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Por Juanjo Conti
Desde hace algunos años, la Feria del Libro de Santa Fe me genera mucho entusiasmo. Durante varios de esos años, participé desde adentro, en el stand de las editoriales independientes e incluso, el último año, me animé a dar un taller. Este, por estar bastante ocupado con el trabajo y otras actividades, participé sólo como espectador. Este es mi recorte personal. No fui todos los días, pero seguro más que el visitante promedio. Se extendió del lunes 11 al domingo 17 de septiembre.
Lunes
Decir que la feria arrancó el lunes es casi un formalismo para argumentar que dura una semana completa. La primera actividad de ese día fue a las 18 y consistió en el acto oficial de apertura. La mayoría de los stands ya estaban dispuestos y la concurrencia de público fue modesta.
La extensión de la feria merece un párrafo aparte. En años anteriores, varios de los participantes aplaudimos la decisión de que sólo dure un fin de semana (tres días bien cargados), ya que, al alargarla una semana, las pocas actividades convocantes se diluyen; los días de semana sólo la visitan alumnos de la escuela primaria y los feriantes que atienden los stands terminan con un saldo negativo al comparar sus ventas con el esfuerzo requerido. El análisis de si sirvió o no prolongar la feria queda para los organizadores y entidades patrocinantes.
Aunque no iba a participar este año, a último momento se me ocurrió llevar los pocos ejemplares que me quedaban de mi discreta editorial Automágica. Me contacté con un grupo que este año hizo su aparición inaugural en la feria y en la escena literaria de la ciudad: “La conspiración de los fuleros”, cinco amigos que sábado por medio se reúnen a trabajar el género fantástico y que este año publicaron Puertas adentro, historias de una Santa Fe extraña. Ellos, de buena gana, me dijeron que me acerque, pero la noche se me hizo corta y recién el martes visité por primera vez la feria para entregarles mis libros y ver qué novedades comprar.
Martes
El martes a la mañana, después de dejar a mi mujer en el trabajo y antes de empezar con mi propia jornada laboral, hice escala en la Estación Belgrano, donde desde hace años y con buen tino, se realiza la feria. (Si bien la queja recurrente suele ser el frío, ya que la parte trasera de la vieja estación de trenes no está cerrada, no se me ocurre un lugar mejor.)
No bien entré, la primera impresión fue que había menos stands que el año anterior, como si el salón hubiese quedado grande y los pasillos y callejuelas que en otras ocasiones, o incluso en otros eventos, se abarrotan de gente, ahora fueran amplias avenidas desiertas. Pudo haber sido una cuestión de perspectiva causada por (lo digo otra vez) la poca gente que va un día de semana o por lo que comprobé (“para muestra basta un botón”) en el stand de las editoriales independientes: lo que en otros años llegó a ser dos tablones largos extendidos en uno de los laterales del salón, ahora estaba reducido a una mesa de tres metros en la que convivían por turnos al menos cinco grupos. Entre los participantes, destaco a La Gota Microediciones, con su catálogo que ya supera los cien títulos; Ediciones del Campamento, primera vez en la feria, con ediciones artesanales que combinan poesía y dibujo; Corteza Ediciones de Santo Tomé y Río Picado, que surgió de la unión de los dos mejores fanzines de la región: Big Bang y Yerba.
En la misma isla, pero del otro lado, estaban los puestos de Ediciones Godot y La Coop. En el primero pude encontrar una bellísima edición de Una vida sin principios de Henry Thoreau, que no había podido conseguir en las librerías de la ciudad. En el de La Coop, cooperativa que reúne a varias editoriales del país, compré Cielos de Córdoba (Editorial Nudista), Nunca corrí siempre cobré (Evaristo Editorial) y Un Renault 12 de otro planeta (Evaristo Editorial).
Una actividad destacada de la mañana fue la presentación de la banda sinfónica municipal. Tuve la oportunidad de ver un concierto didáctico para alumnos de escuelas primarias, en el que se repasaban los diferentes instrumentos que la componen.
Volví a la noche para la conferencia inaugural brindada por Martín Caparrós, quien fue presentado por el gobernador de la provincia. El periodista y escritor leyó un texto que escribió cuando cumplió sesenta años, llamado La culpa es nuestra sobre la Argentina de antes, la de ahora y lo que no se va a poder arreglar. Pero a mí me gustó más la parte en la que habló sobre su novela Valfierno.
