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Por Valentino Cappelloni
«No sé quién soy, pero sufro cuando me deforman»
Witold Gombrowicz
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El 8 de abril de 1963, después de haber vivido 24 años en el país, Gombrowicz se sube a un barco con destino a Europa y le grita a los discípulos que lo habían ido a despedir: “¡Maten a Borges!”. Cuatro años después va a ganar el premio Formentor, el mismo premio que había sido concedido, en 1961, a Borges.
El Formentor los instala a ambos en la escena literaria global. De ahí para acá, distintos recorridos.
Borges es el epígrafe de un libro de Foucault. Es la voz de una máquina futurista en una película de Godard. Es un tipo frente al cual Mick Jagger se agachó y le dijo “Master”.
A su vez, Gombrowicz es uno de los escritores polacos más importantes en su país de origen. Es de lectura obligatoria. Aunque escribió el grueso de su obra en Buenos Aires, acá no se lo aborda ni en Puán. Apenas se adivina cómo se pronuncia ese juego de letras de fin de abecedario que hay en su apellido, que, como la punta de una cola de escorpión, siempre está por picar.
Nosotros le decimos Gombrovich.
Bioy Casares, en un gesto usual en relación a Borges, escribió sobre Witoldo: “No vale la pena el esfuerzo de estirar la mano para sacarlo de la biblioteca”.
¿No dan más ganas de leerlo?
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Un montón de veces me preguntan qué leer para arrancar con Witoldo.
Ferdydurke es una patada. A veces genial, a veces intragable. Ese tipo de libros que arrancás a leer y dejás, volvés a arrancar de cero y dejás, y después otra vez y así, avanzando de a puchitos, hasta llegar al final. Cosmos está muy bien. Es una gran síntesis de las intenciones literarias de Gombrowicz. Los cuentos de Bacacay son geniales, pero primigenios. Para mí, lo mejor: el Diario argentino. Que no es un diario (porque le encargaron desde Europa que lo escribiera), sino un ensayo disfrazado de diario. Ahí Witoldo habla de su vida más o menos cotidiana, sus angustias, su mirada sobre la Argentina y los argentinos, sus opiniones sobre la literatura. Más allá de que es una puerta de entrada más bien amable a su obra y pensamiento, lo que vamos encontrando ahí es una mirada descarnada. Una disección del cuerpo nacional hecha por un forense extranjero.
¿Nos encontramos con quién era Gombrowicz? No. Todas las personas, y más los escritores, crean, en diferente medida, un mito de sí mismos. Gombrowicz, el conde falso, el homosexual europeo, el provocador, no es la excepción. “Soy. Soy en exceso”, va a decir. También el epígrafe que acompaña esta nota. ¿Importa quién es uno? Quizás sí, quizás no. Tal vez, sólo momentáneamente.
Gombrowicz quería ser un escritor reconocido. Quería los aplausos y la fama. En esto era bastante honesto. Pero no por esto condescendía en hacerle el juego a la hegemonía literaria rioplatense. No escribía para llamarle la atención a las Ocampo. No escribía para inscribirse, él, en alguna de las corrientes literarias que andaban por Buenos Aires. Era fiel a sí mismo.
Igual, le gustaba el quilombo.
Cuando los poetas de acá se enteraron de que estaba un escritor europeo con libros publicados viviendo a unas cuadras, lo invitaron a dar una conferencia en la librería Fray Mocho. Gombrowicz se presentó y les leyó a todos uno de sus ensayos más famosos: Contra los poetas.
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Borges se obsesionaba con los laberintos. No me cuesta imaginarlo así, en sus recorridos por los pueblos mínimos del interior donde daba conferencias en las bibliotecas municipales para comer, o llevado por los rincones y los pasillos de esas casas de alta sociedad donde se dirimía la vida de los integrantes de Sur: medio asfixiado, medio desorientado, de alguna forma anticipando la ceguera.
¿Y Gombrowicz? Gombrowicz merodeaba. Retiro, los puertos, los cafés. Le gustaba lo bajo. Se sentía atraído por lo bajo. Encontraba en lo no resuelto, en lo potencial, una fuente de energía, una posibilidad de creación todavía no arruinada por lo que finalmente se es. En otras palabras: salir del laberinto por arriba.
Gombrowicz peleó siempre a favor de la inmadurez. No de los jovencitos (que igual le gustaban, y mucho), sino de un estado formal sin forma definida. Una inquietud perpetua contra la fosilización.
