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Por Diego Fernández Pais
«Esta noche no puedo, porque estoy con mi chica, pero mañana lunes nos juntamos tipo seis en Varela Varelita, Scalabrini Ortiz y Paraguay. Es un bar quiet, para intelectuales; a vos estoy seguro de que te va a encantar». Catón, como si de Fogwill se tratara, me lleva la ventaja de tener un plan inamovible.
En efecto, el Varela Varelita parece un bar destinado pura y exclusivamente a artistas e intelectuales de toda laya. En las paredes hay pósters de películas del nuevo cine argentino tipo La mirada invisible, de Diego Lerman, y Favio: Crónica de un director, de Alejandro Venturini. Llego con mi novia temprano, a eso de las cinco y media. Le mando un mensaje de WhatsApp para avisarle que ya estamos ahí. Pedimos un licuado de banana, un jugo de naranja y dos alfajores de maicena que son un espectáculo.
De las quince mesas que debe haber en el lugar, sólo unas seis o siete están ocupadas. Es fin de semana largo y, por la luz y la temperatura, ambas todavía veraniegas, la ciudad parece detenida en una prolongada siesta. En la mesa del lado hay un grupo de chicas, cada una armada con sus gafas de pasta, su cuaderno y sus lápices de mierda: ¿artistas plásticas? En otra, un poco más lejos, dos –intuyo– profesoras de filosofía toman café. El único al que no podría calificar certeramente de ojota es un señor de sesenta años con remera Sergio Tacchini que lee el diario. No alcanzo a ver cuál. Se me hace que viene de jugar al tenis.
Pensando que, más que en pleno corazón de Palermo, parece que en realidad estuviéramos en un bar de la calle Puán, al estilo Sócrates, miro el reloj. Ya son más de las seis y diez. Por un instante la dejo sola a mi novia y salgo a mirar la vidriera del kiosco de diarios que hay en la esquina. La revista Noticias habla de la enfermedad de Franco Macri. Se pregunta si éste será el ocaso del padre. Suena el celular y Catón me dice que está a mis espaldas, adentro del salón.

«Ya no salimos» (2011), de Catón
Ni bien nos saludamos con un efusivo abrazo, me conduce hasta una columna de la que penden los retratos de algunos asiduos ilustres del Varela Varelita. Y señala a Héctor Libertella, a quien aún no he leído. «Por esto te traje», me dice y sin darme tiempo a responder, me conduce hasta la mesa donde nos espera mi novia, al lado de la ventana que da sobre la calle Scalabrini Ortiz.
Tras saludarla, aclara que él también está muy enamorado. Que posiblemente haya encontrado al amor de su vida. «Es china. Modelo y cantante», agrega sin que se lo pidamos, y nos tira un nombre imposible de recordar. «Pero les voy a pedir discreción, por favor, porque es algo muy reciente. Nos estamos conociendo. Ayer fuimos a festejar el año nuevo chino en Belgrano. La vi cantar junto a otras estrellas pop de la comunidad. Tiene una presencia increíble en el escenario. Si quieren les muestro sus fotos de Instagram…». La elogiamos espontáneamente, sobre todo mi novia; parece que la china es linda de verdad.
El mozo se acerca con un cortado en la bandeja y le pregunta qué va a querer. «Cortado», ordena Catón, y el mozo se lo sirve. «Viste, ya me conoce», me dice mientras pita un cigarrillo electrónico. Mi cabeza se proyecta fugazmente al futuro y, en la misma columna que el de Libertella, coloca al retrato enmarcado de Catón junto al de los demás habitués. A todo esto, cada vez que mi novia o yo le pedimos algo al mozo, avinagrado, éste nos responde: «No hay… problema».
Cualquiera que googlee el nombre latino Catón se encontrará con varias entradas de Wikipedia, todas referidas, por supuesto, a diferentes personajes romanos. «Mi sobrenombre o pseudónimo viene de la época de la facultad. Cuando entré a Derecho en la UBA yo ya había leído las Vidas paralelas de Plutarco y me gustaba mucho la historia de Roma. Entonces en primer año siempre discutía con el profesor de derecho romano, fundamentalmente sobre la vida de Catón el Joven, sobre su condición de suicida ético. De ahí quedó lo de Catón. Cada vez que me lo cruzaba al profe me gritaba: ‘¡Eh, Catón!’. Jaja».

Catón, hoy
Si uno, en cambio, al nombre latino Catón le agrega el más argentino Diego Sigalevich se encontrará con la identidad del entrevistado. Pampeano, abogado, coordinador de ciclos de poesía y autor de Ya no salimos (Mansalva), lo más relevante que se ha escrito respecto a su obra hasta el presente es una reseña de Quintín en la que se lo trata como a uno de los más dignos discípulos de Fogwill, tanto en la escritura como en la visión del mundo.
A principios de 2016, a raíz de la publicación de mi segunda novela, me agregó y me escribió por Facebook. Chateamos varias veces y nos hicimos grandes amigos. A finales de 2017 me mandó un mensaje para contarme que, inmerso en una suerte de trance, estaba redactando como desaforado una novela a la altura de Ya no salimos. Quizás por eso, recién dos años después de nuestro primer contacto decidí venir a Buenos Aires a visitarlo y de paso hacerle un par de preguntas:
–¿Abogado o escritor?
–Abogado y Escritor. Cuando estoy escribiendo, escritor y abogado. La abogacía es un oficio que amo y ejerzo apasionadamente. Es una suma. El escritor alimenta al abogado y viceversa. Por lo menos el abogado alimenta al escritor en el sentido redundantemente «alimentario» del término. Soy un abogado que escribe novelas; otros colegas juegan al golf, yo a la narrativa.

