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Por Karl von Münchhausen | Ilustración: Von Brandis
Con Marina hablaba seguido por msn, casi todos los días. El contacto había surgido de una sala de chat. Era algo retraída, con gustos bastante predecibles, casi un estereotipo. Y por eso mismo también podía apostar que era hermosa, aunque nunca la hubiera visto. Cuando me preguntaba si quería ver una foto suya, le contestaba que no hacía falta porque sabía que me iba a gustar. Es que después de muchos años de chat, afinás la intuición y te valés de otros parámetros que sustituyen el registro visual, y entonces la compatibilidad surge por deducción.
Un sábado a la noche me conecté y le dije de salir. Pero ella estaba con el nene, no podía dejarlo solo. Yo tenía muchas ganas de conocerla, así que admito que tuve toda la intención de hacerla sentir culpa, y algo de eso funcionó porque para compensar ofreció poner la cámara.
Se hizo la luz. Era linda, muy parecida a como la imaginé. Delgada, pelo castaño. Fenotipo de oficinista tal cual supuse que sería. Yo debía ser la única persona en el mundo que, por ese entonces, compró aquel modelo de notebook HP que venía sin webcam, así que yo la veía pero ella no a mí. Ella me hablaba por micrófono y yo le contestaba por escrito. Me preguntaba cómo estaba, si era como la imaginé y qué había hecho hoy. En fin, lo esperable. No sé cuál fue la pregunta exacta que hice, creo que preguntar si con eso creía que compensaba mis ganas de conocerla, pero de un minuto a otro estaba abriéndose la camisa y dejando al descubierto sus tetas. Ella, que era tan tímida, me ofrecía ese espectáculo. Pensando que terminaría ahí, le desafié a mostrarme algo más y sin ningún problema se paró, abrió su pantalón y empezó a tocarse por encima de la bombacha. Hice silencio y subí el volumen de los parlantes para escucharla gemir. Cuando empezó a gemir in crescendo no tendría que pedirle nada. Solita iba a desnudarse por completo y a masturbarse frente a la cámara. Acabaría así, mostrándose. Le indiqué que me muestre su culo y se pajeó dándome esa perspectiva. De atrás, de frente, sin dejar de gemir.
¿Vos te estás tocando?, quiso saber. Sí, me estaba pajeando, era un lindo espectáculo verla. Cuando acabó por tercera vez me dijo que ahora me tocaba a mí, entonces le pedí que me mostrara bien su boca y enfocándolos en primer plano, empezó a humedecer con la lengua sus carnosos labios, pidiéndome que le diera mi leche. Recién en ese momento acabé yo, y ella dio entonces por terminada la hora y pico de show.
De algún modo esa noche representaba un quiebre, lo supe. Seguir nuestro contacto después de eso sería raro. Sin mucha sorpresa, al día siguiente me escribió diciendo que le daba vergüenza haberse desnudado, que ahora yo iba a pensar mal de ella. Me empezó a pedir disculpas. “Yo no soy así, no te creas”. También aclaró que si la conociera cara a cara me llevaría otra impresión, que nunca había hecho eso de mostrarse por webcam y pajearse frente a nadie, y mucho menos frente a alguien de quien ni siquiera había visto una foto. En definitiva yo era un perfecto extraño, aunque ella no percibía que exactamente eso fue la llave para que pudiera soltarse como lo había hecho.
Yo sabía de qué trabajaba, sabía su nombre y apellido, el de su hijo, en dónde vivía. Pero después de ese último intercambio nunca más volví a tener noticias suyas, me borró y no contestó nunca más un mail. Que se expusiera así por webcam cortó la chances de encontrarme con ella. La conocí tanto que conocerla en persona había dejado de tener sentido.
Etiquetas: Autoporno, Karl von Münchhausen