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Por Ana Clara Azcurra Mariani
Fue en el año 2010 cuando tuve la necesidad de decirlo por primera vez. Yo tenía veintiún años y estaba trabajando como voluntaria en el XII° Festival de Cine de Derechos Humanos de Buenos Aires, donde entre otros lindos recuerdos, pude conocer en persona a Eduardo Galeano en la Biblioteca Nacional.
Ese día de principios de abril no me tocó ninguna tarea de promoción u organización, pero fui al Auditorio de la Cámara de Diputados a ver el documental argentino La escuela dirigido por Eduardo Yedlin. Miriam Lewin integraba el panel de debate posterior a la proyección de la película, ya que ella era una de las protagonistas que en la misma volvía a la actual ex ESMA a reconstruir lo vivido allí.
En la ronda de preguntas, levanté la mano y le conté que no hacía mucho había descubierto que el hermano de mi abuelo era uno de los represores condenados en noviembre de 2008 por las causas de la Mansión Seré, ese centro clandestino del que algunos lograron escaparse y los milicos prendieron fuego para eliminar las pruebas. No recuerdo por qué hice eso. Supongo que porque no encontré en mi familia nadie que quisiera (o pudiera) hablar de Hipólito Rafael Mariani.
Lewin me odió. Lo supe. Los ojos le brillaron tanto que lo pude percibir desde la butaca más lejana al escritorio del panel de exposiciones y formó una media sonrisa en los labios. También creo que yo me odié por ser inoportuna y no pude más que interpretar eso mismo en ella, que me aconsejó con un cariño forzado que insista en preguntarle a mi familia.
Mi abuelo no asume que su hermano pueda ser lo que lee que es. Cambia de tema. Además, él es de Perón, de Eva. Funcionario peronista toda su vida, respetado y querido en Santa Rosa, La Pampa, donde entre otros cargos tuvo el de Ministro de Bienestar Social, Secretario de Gobierno y Vicepresidente de Vialidad nacional hasta su retiro a los 78 años. Recuerdo el día en que el diario La Arena publicó una nota sobre la condena de su hermano y dedicó un recuadro a hablar sobre Félix Daniel Mariani, el funcionario peronista. No volvió a comprar nunca más el diario. “¡Por qué se tienen que meter con la familia!” Se enojó para siempre.
Yo lo entiendo. No puedo decir qué haría, pero puedo entender su negación y la distancia afectiva que interpone entre el recuerdo de su hermano menor, “Chocho”, cuando vivían en Quemú Quemú y lo que luego como brigadier comandó en la zona oeste de Buenos Aires e incluso su participación en los bombardeos de 1955. También me pregunto qué sentiría mi bisabuelo, Zenón Mariani, uno de los máximos impulsores de la provincialización del territorio pampeano a comienzos del siglo XX, fundador de varios diarios provinciales en los que también escribía, alumno de Pedro Bonifacio Palacios —más conocido por su seudónimo: Almafuerte— e integrante de la liga vecinal quemuense que en 1915 se opuso a pagar impuestos al gobierno conservador hasta que las obras prometidas no se llevasen a cabo.
El año pasado visitábamos a mi abuelo con mi mamá y tomando mate comenté que siempre me había impresionado el parecido de mi nombre con el de Clara Anahí Mariani, la nieta apropiada que sigue buscando Chicha Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Tardé mucho en preguntar, es posible. Pero jamás se me hubiese ocurrido que podíamos tener otro vínculo familiar velado o ignorado. Enrique José Mariani, abuelo de Clara Anahí, fue primo hermano de mi abuelo.
Así fue que, como con Miriam Lewin, contacté catárticamente a Marco Teruggi, primo de Clara Anahí, quien por esos días había escrito una nota muy cariñosa a esa prima que también espera activamente. Le conté lo que había desocultado de mi biografía familiar, lo sola que me sentía intentando conocer las distintas líneas que se habían desprendido desde mi bisabuelo hasta hoy. Marco supo transmitirme un poco de calma a la culpa que sentía y me quedo con algo de lo que me dijo. “No hay otra opción que ir juntando las gotas, verás que de a poco se van reconstruyendo algunas certezas”.

La Mansión Seré, hoy
A Hipólito Rafael Mariani no lo conozco personalmente. Se lo condenó por delitos de lesa humanidad en 2008, 2010 y 2014. Es mi tío abuelo, porque eso dice el título pero en realidad para mí no es mi familia. No es una negación para sentirme pura. No hay vínculo de ningún tipo, ni afectivo y mucho menos moral, por ende no hay lazo.
En estos días volví a interesarme por saber un poco más. Mientras Etchecolatz volvió a la cárcel, Mariani (me duele, me duele, me duele mucho compartir mi apellido que en otro plano está tan bien visto) tuvo vacaciones de su prisión domiciliaria. Como una burla en estas fechas, hoy volvió a su casa después de pasear por el sur.
—Abuelo, ¿alguna vez le preguntaste sobre lo que hizo?
—Él dice que no hizo nada de lo que lo acusan y que cuando en el juicio quiso hablar, no lo dejaron.
Deberían tener prohibido el cinismo.
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