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Por Martín Barrionuevo
Una foto: colgados en la entrada de Chivilcoy, los guardapolvos que usaban los trabajadores de Paquetá. Hace poco menos de un mes, la empresa que fabricaba zapatillas cerró despidiendo a sus últimos 397 empleados.
La humanidad ha recurrido a la idea de «las puertas de la ciudad» cuando se encuentra ante una amenaza que pone en peligro la sociedad tal cual se la conoce dentro de las puertas de la misma. Los ejércitos griegos sobre las puertas de Troya; los ejércitos persas del rey Jerjes sobre las puertas calientes defendidas por el espartano Leónidas; Anibal Barca sobre las puertas de Roma; incluso, el ejército de Hitler sobre las puertas de Moscú.
El avance sobre la ciudad implica la destrucción de sus valores, costumbres, y claro está, su independencia. Tan claro como esto es que es más fácil dimensionar el peligro de un ejército invasor con sus armas y soldados acechando en las cercanías, arrasando a su paso y hablando un lenguaje extraño. De aquí el concepto «barbaros» que los griegos aplicaban a los extranjeros que no hablaban su idioma, literalmente significa «el que balbucea».
En el caso de Troya (y el de nuestra ciudad tal vez) hay un personaje mítico llamado Casandra quien tenía el don, concedido por el dios Apolo, de predecir el futuro. Este don lo pactó a cambio de tener relaciones con el dios, lo cual no cumplió. Apolo la maldijo, no quitándole el don sino haciendo que nadie creyera sus predicciones. Así fue que ante el obsequio del gran caballo de madera que los griegos dejaron en las puertas de troya, Casandra intentó en vano advertir a sus troyanos que se trataba de un engaño que llevaría a la ciudad a la ruina.
Hoy a las puertas de nuestra ciudad encontramos un peligro que acecha, no está tan claro para todos, es prácticamente una presencia espectral. Esos guardapolvos flameando según la voluntad del viento tienen una pasividad fantasmal, recuerdan las imágenes de ciudades fantasmas. Una pelota abandonada en un parque de Chernobyl, unos cimientos de una antigua casa oreándose al sol cuando el río se retira en la ciudad de Federación. Es el sabor de las historias truncas y de los abandonos forzados. Lo que nos diferencia de esas ciudades es que aquí no hay shock, el peligro está en ir desapareciendo lentamente sin la necesaria conciencia de que eso está ocurriendo, el peligro de volvernos fantasmas sin saberlo.
Etiquetas: Martín Barrionuevo, Paquetá