Junto a Fogwill
Luego me comenta que de algún modo ambas actividades se han entreverado en el camino. Que, por ejemplo, fue el abogado de Quique Fogwill durante sus últimos años de vida. Que en los litigios el publicista también era un tipo muy suertudo («las causas caían siempre en manos de jueces que lo querían o bien que odiaban a la contraparte») y rebelde: «Cuando me llamó para contarme que Saer desde París le había anticipado que le iban a dar la Beca Guggenheim, imaginando la reacción de sus acreedores, le pedí que se quedara en el molde hasta tanto yo estudiara el tema de si una beca era un crédito ejecutable. Me dijo que obvio, que no me preocupara. Al día siguiente compro el diario La Nación y ahí lo veo en la nota de tapa, presumiendo de que la pobreza ya formaba parte del pasado. Era un tipo muy infantil. Infantil, celoso y fanfarrón». Se tapa la cara y se ríe.
–¿Cómo surgió Ya no salimos?
–Ya no salimos surgió en un momento de mi vida de una gran conmoción sentimental. Por eso tal vez se lee en el libro cierta melancolía que tiene que ver con la desilusión amorosa y el paso del tiempo. Ese libro fue al mismo tiempo catarsis y duelo. Yo había dejado de escribir durante diez años. Hasta los veintisiete escribí mala poesía y después me dediqué sólo a la abogacía. Una noche me senté en la computadora y me habló esa voz: «Ya no salimos. Y si no salimos vamos al cumpleaños de alguien o nos quedamos en la casa de Flop con los Putis…». Ahí salieron al mismo tiempo las tres novelitas, habré tardado un año en terminar el primer borrador.
–Entonces: ¿cómo ves este tema de la relación entre la literatura y la vida? ¿Qué grado de correspondencia existe entre tus experiencias y las situaciones y los personajes descriptos en tus ficciones?
–En Ya no salimos, que es mi primer libro, lo emocional estaba muy presente toda vez que sólo conocía el sistema de producción de la poesía que se alimenta de la emoción. En las otras dos novelas inéditas que tengo me liberé de esos estímulos que pueden resultar bloqueantes y contraproducentes y me tiré, como si fuera una pileta, al puro placer de contar. En cuanto a la experiencia, podríamos armar todo un debate. ¿Qué es la experiencia en la literatura? Cómo la memoria falsifica la experiencia o si la experiencia no es otra cosa más que ficción. Creo que ése es el tema de la novela de Manuel Puig que más me gusta: Sangre de amor correspondido. Aún cuando en «Noches del Yacaré» hay una vocación autobiográfica los registros están desplazados, alterados, falsificados. Como decía Pessoa: «El poeta es un fingidor…»

Con Guillermo Moreno
–De las tres novelitas de Ya no salimos queda claro que las dos primeras son realistas. Lo de «El camino del solo», en cambio, sería más discutible. ¿Qué ha sucedido para que una literatura como la argentina, que supo descollar durante el siglo XX en el género fantástico, se haya volcado nuevamente hacia las ficciones realistas? ¿Tenés algo para aportar sobre el tema?
–Creo que hay una tradición realista impura, que abreva en lo fantástico. Igual todos los realismos son fantásticos. Je. Pero yo creo seguir la tradición de la narrativa realista en donde obviamente está Fogwill, pero atrás Puig y lo mejor de Cortázar. La literatura argentina de nuestros días es muy diversa y lo fantástico que se escribe es de baja calidad porque tal vez carece de ese encarne que le da el realismo para el desarrollo de los textos. Para escribir literatura fantástica buena hay que ser primero un buen narrador realista. Mirá si no a [Rafael] Pinedo, el hermano del chorro de Federico, que es un crack. El tipo es un narrador realista.
–En todo caso era, creo que se murió… Fogwill decía que, de los países hispanoparlantes, los españoles son los únicos que pueden darse el lujo de ser realistas, toda vez que son los únicos que tienen realeza. Aquí en la antimonárquica ex colonia del Río de la Plata, muy por el contrario, estamos condenados al género fantástico…
–Jajaja. Igual, mirá al Fogwill de «Memoria de paso» (o «De paso me moría»), ¿no es acaso un texto realista? Digamos, está escrito como un texto realista.

