Blog

Por Sergio Fitte
Desnuda sobre el sofá rojo se dejaba acariciar por los agradables rayos solares del mes de enero. Los pezones se le ponían más colorados de lo habitual y se erizaban cuando ella los masajeaba con la punta de las uñas.
Mientras el control remoto de la televisión descansaba entre sus pechos, la misma paloma de todos los días se ubicaba en el borde de la ventana abierta. El posavasos mantenía en perfecto equilibrio una botella de licor casero que lentamente se iba vaciando.
Katy clavó la mirada en los ojos de su compañero de juegos y le envió un estruendoso besito. El ave le respondió mordiéndose el labio inferior, sacando un poco la lengua y haciendo movimientos eróticos con la misma. La dueña de casa dio un medio giro sobre el sillón para quedar de cara a la ventana donde él se encontraba.
Se recostó, abrió sus piernas de par en par y comenzó a jugar con los rizados bellos rubios de su pubis. Tomó el control remoto con ambas manos para luego pasarlo varias veces por el clítoris. Cada tanto entreabría los ojos para observar a quien la miraba hacer. Ya acalorada por la situación y como quien no quiere la cosa el visitante se iba desvistiendo: primero se quitaba el saco, luego la camisa y la corbata, los pantalones, los calcetines y la ropa interior. Por último se sacaba los dos extraños mocasines que llevaba puestos que, como debía ser, tenían tres compartimentos, uno para cada dedo y hacían recordar en cierto modo, a un guante de características muy peculiar.
Del lado interior de la casa continuaba jugando con su control remoto ahora tomándolo solo con una mano. Su rosada vagina de adolescente segregaba dulces gotas de placer que iban a parar sobre el forro rojo del sofá dándole una coloración más fuerte. El líquido atraía gran cantidad de insectos, pero esto no era importante.
Jugaba. Pellizcaba la punta de sus senos hasta conseguir un poquito de dolor, solo un poquito. De cuando en cuando dejaba que el control ya bien lubricado por los juegos previos se deslizara hasta las profundidades de su cavidad.
Transcurrido unos veinte minutos Katy se encontraba en la cúspide de placer. El ave no se quedaba atrás y prolijamente había acomodado todas sus plumas en un rincón. Estaba completamente desnuda y muy excitada. Luego de realizar un acrobático bailecito en la ventana ante la atenta mirada de la niña desplegaba su enorme glande para que la joven jugueteara con él.
El divertimento podía durar largas horas aunque por lo general era interrumpido por la inesperada llegada de uno de los padres de Katy; esto molestaba demasiado al plumífero que amenazaba con no volver a verla, pero la fuerza sexual que los atraía era demasiada como para poder cumplir con la promesa realizada.
Cuatro acuosos orgasmos eran suficientes para el animal, ella superaba holgadamente esa marca y se burlaba del bajo rendimiento de su compañero. Como reprimenda la niña recibía varios picotazos en su clítoris hinchado, haciendo que la disparidad orgásmica se acentuara aun más y las cargadas se prolongaran.
Las despedidas de los amantes eran tan efusivas como los encuentros, pero entristecían en especial al plumífero que debía regresar a las alturas del eucalipto donde vivía su familia. Quedaba obligado a comer las horribles semillas prodigadas por la naturaleza y sufrir las inclemencias del tiempo.
Por su parte Katy, se recluía en su casa a llorar, no porque creyera que su relación con el pájaro fuese una relación contraria a sus principios morales y buenas costumbres, sino porque en realidad lo que deseaba era poder ser también un ave para surcar los cielos con el amor de su vida.
Pasaron algunas semanas y los amantes vieron crecer su amor hasta puntos inesperados. Luego de observar en la pantalla del televisor una publicidad desconocida, Katy aguardó a que se hicieran las tres para ver a su amante pararse sobre la ventana.