Miércoles
El miércoles pasé a la mañana; me senté un rato a tomar mates en el stand de las editoriales independientes y casi no vi personas más allá de las que estaban trabajando. A la tarde no pude volver, pero de los eventos programados, me hubiese gustado asistir a la entrega del premio de cuento municipal, en la que leyeron Ariel Aguirre (ganador por su libro Weekend), Claudia Chamudis y Erica Rozek.
Jueves
Llegué un rato antes de las 18 porque unos amigos iban a leer en una presentación de ASDE (Asociación Santafesina de Escritores). De lo que escuché, lo que más me gustó fue un cuento sobre “levitadores de Laguna Paiva”. El autor es Ricardo Plank y luego de preguntar un poco, descubrí que el texto aparece en su libro Llegando.
Cuando terminaron las lecturas, bajé del primer piso y encontré en el centro de la feria, en el «domo», a Juan José Becerra que estaba presentando su libro El artista más grande del mundo (Seix Barral). Creo que había quince personas escuchándolo. ¿Cómo puede ser? Si antes dije que los stands me parecieron pocos, la calidad de las charlas y presentaciones que hubo este año superaron a las de años anteriores. Sin embargo, el que no estuvo al nivel fue el público asistente. ¿Faltó difusión? ¿No hay interés? Tal vez la respuesta esté en lo siguiente: una feria del libro no es necesariamente una feria de literatura.
Me senté a escuchar y Becerra estaba respondiendo a una pregunta que no oí, pero deduzco que le pedían comparar su obra con la de César Aira. “La realidad siempre tiende a delirar. Esos delirios no pueden ser llamados irracionales, ya que no sabemos muy bien qué es la realidad. Lo que vemos en Aira es que empiezan a pasar cosas que ocurren en dimensiones que nos cuestan pensar que puedan pasar en escenarios de nuestra realidad cotidiana. Pero puede ser que haya un diálogo con Aira; en ese caso, bienvenido”.
Viernes
Las dos charlas que más me interesaban estaban programadas para el último día hábil de la semana y coincidieron con clases que tenía que dar. Por suerte, una amigo se tomó el trabajo de filmarlas para que pueda verlas. La primera fue de Carlos Busqued y se anunciaba como una presentación de la novela Bajo este sol tremendo (Anagrama), lo cual es, en principio, curioso, ya que la novela es del año 2009. Sin embargo, Melina Torres, la presentadora, lo aclaró al principio: “Bajo este sol tremendo es una novela de culto para los escritores” y eso habla de la vigencia del libro.
Tal vez un revival de la novela se deba a que recientemente un recorte de esta fue llevada al cine bajo el título El otro hermano. Al ser consultado al respecto, Busqued contó que la había visto por primera vez el día anterior y le parecía “horrible”, “se quedaron con la truculencia de la cosa y dejaron afuera la construcción psicológica de los personajes que era lo que le daba sustento. Se quedaron con la historia policial, que no tiene ningún suspenso ni incógnita”.
A pesar del título de la presentación, también se habló de ingeniería (Busqued se recibió de Ingeniero Metalúrgico y da clases de Análisis Matemático 3 en la UTN) y de su nuevo libro (ya entregado) llamado Magnetizado. Es un texto de no ficción que cuenta la historia de un asesino serial argentino muy extraño, que mató a cuatro personas durante una semana en el año 1982. Fueron cuatro crímenes idénticos y sin ningún sentido para nadie. Las víctimas fueron taxistas. Ricardo, que así se llama el asesino, sufría de un brote psicótico, vivía en la calle y dormía en un cine continuado. Un día, al salir del cine, sintió en su interior el mensaje “es el que viene”, tomó un taxi, le indicó una dirección al chofer y, cuando llegaron, el taxista se dio vuelta para cobrarle y Ricardo le disparó con un pistola calibre 22. Luego puso el taxímetro en cero y se fumó dos cigarrillos. “Estoy seguro de que el libro, de la manera que lo armé, tiene sentido, se sostiene a sí mismo y no necesita de apoyo externo. Pero es tan raro el caso y tan rara la forma de hablar de Ricardo que no se cómo va a dialogar el libro con los lectores. Estoy seguro de que se justifica su existencia. Es un libro que yo leería”.
La charla terminó con un pequeño comentario sobre la próxima novela de Busqued, aún no finalizada. Será una aventura con nazis que esperan el regreso de Hitler a bordo de un caballo de ocho patas, gente que quiere irse a vivir a la Antártida y un hombre que hace un pozo.
