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Por Cristian Rodríguez
El fraticidio se encuentra en el origen del problema planteado por la horda: endogamia, incesto, parricidio. Roza un inadmisible en la cultura, posiblemente una desmentida. Sin dudas, enriquece la formulación freudiana sobre el complejo de Edipo, ya que ambos complejos asumen su borde entre lo irreparable de lo humano y la pulsión de muerte.
Sin embargo, este plural: infiernos, propone algo más, tanto la chance de su enajenación irreparable -el laberinto atrapante entre las fauces del horror-, como la lonja de espacio vacío que permita salir. Son muchos los infiernos, y en cada uno de ellos, entre los extremos de su tensión y su cuerda, yace agazapado tanto el devenir de una vida como su abortada evisceración. Una evisceración no es, desde ya, un nacimiento. Tanto la Divina Comedia, como Edipo Rey, como El Oráculo de Delfos y el Minotauro, tratan estos problemas de la existencia. En el psicoanálisis se reeditan esas luchas y esas escrituras problemáticas ¿Quién lee? ¿Quién transforma con eso que se lee? ¿Qué se escucha? La salida de ese laberinto es también plural y concierne a la transferencia: atravesando los infiernos, en la particularidad de cada escucha/transferencia, intermediando eso llamado neurosis de transferencia o simplemente plural de la escritura, propio nombre, contrato social, castración, comunidad.
Y mientras tanto suceden tantas cosas en lo cotidiano, aunque lo cotidiano de ninguna manera garantiza lo inconsciente. Este cotidiano actual -lejos de garantizar una «almita finita», eso que corroe el alma y la despoja y templa- multiplica por contrapartida infiernos viejos, infiernos nuevos, más infiernos. Argentina atraviesa sus infiernos cotidianos, entre la desmesura del endeudamiento externo y la violencia represiva, efecto de los discursos del control social que aventa los fantasmas de la desaparición.
Los infiernos y los objetos técnicos capitalistas nos conciernen a los psicoanalistas y tocan dos soportes, metapsicológicos y sociales del psicoanálisis: horda e incesto por un lado, iluminismo y discurso capitalista por el otro.
Los círculos de los infiernos y más allá
Y así voy escuchando retazos cotidianos en el consultorio, y danzan extrañamente entrelazados:
1- Un hombre escribe, escribe incesantemente pero jamás lee. Los infiernos viven también enroscados en la lengua más allá de los círculos del Dante. Y ese no es un periodista ni un quehacer humano.
2- El 16 de junio de 1955 la aviación argentina hace su bautismo de fuego fraticida, bombardeando la Plaza de Mayo fundacional y mítica. El mundo bajo las bombas y un silencio suspendido sin nacer aún. Exterminio. Más de trescientos muertos y mil mutilados. Silencio inerme para las almitas por venir.
3- En el cotidiano de nuestra práctica, el psicoanálisis, escuchando en esto que llamamos periferia, ¿de qué hablamos cuando hablamos de mutilación, dictadura, paranoia al uso, fraticidio, horda?
4- Una mujer espanta la paradoja de las escaleras que propone Escher, encuentra en su sueño una hendija endiablada entre los escalones desorbitados y pasa, traspasa, nace.
5- Un país no nace, no termina de nacer. Se cumplen cuarenta y dos años del Golpe Cívico Militar en Argentina.
6- Un hombre no comienza a nacer, no sabe que lee. Pobre automático de calvario acallado. Se come sus mocos y no sabe llorar, se come a sí mismo y ladra como perro o animal. El sueldito de pobre automático sin almita se lo gasta inmediatamente, lo quema, se quema, se volatiliza. Un día de vida en la sucesión de días infernales, un día a cambio de la sucesión de infiernos de los días.
7- Un joven nace ciego de alma o mejor se hace esquizo de calvario acallado. Se arroja a las pantallas mutilantes, multiplicadas de Pinball Wizard.
8- Las bombas rugen en silencio, más todavía no terminan de caer. Son bombas financieras de divisa extranjera.
9- ¿De qué hablamos cuando hablamos de exterminio? ¿De qué, cuando hablamos de paranoia y amor?
¿Amor patrio, amor fraticida, amor horda? Alguien se mira en el ombligo no nacido.
Mientras tanto llega desde el pozo de alquitrán un rumor de natatorio clorado, una faz pregnante e invisible, un grito intermitente de oscuro sufrimiento pegoteado. Un feto que cae al suelo despavorido, el rostro incierto, sudado y pleno de lubricidad, la mala semilla, un niño acaba de nacer. Nace y no contradice la lógica cristiana. Pero, ¿cómo nace, y para quién nace? Nadie le pidió nacer y a la mamá le pidieron que nazca. Pero, ¿qué es una mamá sin un deseo de dar a nacer, sino un infierno de lo no nacido? Antes, permítanle a esa mujer encontrar un deseo para hacer nacer.
