a una colega, Andrea Giunta, con la retrospectiva de León Ferrari en 2004 en Recoleta. Hablaba pestes de la religión católica, Bergoglio que en ese momento era obispo le mandó una carta, se cerró la muestra y hubo todo un despiole. Pero fuera de eso, en general la cultura a nivel de los museos -no de las industrias culturales, que sí suelen estar más empapadas de la política- es mucho más amplia. No suele haber ese tipo de interferencias. Entiendo que en cosas más masivas puede ser que lo haya.

St, 1966, tinta sobre papel, 35 x 43 cm. Colección familia de Ernesto Deira
Pero si de repente quieren hacer una muestra por el aniversario de algún personaje de la historia y quieren llevarlo para una posición en la que se aleja de tu interpretación a lo que fue ese personaje en su tiempo, ¿cómo se resuelve eso?
En el caso de que existiese sería una exposición que yo no curaría, que vendría curada de afuera. pero por suerte no ocurrió nunca. Siendo la directora general, por más que hubiese una decisión política, yo creo que me consultarían aunque sea para que yo diga “no me parece”. Además, cada gestión, cada gobierno puede tener sus gustos y preferencias pero eso no puede ir por encima de los técnicos. Yo soy un funcionario técnico. No es que yo decido por si me gusta o no me gusta. Mis decisiones pasan por si en el perfil del museo esto tiene cabida o no lo tiene. Los museos establecen valores, legitiman y deslegitiman. Es un poder muy grande el que tienen. Por eso te digo que quiero tener la mayor representatividad posible en el sistema del arte. Cuando me pregunta “¿cuál es el cupo que hay para los artistas tigrenses?” Yo digo: “Acá no hay cupo para nadie. Acá exponen los mejores artistas de donde sean, tigrenses incluidos”. El criterio tiene que ver con el perfil que el museo establece y con la calidad del arte. Hay otros lugares donde la cultura puede estar al servicio de la política, pero en los museos es menos.
¿Cómo está el MAT hoy? ¿Qué lugar creés que ocupa en el mapa de museos?
Veo a la comunidad muy comprometida con el museo. Viene, visita, le encanta, se identifica. Ya es un ícono y un referente de la Provincia de Buenos Aires, es el más importante. Si lo comparás con el Museo de Mar del Plata, que es un edificio enorme y maravilloso pero sin colección, y en consecuencia sin exposiciones propias. Entonces un museo es todo eso: es una colección y es una producción de conocimiento en torno al arte. A mí me interesa mostrar la colección pero también otras cosas que le den un dinamismo al museo. Un museo que sólo muestra su colección es sorpresa sólo para un turista. Hay cosas que son arcaicas, otras que son emergentes y otras que son tradicionales. Son tres niveles. No es un invento mío, sino de Raymond Williams. Muchas veces se valoriza sólo lo emergente, no se presta la atención a lo arcaico, y a lo tradicional se lo desecha. Creo que hay que ser equitativamente interesado en las tres cosas, porque forman la actualidad.
Por último, ¿cuál es la función que tiene que tener el arte en una sociedad como la nuestra?
Yo creo que el arte nos hace mejores, nos hace imaginar cosas que no nos imaginaríamos. Justamente estábamos hablando con los guías del departamento educativo. Les decía que la función del educador y del guía tiene que ser hacer ver lo que el visitante mira. Vos mirás, pero que veas es un proceso que requiere una intención cognitiva, y eso a veces ocurre solo, y sino hay que ayudarlo. Yo creo que el arte es eso: te ayuda a ver. Hay cosas que, sin darnos cuenta, las vemos a través del arte. Frecuentar el arte, usarlo, disfrutarlo, te ayuda a conocerte a vos mismo, a ver de otra manera la naturaleza. Es un instrumento que desde la antigüedad fue así. Pensá que el arte siempre tuvo como función la elevación del espíritu, como se decía antes, el crecimiento personal. Incluso ver los frutos de la creatividad te hace encontrar la creatividad propia. Creo que el arte tiene una función fundamental para mejorar nuestras vidas. De hecho, creo que en la contemporaneidad hay muchísimo arte diluído en los medios de comunicación. Mucho más arte de lo que había en otras épocas.
Etiquetas: Antonio Berni, arte, Coleccionistas, Ernesto Deira, María José Herrera, Museo de Arte de Tigre