En la entrevista con Diego Fernández Pais para Polvo
–Volviendo a los textos de Pinedo y a «El camino del solo», creo que son textos borders, es decir: hay un tratamiento realista de escenarios futuristas cercanos a la ciencia ficción…
–Sí, claro. «El camino del solo» es una reescritura del género distópico. Desde Soy leyenda para acá. En Pinedo está lo mismo, con otros matices. La ciencia ficción fue muy importante en mi formación como lector. Y vivimos en un mundo distópico, así que sería otra manera de hacer realismo. Jajaja.
–Y ya que hablaste de tus otras dos novelas inéditas, sé que hay una que pronto también saldrá editada por Mansalva… ¿Qué más podrías adelantarnos al respecto?
–Es un thriller ochentoso. Un grupo de amigos que en el verano del 78 se van de vacaciones a Europa y se quedan hasta después de Malvinas, cuando vuelven trayendo los restos de esa vanguardia fallida que fueron el punk y el post-punk. Hablando de reescritura de géneros podría decir que es una reescritura de varios como, por ejemplo, la crónica de viajes, la novela de aventuras y algo que ya tiene la suficiente autonomía como para ser llamado así: la novela de rock.
–Por lo gran titulador que sos, me gustaría saber cómo se llama este thriller.
–El punk del olvido.

Catón
–Y de la otra novela, ¿se puede adelantar algo?
–También es un thriller. Pero de espías, servicios y villanos afines. Se llama El estado del Estado. La empecé a escribir en diciembre el día que detuvieron a Carlos Zannini y antes de 2018 ya tenía el primer borrador. Veremos si sale este año y por dónde.
Acto seguido, de su mochila extrae una copia de esta última y me la regala. Me cuenta que capaz ya es hora de saltar al mainstream. Que hasta el momento sólo la leyeron un par de amigos y Luis Chitarroni. Que antes de volver a su casa planea dejarle otra copia a Ricardo Strafacce, también crónico del Varela Varelita y vecino de la zona.
–Opinión sobre los tiempos políticos que corren.
–Horribles. Los que adscribimos a una posición política que tiene que ver con el gobierno anterior tenemos que reflexionar y pensar por qué desembocamos en esto. En la restauración del orden oligárquico pre-peronista. Para vos que te gustan mis títulos, ahí tengo otro a mano: El bastardo de la oligarquía.
–¿Qué cosas, de todo tipo y de todos los tiempos, creés que influyen en lo que escribís?
–Muchas. Fogwill, que fue mi maestro, pero también el cine, el rock, la ciencia ficción, la novela norteamericana y la literatura universal.

La remera de «Ya no salimnos»
–Autores contemporáneos (en la medida de lo posible argentinos) que te interesen.
–¿Vivos? Biológicamente, digo… Sergio Bizzio, Gustavo Nielsen, Martin Rejtman, los poetas de los 90 (Gambarotta, Rubio y Durand).
Para cerrar, le pregunto si le interesaría que titule la entrevista con alguna frase ganchera en especial. «Poné eso de que soy un abogado que escribe novelas; otros colegas juegan al golf, yo a la narrativa. Más que ganchera, es una frase canchera. Ja».
En el medio tomamos varias cervezas y cortados, el último de los cuales viene con un excelente dibujo de un rostro en la espuma. Una nueva destreza que en el primer mundo se conoce como latte art. A raíz del póster de Favio: Crónica de un director me comenta que Fogwill, el Turco Asís y Leonardo Favio supieron ser muy buenos amigos. Que le hubiera encantado salir de fiesta una noche con ellos. Que en esa época Soledad Silveyra pasaba siempre por la casa de Fogwill a manguear cocaína.
Mi novia se va al baño. Catón empieza a contarme algo sobre la china pero, en cuanto se da cuenta de la ausencia femenina, se detiene. «Mejor esperemos a que vuelva tu novia y termino de contarte. A las minas les fascinan las historias de amor».
Regresa mi novia y nos cuenta que el ex de la china es el bajista de la portuaria. Que los escritores, a diferencia de los rockeros, sí las tenemos en cuenta a las minas. Que no padecemos de tanto complejo de estrellas. Luego le pide disculpas por haberla dejado medio afuera de la conversación. Mi novia se ríe. A modo de conclusión, añade que ha comprobado que billetera no mata galán, porque Gastón Portal fue otro que se la quiso buitrear.

Diego Sigalevich, más conocido como Catón
Alrededor de las ocho es él quien nos pregunta si no tenemos que irnos. Efectivamente, en un rato debemos embarcar rumbo a Córdoba. Nos despedimos en la esquina, frente al kiosco de diarios. Él baja por Scalabrini Ortiz y nosotros, con una copia de El estado del Estado en la mochila, subimos por la calle Paraguay.
Un par de cuadras más adelante, de casualidad nos cruzamos a una célebre periodista que, encima de unas calzas negras y unas trainers Nike de color rosado, lleva puesta una de las cuatrocientas remeras estampadas de Ya no salimos que este abogado un tanto marketinero diseñó para la promoción de su primer libro.
Ahora sólo nos queda esperar a ver cuál será su próxima operación de prensa.
Es justicia.
Etiquetas: Catón, Diego Fernández Pais, Fogwill, Julio Cortázar, Leonardo Favio, Literatura, Manuel Puig, Plutarco, rock, Soledad Silveyra