Blog

Por Juan Agustín Otero
Xvideos
Se abre el mosaico. El fondo blanco y las imágenes congeladas que, poco a poco, empiezan a moverse: son videos. Una teta rebota en el aire, se agita, luego un cuerpo entero se agita sobre una verga –arriba y abajo, a toda velocidad– y los contornos de ese cuerpo son móviles, blandos, durante la escena que persiste apenas unos segundos y que es sustituida luego por otra parecida o diferente según se vea. La mujer es grande, blanca y rubia, de rasgos marcadamente yankees: tiene esa belleza manchada y sucia de las putas. Él mueve el cursor y da click sobre el recuadro. Ahora la película se agranda y ocupa media pantalla, después toda la pantalla. Pero aguanta poco. Se aburre mirando la lengua áspera, violeta, de la puta envolviendo la verga ancha –el gesto es lento y sobreactuado– mientras se toca. Da click en otra parte, un recuadro más abajo –recomendado. Este video es amateur y latino. La mujer se llama Micaela según el título. Es morocha y flaca, tiene tetas chicas, una cara no del todo convincente, ni linda ni fea, aindiada. Pero es verdadera y eso lo calienta. Micaela existe y fue novia o algo de este tipo que le habla, ahora: el juego es genuino. Puede tener veintitrés o veinte o diecisiete. El video pudo haber sido subido por venganza o porque alguien lo robó o porque Micaela misma quiso exponerlo. No le importa. La mujer acapara el monitor y la habitación y el mundo con su apariencia de verdad.
Newgrounds. Tiene nueve años y la carne le da pudor. No puede resistir, del todo, la imagen de una mujer real abriéndose de piernas y recibiendo los embistes repetidos de un hombre real. Ni siquiera ha descubierto, no todavía, la masturbación. Sabe o intuye que debe haber alguna cosa que hacer por sí mismo, además de mirar porno, pero su propio cuerpo, su propia carne, se le aparece como algo que aún no debe tocarse. Juega, entonces, unos juegos flash en los que los cuerpos de carne son sustituidos por caricaturas y dibujos. El sexo, de ese modo, se vuelve accesible y familiar; las mismas siluetas –japonesas o norteamericanas– que ve por televisión ahora se enredan entre sí, aprietan y gimen. El hecho de controlar esas siluetas con el teclado o con el mouse le da cierta alegría pero de ningún modo lo calienta. Ve porno o dice que ve porno, juega estos juegos, porque eso cree que hacen o deben hacer los hombres.
Omegle
Descubre la página un poco por casualidad, cuando tiene diecisiete, porque una novia se la menciona. Desde entonces, cada tanto ingresa y conversa con gente. Al principio, las conversaciones eran deliberadamente sexuales, siempre con mujeres, y en los recuadros se reproducían las imágenes de los cuerpos desnudos, espasmódicos o contorsivos, falsos y sin embargo reales desde un punto de vista especular: detrás de la pantalla y detrás de la cámara era posible intuir que había alguien, con putez propia y no profesional, masturbándose. Con el paso del tiempo, se aburre cada vez más. Ya no habla solo con mujeres sino con hombres. Les pregunta qué hacen ahí, por qué, desde hace cuánto que ingresan a la página. A veces mira a los hombres desnudarse también y se compara con ellos. Ha mirado demasiado porno y empieza a creer que ya nada puede calentarlo, tampoco en el mundo de la materia –o en los boliches– donde se mueve cada vez con más eficacia y menos interés.
Poringa
Visita la página durante los años de la pubertad. No se cansa de bajar y bajar en el portal mirando, ya ahora con cierta fascinación, las fotos y los videos de esas mujeres de carne que poco a poco empieza a desear. No hay fetiches todavía ni los habrá por algún tiempo. Se trata solamente de registrar con los sentidos esas grabaciones de lesbianas besándose y de hombres embistiendo culos. Sin embargo, no le dedica demasiado tiempo. Le agrada que el portal sea argentino y lee los comentarios obscenos, o francamente enfermizos, de los otros que, como él, bajan y bajan sin cansancio.
