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Por Bernabé De Vinsenci
Pese a no tener camas, ni ella ni yo, optamos por tender sobre el piso dos colchones. En uno duerme ella; eligió el colchón húmedo de su pis; en el otro, duermo yo. La temperatura ronda los cuatro grados; hace dos horas que anocheció y las personas se resguardaron del frío en sus casas. Hemos dejado la radio a bajo volumen, por lo que escuchamos murmullos y sonidos musicales imperceptibles. Me levanto y siento molestia en la vejiga. Es un dolor que comienza desde la cintura hasta el abdomen. Ella tomó su medicación, exactamente a las nueve; lo primero que me explicó cuando nos conocimos es que tomaba medicación. No te preocupes, que loca no estoy, se disculpó, y al poco tiempo me invitó a dormir a su casa; solo para acompañarla y recordarle el horario de medicación. Me sugirió dormir por separado, porque, según dijo, tenía fobia a los cuerpos fríos. El tuyo es como un hielo. Me negué a decirle que yo también tomaba medicación, no quise incomodarla ni preocuparla.
Me levanto y miro hacia los costados, arriba y abajo incluso, la casa es de placa y el techo de chapas. La miro y me compadezco de que duerme catatónicamente. Debemos mear y defecar en un tacho. Es un tacho que ella, por la mañana, lava con lavandina y lo utiliza para asearse. Cuando me contó en su rostro no había asco, noté que lo decía con cierto pudor que no pudo reprimir. Me levanto y en cinco pasos me encuentro en el baño. El tacho está en un costado, al lado de una silla. La silla permite sostenerse, me explicó antes de dormirnos. Me bajo los pantalones y defeco y meo al mismo tiempo. Se escucha caer mi mierda sobre el tacho y el pis hace un ruido de repercusión.
Salgo afuera a fumar y veo que todo, excepto las luces de la calle, está oscuro. Los perros se alborotan al verme y trato de calmarlos. Quisiera darle de comer y acariciarlos a fin de que se amisten conmigo. Oigo que ella se mueve y me invade la sensación de violarla y maltratarla y decirle que es una loca y que no le espera más que Melchor Romero o San Agustín. Me reprimo, me digo que solo es una fantasía. Termino el cigarrillo y vuelvo adentro. Las sábanas están frías, casi congeladas, parecen un iceberg, bañadas en hielo. La miro y le digo “loca”, pero no logra escucharme. Che, loca, le digo y me toco la boca y noto que no he dicho nada sino que me he limitado a pensarlo.
Me entreduermo, trato de tener los ojos cerrados, de pensar en anécdotas que me suman en el sueño. Me froto los pelos y cuento cada pelo que compone un mechón. Hola, escucho, apenas audible, lo que me hace suponer que quizás ese “hola” provino de mi cabeza, o que, quizás, fue un recuerdo sonoro. Otra vez una voz susurra “hola”. Me apercibo, es ella. ¿Estás cómodo?, me dice. Sí, fui al baño, le digo, y estaba tratando de dormirme. Me alegra que estés cómodo, dice y bosteza. Quisiera abalanzarme sobre su cuerpo, desnudarla y penetrarla mientras escucho su respiración. ¿Seguro que estás cómodo?, insiste. Por supuesto, sino te lo diría. Vuelve a bostezar, me pregunta si tengo frío y respondo que poco a poco ovillándome en la cama mi cuerpo recobra temperatura. De pronto veo que se levanta y sus pies están frente a mi cabeza. Siento el calor de su cuerpo en mis oídos. ¿Usaste el tacho?, me pregunta, y añade: disculpá que tengamos que usar como inodoro el tacho, pero el inodoro está tapado. Da dos pasos, y puedo ver en la oscuridad que su piel se pone como la piel de gallina. Su respiración es angelical, casi de otro mundo. Siento que me seduce y a la vez me ocasiona rechazo y por lo tanto su presencia me pone mal y estúpido. Se agacha y me acaricia la cabeza, y dice: me encanta tu pelo lacio. Le respondo que siempre odié tener el pelo lacio. Y pienso decirle que el pelo lacio no ha hecho más que hacerme sentir como una mujer, pero me reprimo. No quiero entablar charla, quiero que nos durmamos rápidamente. Irme de ahí y no volver más. ¿Seguro que usaste el tacho, no?, me dice. Río y respondo que sí. ¿Para qué te voy a mentir?, le agrego y vuelvo a reír, y le tomo la mano y le digo “está re fría”. Sí, es normal. Afuera un perro ladra y arriba de los techos se escuchan pelear gatos. Shhhh, dice ella, shhh, repite, y los gatos huyen, o por los menos dejan de aullar.
Pienso que todo esto podría narrarlo en una crónica: estar con una extraña, defecar en un tacho, dormir en colchones sobre el piso. Podría hacer una crónica y decir que conocí a una persona loca. Bueno, me interrumpe cortando el hilo de mis pensamientos, voy al baño. Me quedo tendido en la cama, y me hago un ovillo para calentarme más. Desde la pieza oigo el ruido que hace su mierda en el tacho y luego el pis. Hizo caca, como todos, ahora va a acostarse, pienso. Luego siento ruidos que no logro definir. Se mueve y suspira y también, noto, se desespera. Quizás esté limpiándose el culo. O quizás esté lavándose las manos. Lo extraño es que no escuché la canilla. Lo extraño es que logro escenificar lo que hace. Suspira con más fuerza. ¿Estás bien?, pregunto, tímidamente, sin querer molestarla. No responde. Che, insisto. Sí, sí, dice y noto que sus “sí, sí” son alegres. Como si hubiese cometido un acto esperado hace mucho tiempo. Después logro oír con precisión que deja el tacho en el suelo. Gracias, me dice, ignoro por qué. Muchas gracias, repite. Y siento que viene hacia la pieza. De a poco el ambiente va inundándose con olor a mierda. Es un olor tan fuerte que me hace tapar la nariz. Gracias, dice por última vez, y se acuesta y me mira y antes de dormirse, se limpia la mierda de la boca con las sábanas. Hasta mañana.
*Fotografía: Amanda Joseph
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