Hijo de madre china de familia escocesa y de padre turco de ascendencia italiana nacido en el Imperio Austrohúngaro, Lucas George Prodan tuvo tres hermanos y creció durante eso que los historiadores llamaron «milagro económico italiano». Acorde a una familia rica e ilustrada, lo enviaron a los once años a Escocia, al destacado colegio Gordonstoun en la ciudad de Elgin, lugar que detestó y del que escapó un año antes de graduarse. Sembró pistas falsas en Noruega y volvió para Roma mientras sus padres lo buscaban desesperadamente con Interpol. «Me escapé cuando me di cuenta de que me estaban preparando para ser un pequeño sirviente de la sociedad», dijo en una entrevista con Expreso Imaginario ya a salvo en Argentina.

A Luca la sociedad no le gustaba nada, lo supo bien en los años que vivió en Londres donde el punk batallaba en un no future permanente y desolador. Esa rabia lo contagió, pero también le provocó una profunda tristeza. ¿Cómo reír frente a un mundo devastado que se alimenta de sí mismo, como un caníbal solitario y hambriento? Luego del suicidio de su hermana, de la semana en coma por su adicción a la heroína, agarró sus cosas y se fue. La cosa ya no daba para más. Un amigo argentino del colegio de Escocia, Timmy Mackern, le mandó una foto. Él, su esposa, sus dos hijas y de fondo las sierras de Córdoba. «Estoy mal pero quiero vivir», le respondió Luca en una carta. Y así llegó a este ultrajado pero esperanzador continente, a reiniciar su vida.

II

Cuando llegó a Argentina encontró su lugar en el mundo. Ya no había que correr, ahora había que crear. «Winter en las sierras» fue lo primero que compuso en la casa de Mackern con una guitarrita, apenas se recuperó de la abstinencia. Se podría decir que la vida de Luca Prodan se trató, al final de cuentas, de sobrevivir.

Rubias taradas, viejos vinagres, pseudos punkitos, gente que da asco. Lo mismo que vio en Roma, lo mismo de Londres y Elgin, acá en Buenos Aires. No, no hay escapatoria. Por eso el arte. Por eso su lírica sucia y sensible. Por eso su poesía rabiosa.

III

El rock no cambió tanto. Parece que sí, que ahora se volvió amigable, más amistoso, menos confrontativo. Algo de eso hay: los tentáculos del mercado atraparon todo y lo que escapa, casi de forma escurridiza, encuentra refugio en esas posibilidades medianamente horizontales que da internet. Spotify, YouTube y un submundo de autosustentable comodidad. Canciones bonitas y chau. Pero, ¿el rock es eso? Tal vez la música —algo mucho más general— lo sea: canciones bonitas y chau. Pero el rock no, no es sólo eso.

Cuando el rock estuvo de moda, cuando llegó a la cumbre de su exposición y sus cantantes se transformaron en líderes de opinión, y en los canales de televisión sonrían y le decían al micrófono qué se sentía ser rockero; cuando su literatura del yo repetía siempre lo mismo, que el sexo, que la droga, que el rock and roll, y las groupies gritaban excitadas y los niños decían, como un mantra, de grande quiero ser rockero… en ese momento todo se volvió una impostura. Querer ser rockero no basta, los caminos del arte son duros, luego hay que poner las manos en las cuerdas, los dedos en las teclas, los pies en el escenario y hacer algo distinto. Marcar una época. Eso sí hizo Luca Prodan.

Para mediados de la década pasada el rock se mordió la cola, se repitió y quedó expuesto: ya no transgredía. Hoy, que el mercado formatea y, como una cadena de montaje, todo se vuelve insípidamente igual, ¿cómo hacer valer al rock?

