Blog

Por Luciano Lutereau
¿Por qué los varones aman (o admiran, es lo mismo) a otro varón por su poder antes que por su deseo? Esta es la contribución del homoerotismo al fanatismo. Así se admiró a Hitler, a Stalin, hoy a Putin. Es lo que hace del mito freudiano de la horda primitiva un fantasma masculino: la omnipotencia del padre vela su deseo. Si tiene a todas las mujeres, no desea eróticamente a los hijos, no sea cosa que los hijos amen su deseo.
¿Para qué sirve el análisis de un varón? Para que pueda amar el deseo de otro varón, es decir, para que deje de ser súbdito de un padre al que supone perverso y al que le autoriza sus caprichos totalitarios, para que pueda creer sin ser un fanático, para que pueda advertir que la fantasía del padre omnipotente reprime lo femenino del padre o, mejor dicho, que el padre es feminizante (no feminazi: ese es otro fantasma machirulo, que reprime el deseo atribuyendo poder) y, por qué no, feminista.
El análisis de un varón termina cuando puede hacer del padre una mujer; no cuando pone a una mujer en el lugar del padre (salida habitual de la neurosis), sino cuando puede amar el deseo de una mujer que es el padre. Por eso sin feminismo no hay psicoanálisis.
Amar a los varones
Amar, sólo se puede amar a los varones. Quien ama a alguien, lo ama como varón. El objeto del amor siempre es masculino. Por eso un varón que ama a una mujer suele sentirse pasivizado o directamente tiene fantasías homosexuales (o celos).
Desear, en cambio, sólo se puede desear a las mujeres. Quien desea, desea a una mujer. El objeto del deseo siempre es femenino. Por eso la mujer que desea a un varón (incluso cuando desea su deseo) suele sentirse impotente (nada más contradictorio) o sufre de envidia.
Tan cierto es que amar sólo se puede amar a un varón, que esto explica por qué muchos varones necesitan tener amantes: para poder ponerse celosos, de esas mujeres que pueden perder, porque sus esposas no les despiertan celos, ya no temen perderlas. A sus esposas las desean, porque sólo se puede desear a una mujer, mientras que a sus amantes las necesitan para amar a otros varones.
El tipo clínico característico de esta posición es, como ya dije, conocido en la literatura y en los consultorios: el marido celoso de su amante (y no de su esposa). Esta es una pequeña contribución a una clínica de la infidelidad, en la que siempre hay algo trágico, no necesariamente neurótico, una especie de destino, que muestra cómo amor y deseo, cuando se cruzan, desgarran a quien tocan. Por eso muchos eligen desear y no amar, mientras otros aman para no desear.
Querer de un varón
Tres cosas puede querer una mujer de un varón: que sea con quien va a poder ciertas cosas (función de garantía, directa o indirecta: con él se siente segura en su profesión porque se dedican a lo mismo o algo semejante, o él la ayuda para que ella pueda hacer tal o cual cosa, etc.); que él sea con quien ella siente que es ella misma (función de identidad), se reconoce a través de su voz o mirada; que él le de un hijo (función de don).
Actualmente se incentiva a que las mujeres puedan o sean por sí mismas, pero algo más que el patriarcado retiene a muchas mujeres en las dos primeras funciones. Quienes nos dedicamos al psicoanálisis comprobamos que la tercera función es la que tiene un menor costo psíquico. Si un varón no está para darle un hijo a una mujer, le da algo peor. Quizá por eso muchas mujeres se separan después del nacimiento de un hijo. Son las más sanas. Siempre es preocupante que una mujer no quiera un hijo (real o simbólico) de un varón.
Comunidad de deseo
No hay deseo compartido, es decir, no hay deseo (en) común; si en una relación dos desean lo mismo, uno está identificado al otro. Es inevitable que en una relación haya identificaciones cruzadas, pero en el caso de una pareja esta histerización colectiva es lo que la hace menos interesante, de la misma manera que un colectivo fundado en la histeria termina en la Iglesia o el Ejército, aunque tenga las mejores intenciones. ¿No le pasa eso a muchas parejas, que son religiosamente fieles o que se vuelven militantes de la relación, soldados que (se) custodian sólo por obediencia? Puede ser que no haya deseo compartido, pero sí existe fundar el “juntos”. El “forever juntos” de la pareja (como alguna vez titulé un libro) es un misterio que excede el deseo, algo más interesante también.
La incondicionalidad
Lo más difícil de la vida es aceptar que ningún vínculo es incondicional. La incondicionalidad no es la expectativa de que el otro esté siempre, porque no soportaríamos algo así, sino no vivir su ausencia como algo hostil: es la diferencia entre que alguien no nos cuente algo y creer que si no lo hace es porque no quiere hacerlo. En fin, aceptar que una relación tiene condiciones quiere decir renunciar a la idea del otro malo, que no quiere tal o cual cosa, que nos agrede o hace las cosas a propósito, etc. A veces hay cosas que no pasan simplemente porque no estuvieron dadas las condiciones para que pasen.
Etiquetas: Feminismo, Luciano Lutereau, Psicoanálisis