Gone Wild
Hay mujeres que deciden por sí mismas mostrarse, sacarse fotos frente al espejo, desnudas, y subir esas fotos para que otros, decenas, cientos, miles, gocen de esas fotos, las comenten, en definitiva, las guarden y se masturben. Es tanta la cantidad que la identidad de cada cuerpo y de cada cara de mujer se confunde con las de las demás: a fin de cuentas no hay diferencia bastante entre una y otra, las mismas tetas y los mismos culos y los mismos labios mordiéndose y remordiéndose. Aquí es patente la voluntad sexual, que en los chats aleatorios está velada al menos en un principio, y esa voluntad se multiplica. Sin embargo, cosa curiosa, hay usuarias que dan de baja las fotos, como si se arrepintieran, y desaparecen tras días y días de actividad. Él cree que debe ser por miedo a que la difusión llegue a su círculo cercano o por vergüenza, culpa, de haber hecho algo que se considera extravagante, raro o directamente inmoral. A veces se pregunta él mismo si no es un inmoral y esa culpa también se infiltra. Durante algunas horas piensa en ir a la iglesia, dejar la literatura y tener un trabajo honesto. Después, como siempre, se olvida.
Tinder
Charla de esto con un amigo. Ambos están en tinder desde hace relativamente poco y acumulan matchs, es decir, mujeres que han decidido likearlos, considerarlos como objetos de deseo o sujetos que puedan ejecutar de algún modo ese deseo con o contra ellas. Nada tan sofisticado a decir verdad: mujeres que, como ellos, quieren simplificar o allanar el camino del sexo y, sin vincularse de ninguna manera, tirarse en una cama y enredarse en un juego express. Él y su amigo dicen que no les interesa relacionarse, no quieren afecto ni saber las miserias de los demás. Él ha perdido recientemente, y tal vez de forma definitiva, el interés desde que terminó con Emilia. Su amigo parece haber perdido la capacidad o la aptitud desde hace unos tres o cuatro años cuando terminó con Agustina. Ambos celebran la amistad, sobre todo él, como único forma de estar en comunión con otro. Charlan de esto en un bar. Les preocupa, aunque vagamente y no muy en serio, perpetrar el machismo. Les preocupa, más en serio, ya ser completamente incapaces de querer y hacerse querer, aunque de esto no hablan demasiado. Las horas pasan rápido mientras toman el café y se ríen a medias para volver solos y apáticos, después, a sus respectivos departamentos.
Circulan fotos de mujeres que desconoce y que conoce o cree conocer. Algunos grupos son más intensos que otros. Él mismo ha sido intenso en algún momento aunque lo es cada vez menos. Aquí es donde siente mayor culpa y donde las ganas de ir a la iglesia y de tener un trabajo honesto son más patentes. Pero el ánimo está cada vez más gastado. El tiempo se ha escurrido entre horas y horas de pornografía e internet, se ha dejado estar. Cada tanto piensa que debe ser puto, o que está condenado a serlo en algún momento, si es que por puto se entiende indiferente a un sexo o al otro. Se sorprende un día mirando con cierta envidia, y cierto vaga intención de poseer, el cuerpo trabajado de otro hombre. Pero también este deseo es más bien débil y fabricado. Camina por las calles y por su departamento vacío y por los sitios virtuales sin saber, en verdad, qué es lo que está haciendo.
Real
Guarda algunas fotos de mujeres o novias apiladas en una carpeta de la computadora. Las mira con frecuencia y cada vez las relaciona menos con las personas efectivas, reales, con las que ha compartido algún tiempo de su vida y algún tipo de intimidad. Son signos que han perdido por completo el objeto al que hacían referencia y sin embargo son puro cuerpo: las tetas grandes o chicas, la espalda arqueada, la boca reclamando atención. En el boliche, cuando torpemente se mueve en el marasmo entre rebotes y éxitos más o menos largos o cortos, también pasa lo mismo: se mueve entre cuerpos cuya referencia se ha borrado al momento de entrar ahí y fundirse en la oscuridad. El boliche le agrada un poco más que la computadora, bastante más, pero la tendencia de los últimos meses es el aislamiento. Sale poco y cuando sale se emborracha tanto que apenas puede comunicarse y se olvida de su primitiva intención de levantar. Ahora está solo mirando las fotos de nuevo. Se pregunta cuándo se va a acabar el desapasionamiento por casi todo. La semana que viene, piensa, la semana que viene. Y las horas siguientes, hasta las cuatro de la mañana, se van a algún foro de internet.
Etiquetas: Amor, Internet, Juan Agustín Otero, Pornografía, rede sociales, Soledad
[…] Pla / Cer (2017), en Polvo […]