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Por Jaquelina Miranda | Imágenes: Kahn & Selesnick
“La vida errante es una vida de identidades múltiples
y a veces contradictorias. Identidades plurales
que pueden vivirse ya sea al mismo tiempo,
ya sea sucesivamente”.
M. Maffesoli
El impulso a la vida errante es cada vez más frecuente y el nomadismo parece haberse convertido en un rasgo sobresaliente de la cultura contemporánea en este mundo globalizado. Los desplazamientos actuales que nos interesan son los que surgen producto de un estado anímico, de una necesidad de movilidad y de circulación de los habitantes del nuevo siglo.
A veces, las causas suelen ser la falta de horizontes profesionales, laborales o el agobio que ejercen las presiones económicas y que lleva a familias enteras a huir de las ciudades hacia espacios menos urbanizados donde puedan reducir gastos y vivir más relajados. Otras veces los motivos de la huida son el aburrimiento y la rutina. Es el caso del hombre gregario, empleado por décadas, que de un día para otro “patea el tablero” y da un salto hacia lo desconocido, hacia nuevas aventuras o experiencias movilizadoras.
Surgen al mismo tiempo deseos de conocer gente nueva y lugares del mundo donde nunca se ha estado y a los que los costos del formato “turista” vuelven inalcanzable. Más allá de que, tal como señala Marc Augé, la estandarización del desplazamiento turístico vuelve al viaje una mera verificación de imágenes prefijadas y es esto precisamente de lo que el nómade contemporáneo huye: lo prefijado, lo establecido y el patrón de acción.
Son muchos los jóvenes y no tan jóvenes que en vez de comenzar una carrera universitaria o emplearse con un sueldo fijo deciden viajar. Seducidos por las ansias de ver el mundo y de vivir al margen de la presión de la sociedad con respecto al modelo de vida esperado, se aventuran a la vida errante.
Lo cierto es que la circulación se impone y nada puede detener su flujo. La sed de mundo se sacia a cualquier precio puesto que los obstáculos económicos pueden sortearse con un poco de empeño a través de alternativas que reducen costos e inclusive, a veces, los eliminan, convirtiéndose de esta manera, en una gran posibilidad de viajar.
Una de ellas es el intercambio de casas a través de sitios como guest to guest. Existen además plataformas para el llamado housesitting, que consiste en ocuparse de la casa y de los animales de alguien que está de vacaciones. Otra plataforma muy popular es workaway, ésta reúne a interesados en realizar voluntariados o en recibir voluntarios para trabajar en miles de diferentes proyectos ya sea en casas particulares, negocios, escuelas de idiomas, de cocina, etc. Bajo cualquiera de estos formatos o de otros tantos que existen la experiencia cultural es siempre intensa. Se pactan acuerdos de mutua confianza y se generan vínculos que podrán ser temporarios o para toda la vida.
A estos vínculos se refiere Michel Maffesoli cuando piensa a la vida errante propia del siglo XXI como una expresión de una relación diferente con los otros y con el mundo, menos ofensiva, más suave, algo lúdica y, claro, trágica, pues se apoya en la intuición de lo efímero de las cosas, de los seres y de sus relaciones.
Esta nueva relación con el entorno, más flexible y basada en el desapego se consagra al gozo del presente, a vínculos más cortos pero quizás más genuinos, estrechos y respetuosos. La consideración del prójimo es primordial, independientemente de su raza, su ideología y sus convicciones. Esto podría tener que ver, según el autor, con la tolerancia que es consecuencia directa de la libertad de pensamiento.
Lo cierto es que las nuevas generaciones de nómades dotadas de un espíritu en cierta medida hedonista pero al mismo tiempo generoso y amplio no se aferran a valores consagrados sino que a la manera en que lo piensa Rilke sostienen que lo que salva es el camino y no las raíces.
Romper modelos
El trabajo y la sobrevaluación del mismo por ser una actividad rentable conspira a favor del deseo de desplazamiento, de circulación y de dedicación a instancias creativas y transformadoras de la realidad. En este mundo globalizado y capitalista todo cobra sentido en la medida en que es redituable y tiene un plan a futuro, contrariamente al espíritu de este nuevo modo de vivir que prioriza el disfrute del momento a la manera de la antigua premisa del Carpe Diem.
Los nómades contemporáneos desobedecen los mandatos del estilo sedentario y deciden convertir al viaje en su proyecto de vida. De esta manera se resisten a encajar en funciones determinadas rechazando la protección que estas pueden ofrecer a cambio de la sumisión que ellos deben practicar. Muchos de ellos son jóvenes que rechazan un trabajo estable, “ponerse la camiseta” de una empresa y hacer carrera dentro de la misma como quizás han hecho sus padres y renuncian a beneficios como una obra social y un sueldo fijo (emblemas de la “seguridad” añorada). De esta manera, huyen de la conformidad y del adormecimiento, como si fueran conscientes de lo que alguna vez expresó Dostoievski: la mejor manera de que un preso no se escape es que nunca se dé cuenta de que está en prisión.
En este sentido, el nomadismo es entendido como una forma de resistencia a los modos socialmente establecidos, como una consciencia crítica que se niega a seguir un modelo de vida determinado. Hay cientos de blogs de viajeros que nos cuentan cómo lo han hecho, que narran detalladamente el paso a paso de experiencias de lo más diversas.
Identidad
Lo que se juega en la vida nómade es, entre otras cosas, la identidad: ¿quién soy? ¿a qué me dedico? ¿cuál es mi profesión? ¿de dónde soy? La respuesta podría ser: deseo viajar y ese deseo lo abarca todo. Soy, me dedico y vivo en la medida en que viajo. Es por eso que podríamos pensar en una identidad en movimiento que justifica todas las respuestas posibles a esas preguntas o en una pluralidad de identidades que juega, ensayando nuevas posibilidades de habitar el mundo. Así es como una argentina profesora de inglés puede trabajar una huerta en un pueblo del interior de Francia y un alemán enamorado del NOA puede regentear allí una pequeña hostería.
La vida errante propone una identidad en movimiento que se reconfigure de acuerdo a las circunstancias. A partir de esto podríamos pensar que el principio de identidad se vuelve frágil y deja de ser estable ya que va mutando, es versátil.
Sería interesante preguntarnos si la estabilidad es concebida como un valor y si funciona como algo que provee seguridad o, por el contrario, ancla y limita las capacidades creativas del ser humano.
Al parecer, las identidades múltiples habilitan posibilidades transformadoras y permiten el desarrollo pleno de las potencialidades que habitan en las personas permitiéndoles ensayar diversos modos de vivir. Hoy la identidad pareciera haberse convertido en una elección libre.
Así lo sostiene Sygmunt Bauman: “la identidad es una proyección crítica de lo que se demanda o se busca con respecto a lo que es; o, aún más exactamente, una afirmación indirecta de la inadecuación o el carácter inconcluso de lo que es”.
Etiquetas: contemporáneos, Jaquelina Miranda, Michel Maffesoli, nómades, viajes