El contacto sexual fue más intenso que de costumbre, los jugos no solo terminaron inundado la superficie roja del sofá sino también todos los mecanismos del control remoto que nunca volvió a funcionar. Sintió varias veces el estallido de su clítoris y hasta temió que en el fragor del momento su vagina, mucho más dilatada que de costumbre, pudiese tragar por completo el aparato. O lo que es peor, a su amante. El ave tuvo un desempeño extraordinario, no solo consiguió siete orgasmos, también bañó a su querida de pies a cabeza con sus secreciones.
Pasado el vendaval, el amante dormía en un improvisado nido formado por los bellos púbicos y los carnosos pliegues sexuales de la joven. Ella lo acarició hasta sentir que su glande crecía nuevamente, pero no lo despertó para reiterar el acto amoroso sino para darle una importante noticia.
Le rogó al ave que le tuviera confianza, que no sospechara de ella porque lo amaba sobremanera y le pidió no verse por veinte días. La paloma la sorprendió con una propuesta similar. Ambos prepararían una gran sorpresa para aquel día. La cita sería junto al aljibe y como de costumbre a las tres de la tarde. Se besaron y se despidieron hasta el día señalado.
Sin dejar que transcurriera un momento de más, Katy tomó el teléfono y marcó el número del aviso descubierto en la tele. La voz femenina que la atendió le dio a conocer el programa de transformación en ave que realizaba el Instituto. El precio era algo elevado. Ella estaba dispuesta a todo y mucho más.
Concurrió aquella misma tarde hasta la Clínica. El método Marrone era sencillo. En realidad consistía solo en ingerir las semillas proporcionadas, tomar la medicación y acostumbrarse a los barrotes de la improvisada jaula. El primer y segundo día eran los más complicados especialmente por el tema de los barrotes, luego de eso, no pasaba nada.
El doctor le comunicó que si en veinte días no abandonaba la Clínica volando le devolverían el dinero. Se internó de inmediato.
El alimento era bastante parecido al obsequiado reiteradas veces por su amante, esto ayudó a que no pasara hambre en ningún momento. La medicación actuaba con celeridad y al poco tiempo de ser ingerida ya mostraba signos de haber sido bien aceptada por el organismo. A las cuarenta y ocho horas su pubis se había teñido de un hermoso color azul a causa de millones de pequeñas plumas que comenzaban a erupcionar en aquella zona.
Suerte que en la habitación asignada había televisión y por ende control remoto. Cuando lo tomó entre sus manos notó con alegría que era dos veces más grande que el de su casa. Aquella noche gozó de una manera salvaje pensando en lo contento que se pondría su amante cuando le mostrara los cambios producidos en su cuerpo. Los avances se suscitaban de manera acelerada. La paciente en poco tiempo tomaba la forma de los voladores. Sus ejercicios se hacían más y más interesantes. Sumamente feliz se sintió al descubrir que no le costaba casi nada mantenerse por algunos instantes suspendida en el aire mientras batía sus brazos también teñidos de color verdoso azulado como el de cualquier paloma.
Los últimos dos días de su internación fueron dedicados únicamente a ensayar canto. Se mostró muy predispuesta, en solo unas lecciones pasó a ser una hermosa y perfecta palomita cantora. El día veinte llegó sin que tuviera ninguna complicación. Como le hubo indicado el médico al ingresar al Instituto pudo alejarse volando por sus propios medios.
Por fin aguardó con nerviosismo la indicación de las quince horas en el reloj de pared de su casa. Lo miraba fijamente desde su cómodo asiento de madera de limonero. Tomó la carterita de charol donde ubicó el control remoto y se dirigió en dirección al aljibe.
Disfrutando de sus dos fuertes alas azules llegó al lugar de encuentro. A poco de posicionarse donde solía hacerlo su amante para vigilar el entorno, antes de descender a la ventana de siempre, pudo observar de qué manera él se acercaba desplegando todo su porte. Transportando a duras penas algo que después descubriría, era, una alianza de casamiento.
Nunca imaginó el proyectil cobardemente arrojado por la gomera del pendejo que tanto tiempo pasó caliente con ella.
Su amor juvenil frustrado.
Sus ilusiones rodando mortalmente por el suelo.
Etiquetas: Sergio Fitte