El rock no cambió tanto. Los que cambiaron fueron los rockeros. Mejor dicho: cambian los contextos. Y si el rockero repite fórmulas pasadas lo único que queda es someterse al algoritmo de lo que la gente quiere. Hay un nuevo panorama, un nuevo paradigma, un nuevo hábitat. ¿Qué hacer al respecto? Lo de siempre, hacer del rock la guía para auscultar el presente y también eso que decía Franz Kafka de los libros: que sea el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Sobran bandas que hoy están en ese camino; por suerte.

IV

Sumo nunca llegó a ser masivo. Tocó, sí, en festivales multitudinarias pero nunca fue mainstream. Grabó un demo en 1983, Corpiños en la Madrugada, luego tres discos de estudio —Divididos por la Felicidad (1985), Llegando los Monos (1986) y After Chabón (1987)—, uno en vivo y la rareza Fiebre (1989) post mortem de Luca.  Presentó algunos de ellos en Obras, recorrió algunas ciudades del interior, también hizo shows en Uruguay, pero nunca fueron mainstream. No porque no quisieran serlo, sino porque esa no era su motivación. ¿Entonces cuál era? Posiblemente ninguna. No hay sueños que cumplir. El rock no vino a cumplir tus sueños.

«Casi la totalidad de los músicos de rock argentino son unos pajeros», decía convencido. Y ante las preguntas con brillitos del periodismo de rock argentino: «¿Que qué es rock? Una vez alguien preguntó: ‘¿qué es el rock?’ Y le dije: ‘es kcor al revés’.»

V

Luca vive o Luca not dead o Aguante Sumo dice en una esquina cualquiera de cualquier ciudad argentina pintada con aerosol de forma apurada. Una pared más donde, más abajo, en la escuadra que hace con la vereda, hay chicos sentados, casi acostados, desparramados, tomando cerveza, fumando, gritando, cantando, perdiendo el tiempo. Sus padres enojados, algún vecino molesto, ¿qué hacen ahí en vez de estudiar o descansar para al otro día ir al colegio o a trabajar en esas changas insufribles? ¿Qué hace la juventud, ensimismada en el rock de la transgresión y la disconformidad, en vez de estar pensando en su futuro?

VI

Un año antes de su muerte fue a un programa de televisión llamado Aerosol. Julio de 1986, tenía una campera de cuero, un pañuelo árabe en el cuello y unos anteojos espejados. Su imagen era la de un lunático. Un reventado, le dijo el conductor. «¿Qué reventado? —respondió con rabia y un poco de su fina ironía— Yo fui al mejor colegio de Europa. Fui a la escuela con el príncipe Carlos de Inglaterra. Hablo castellano, francés, inglés e italiano. ¿Vos cuántos hablás? Yo hablo cuatro. ¿Y yo soy reventado de repente? ¿Qué pasa?»

El 20 de diciembre de 1987 fue el último show de la banda y la última vez de Luca en los escenarios. Presentaban el disco After Chabón junto a Los Violadores en el Club Atlético Los Andes de Lomas de Zamora. Alrededor de 500 personas estaban ahí, no más que eso, esperando a que salga a escena. Mientras tanto, en el camarín, gritó un poco, tomó bastante, rompió unas cuantas botellas. Cuando llegó el momento, el poeta rabioso tomó el micrófono, dijo «ahí va la última» y la banda tocó «Fuck you».

Dos días después, hace treinta años, Luca apareció muerto en la habitación de una casa antigua sobre la calle Alsina del barrio de Monserrat. Paro cardíaco —dijo la autopsia— producto de una grave hemorragia interna causada por una cirrosis hepática.

Hoy es una leyenda sólida que, tome quien la tome, entra en permanente tensión. No es un mito políticamente correcto porque en su figura hay un trasfondo negro, turbio, duro, difícil, que devela lo insoportable del mundo. Luca Prodan fue un poeta rabioso. Hoy esa rabia sigue haciendo temblar, no sólo a esos rockeritos sin sensibilidad que sólo saben sonreír, también a la cultura argentina y alrededores. Esa es la rabia de un poeta que se fue demasiado rápido.