Finalmente, llegué a la segunda charla antes de que empiece. Martín Ferratto presentó a Leonardo Oyola y su última novela publicada en Argentina, Chamamé (Random House), “un western porteño”. Yo la había leído hace unos años, en su edición española, pero, de todas formas, esperaba con ansiedad esta conversación.
Ferratto, preguntas mediante, abrió con un repaso de los orígenes del autor para luego meterse en el texto que nos convocaba. Dijo: “Hay un momento en el libro en el que se plantea que cuando uno está despierto, duda, pero cuando sueña, actúa con mayor decisión. ¿Cómo llevás este concepto a tu escritura?”. Oyola respondió: “Son varios estados los que sentís cuando estás escribiendo. Uno de los más lindos es la duermevela. Está bueno confundir un poco la realidad con la ficción que estás creando, siempre y cuando luego puedas desconectarte”.
Después se abrió el espacio para preguntas del público; cuánto tiempo llevó la escritura, la posibilidad de escribir para otros formatos y su nuevo libro de cuentos en Evaristo Editorial.
Sábado
El sábado no pisé la feria, pero mi sobrina Clarita, enviada especial, me asegura que lo mejor fue la presentación del libro El monstruo de la laguna de Canticuénticos, quienes además cantaron cuatro canciones. Mis amigas, las niñas Chicho y Pastu, secundan la opinión.
Otras actividades que me había marcado al principio de la semana para el sábado y a las que finalmente no pude asistir fueron un taller de narración gráfica de Decur y la presentación de Policiales de José Luis Pagés.
Domingo
Llegué tarde a la charla de clausura a cargo de Liliana Bodoc, en la que presentó Venado, un libro álbum autoeditado. Cecilia Moscovich, quien llevó a cabo la entrevista/presentación, le preguntó por qué autoeditarlo si es una escritora con acceso a las (grandes) editoriales. La respuesta fue que, junto al otro autor (el artista plástico Gonzalo Kenny, dibujante oficial de La saga de los confines), “no teníamos ganas de someternos a las editoriales”, “nos decían sí, pero más chico; sí, pero con menos colores; sí, pero con otro papel, y queríamos que el libro sea como es hoy”. “El libro se consigue sólo en algunas librerías del país. Es muy compleja la distribución cuando uno no tiene el aparato montado. Quizás sea lo más complicado del trabajo editorial”.
Al ser consultada por la situación de los dibujantes en el mercado editorial, Bodoc se quejó de que “cuesta que los constituyan como autores y les paguen regalías. En general, los dibujantes cobran una única vez por un dibujo. Imaginemos que hay un libro cuya ilustración no es significativa. En ese caso, yo me preguntaría para qué está; si está, es significativa y es parte del texto y las editoriales no incluyen a los dibujantes en las regalías. Recién ahora está empezando a pasar eso”.
Ante la pregunta de cómo se siente trabajar de escritora a tiempo completo, Bodoc, antes de responder, hizo una salvedad: “Sí, es verdad, hay mucho trabajo, yo le pongo el cuerpo a la escritura, pero también es cierto que hubo alguna bendición, alguna suerte. Porque conozco escritores de excelente calibre y no necesariamente las grandes editoriales les abren las puertas: son duras, no se arriesgan. Yo tengo que agradecer que hubo una confluencia de cosas: el género, el humor del editor cuando leyó el manuscrito, etc”. Oyola, unos días antes, también había dicho que considera que tuvo mucha suerte para poder dedicarse a la escritura full time. La humildad de grandes escritores.
La feria cerró menos de una hora después del final de esta charla y antes de irme me di vuelta y miré cómo los feriantes desarmaban sus puestos. Ahora repaso esta crónica y me doy cuenta de que dejé muchas cosas sin mencionar: hubo un puesto con editoriales ecuatorianas y stands dedicados a literatura infantil como nunca antes. Algunos días estuvo presente la editorial Eloísa Cartonera (donde se podía conseguir la poesía completa de Mairal, de Casas y de Cucurto). Se presentó más de un libro de fútbol y también libros de política y varios autoeditados o financiados con subsidios estatales. La Asociación Amigos del Mal hizo una presentación con video y todo. Hubo talleres para chicos, talleres de armado de libro, talleres de diseño de libros, e incluso poetas que daban vueltas, recomendaban libros o leían.
Otros años recorría la feria con mi cámara, haciendo videitos y sacando fotos. Pensé que este año no iba a registrar nada, pero salió esta crónica. A las buenas experiencias, siempre, es necesario registrarlas. Para que queden y no se diluyan en el recuerdo.
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