En él, conceptos como el nacionalismo, la patria, la religión, la familia (entre otros) tenían un sentido de constricción ridícula. Eran dispositivos de pensamiento con poco margen de libertad. ¿Esto significa que los libros de Gombrowicz son livianos? Para nada. Pocos autores evidencian los traumas que dejó la Primera Guerra Mundial como los soldaditos de Bacacay o los alumnos de Ferdydurke. Lo que existe es una clave absurda para interpretar problemáticas típicamente modernas.
En este sentido, “matar a Borges” no era una yihad contra Barrio Norte, sino una lectura precisa y sintética del corset fantasmal que iba a rodear a gran parte de la literatura argentina: humanizar a Borges para desembarazarse de él.
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“Bueno, hay que juntar casi 50 lucas para la revista”. Eso es lo último que nos decimos en la última reunión los integrantes del Congreso, antes de darle un arranque formal a la campaña de crowdfunding. Witolda va a ser la primera revista en español sobre Witold Gombowicz y no tenemos un peso para financiarla. Hay que salir a hacer lo que hacemos siempre: persistir.
Tenemos un amigo que es diseñador de medias. Como el tipo nos quiere, agarra sus computadoras tipo Commodore viejas, abre el programa coreano para dibujar y esquematiza, con los píxeles que después van a ser los puntos tejidos, la cara de Gombrowicz sobre el cuerpo de Superman. Después hace una caricatura de Witoldo con un barco en la cabeza. Después, unas más darks, con el típico gorrión (pero que todavía no está ahorcado).
Además de las medias y de la preventa de la revista, ofrecemos libros y remeras.
¿Vamos a llegar? No sabemos. Nunca sabemos. No lo supimos el año pasado, cuando juntamos apenas unos días antes del deadline las 35 lucas para armar Contra los escritores, un gameshow que hicimos en un teatro, con famosos que jamás habían leído a Gombrowicz. No lo supimos cuando armamos el Primer Congreso Internacional, al cual vinieron más de 60 expositores de todo el mundo. Tampoco lo vamos a saber cuando armemos nuestros próximos proyectos en relación a Gombrowicz.
Una enseñanza que me reafirma, todos los años, este grupo de personas: vivir en un estado de incertidumbre es estimulante.
Hoy, 17 de agosto, todavía nos faltan 13 mil pesos.
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¿Por qué, entonces, no se lee a Gombrowicz?
Otra anécdota. Cuando Gombrowicz llegó acá, solamente hablaba polaco, francés y alemán. Tenía un libro de cuentos (lo que más adelante sería Bacacay) que había sido publicado y vapuleado en Polonia, y una novela, Ferdydurke, publicada pero poco reconocida. No tenía un peso así que vagabundeaba por ahí y terminaba regularmente en el café Rex, donde jugaba al ajedrez y le mangueaba algún plato a algunos amigos que había hecho. En una de esas tantas vueltas, el tipo dice que es escritor y que tiene una novela. Quizás no se lo tomaron muy en serio, o quizás sí, porque de repente tuvo alrededor a una especie de consejo formado por cubanos y argentinos, que se dispusieron a traducir Ferdydurke de acuerdo a la siguiente metodología: Gombrowicz leía en polaco y traducía verbalmente al francés, los demás escuchaban y pasaban a un español caribeño-hispano-argentino; cada tanto Gombrowicz escuchaba una palabra en el aire del café, y si le gustaba el sonido, porque no tenía ni idea de qué significaba, reemplazaba alguna palabra del texto por esa (y de ahí que un personaje de Ferdydurke se llame Sifón); también, cada tanto, Gombrowicz inventaba palabras u onomatopeyas, o le pedía consejos al mozo o a la gente que pasaba. Así se dio la traducción original, que hoy todavía persiste, en las ediciones que llevan un prólogo de Sábato. Uno ya se puede imaginar la coherencia, a simple vista, que tendrá ese texto.
Sin embargo, quizás el principal “problema” de Gombrowicz sea que, en una época donde le demandamos como condición inherente a todos nuestros consumos culturales el entretenimiento, los textos de Witoldo se rebelan y son ellos los que reclaman. Y lo que reclaman es atención. Que les prestemos atención. Y prestarle atención a algo es convertirlo en excepcional. Es separar de ese objeto todo lo que lo rodea, suspender el mundo o reducirlo solamente a aquello que tenemos enfrente. Gombrowicz pide que apaguemos el multi-tasking y que nos sometamos a sus caprichos. Cuando quiera será entretenido, cuando quiera será reflexivo, cuando quiera será insoportable.
¿Vale la pena el viaje?
Nosotros creemos que sí.
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Etiquetas: Formentor, Jorge Luis Borges, Literatura, Valentino Cappelloni, Witold Gombrowicz, Witolda