¿Y qué hacemos con este pequeño problema épico, también ético: cuándo un país decide apostrofar a sus habitantes y arrojarlos al pozo ya nacidos, desconocerlos, también desaparecerlos?
Realidad política: los modernos. Tótem y más allá la inundación
Y en estas lecturas colectivas que realizamos con cierto consenso, estas que también son lecturas clínicas, retazos de pacientes en análisis proyectando las fantasmagorías de lo social siniestrado, atravesamos esas lecturas del falso discurso capitalista para analizar el modo en que se serializa y fragmenta la experiencia, entre los objetos multicelulares de la técnica capitalista –desencadenándose como un antivirus, “hacia adentro” y no hacia afuera- hasta el impacto residual e implosivo sobre la formalización metapsicológica de lo inconsciente. Esta formalización no atañe a lo imaginario sino a la relación simbólico real del cuerpo metapsicológico, su afectación produce no sólo secuelas en la estructuración psíquica –de las que no conocemos sus efectos a mediano plazo- sino que es una factoría con pretensión de ilimitada producción de un automático de sujeto enajenado a la producción, a la reducción del objeto. Es decir, esto no es desujeción ni desubjetivación sino simple reducción molecular al plano del objeto residual.
Esto es un velado retorno al capitalismo del siglo XIX, en cuanto a las reformas sociales típicas de la reprimarización de la economía. El objeto cobra la forma de una mercancía primarizada, no desplazada, cosificada en un plano que se acerca a la identidad de percepción. Así la paradoja queda establecida, ya que no vivimos en el Siglo XIX.
En nuestro país, donde se trata de las fantasías ilimitadas de la producción agroexportadora del siglo XIX, sobre este esquema bizarro se yergue la lógica de la seducción extranjera a las inversiones –el estímulo externo-, del país que se modernizará con prácticas del capitalismo financiero especulativo, encontrándose allí, y estallando también, el significante “moderno” hacia una condición de explotación ilimitada del recurso. El hombre es el lobo del hombre, pero bajo la capa pluricelular del acicate tecnológico y del diseño tecnocrático.
A cada uno de estos retornos: al menemismo, al 76, al 56, al siglo XIX, y a la explotación industrial del siglo XIX, por efecto de las políticas tradicionales liberales, la reprimarización de la economía agroexportadora es sólo a los fines de la mascarada. Esa imagen tomó el relevo, retrotraída de la explotación industrial, incluso en el Buenos Aires del siglo XIX. Y todos estos procedimientos de retorno –artificios automáticos y producidos-, no verdaderos retornos de lo reprimido, vienen transfigurados. Es lo siniestro. Ahí se pasa a una escena que se encuentra agazapada para la región, siendo Brasil su punta de lanza política e industrial. Antecedente lógico de lo que está agazapado también aquí en Argentina.
¿Qué tipo de retorno es al siglo XIX? No otro que el de la deshumanización que anticiparía las carnicerías europeas de la primera y segunda guerras mundiales. Porque el retorno del siglo XIX en el siglo XXI puede deparar holocaustos inimaginables, apocalipsis inimaginables. La explotación de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX preparó el terreno para la Primera Guerra Mundial: 20 millones de muertos. Hace apenas 110 años.
Para los países periféricos y satélites de la región y del mundo, ¿instalará finalmente el siglo XXI la lógica de los esclavos dentro del gran basural retrotraído al siglo XIX? El retorno de los modernos es también un falso retorno, es en realidad la instauración marginalizada de la totemización de la experiencia.
Respecto de la producción de políticas de salud, veo en esa disquisición respecto de la prevención y la reducción de daños, en la dificultad de encuadrarlas dentro o fuera de un tratamiento, parte de la dificultad que le es propia a estas dos cuestiones: probablemente están a un tiempo dentro/fuera de un tratamiento. Habría que pensarlas como superficies topológicas -si es que las abordamos metapsicológicamente-, y en lo que respecta específicamente a la práctica del psicoanálisis, considerarlas caso por caso -si están dentro, luego fuera, o dentro/fuera-.
De todos modos, tanto una como la otra -prevención, reducción de daños- son intervenciones y conceptos que se corresponden con otro marco teórico: el de las políticas de salud. Las políticas de salud tienen su propio esquema, su propio marco jurídico y su propio encuadre teórico. Es una diferencia muy sutil ésta, la de establecer una diferencia entre políticas de salud y políticas terapéuticas, pero resulta fundamental para entender el obstáculo histórico y la trampa metodológica que se produce a la hora de poner en relación una determinada política pública respecto de las política en los consultorios, de las políticas terapéuticas, de la política del psicoanálisis -que es una ética del deseo-. Esa diferencia, entre otras, resguarda del tótem infinito.
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