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Por Ana Clara Azcurra Mariani
Desde Ciudad de México
1.
En el año 2007, Terry Eagleton publicó un libro titulado ¿El sentido de la vida? (Paidós, 2017). Si se ha leído al inglés, ese título sólo puede entenderse como una elegante y sutil provocación a la literatura de la autoayuda y las salidas individuales a la angustia y la depresión, enfermedades sociales si las hay en el mundo contemporáneo.
Pero no es de ello de lo el autor se va a ocupar, sino de las preguntas y las respuestas que las ciencias humanas han elaborado para encontrar ese sentido de la vida (si es que fuese posible hallar siquiera uno), y en un pasaje se referirá a los juegos que el lenguaje habilita para su utilización en conceptos tan corpóreos como la experiencia del dolor y de la pérdida. Decimos por ejemplo, tengo un sombrero pero también tengo un dolor, señala Eagleton. Sin embargo, no se nos ocurre preguntar si un dolor es suyo o es mío, como sí podemos hacerlo respecto de un sombrero u otro objeto que encontremos en una habitación. El dolor, retoma Eagleton de Wittgenstein, pareciera así ser una posesión, la más propia, privada e íntima que el lenguaje nos ofrece. Pero somos conscientes de que un dolor no se presta ni regala, no se tira, no se transfiere. Cuánto mucho, se recicla o se reinventa.
El lenguaje nos hechiza y disolver ese embrujo es lo que procuró Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas. Y, como recopila Eagleton, luego revisarán la inquietud otros como Nietzsche o Derrida, quien nos ofrecerá el concepto de deconstrucción. Si “tenemos” un dolor, es plausible que nos preguntemos en lo que sigue ¿cómo podemos externarlo, compartirlo y volverlo parte del conjunto para que no sea experiencia privada cuando la causa misma no lo es?
2.
“En una contingencia, mi madre me parió en un terreno rodeado de mezquites en Tehuantepec, Oaxaca, Méx. Mi ‘ombligo’ fue enterrado debajo de un árbol de almendra; para no romper con la tradición me llamaron como mi padre, mi educación se fincó en el seno de una familia de indias refajudas, indios pata rajadas e indios sodomitas.”
Lukas Avendaño es quien nos habla. Un artista integral oaxaqueño de quien se dice que despliega una exquisita articulación entre la antropología y las artes escénicas al abordar etnicidad, sexualidad y género. El 10 de mayo de 2018, Día de la Madre en México, su hermano Bruno Alonso Avendaño fue desaparecido. Era (¿es?) miembro de la Marina Nacional y había ido a visitar a su familia. Aprovechó esas vacaciones para realizar una changa de la que jamás regresó. Nadie vio nada. Aunque a veces, y no sólo en México, no ver significa salvarse de la misma suerte.

En México las estadísticas son dispares, pero se estima que en todo el país hay, al día de hoy, más de 45 mil desaparecidos, 26 mil cuerpos todavía sin identificación y más de 1100 fosas clandestinas. Pueden ser más y pueden ser menos, pero eso no quita la dimensión abyecta de la situación. En Oaxaca mismo, donde desapareció Bruno, entre 2014 y 2018 se registraron casi 600 desapariciones.
Bruno Avendaño se ha convertido en un caso conocido, lamentablemente, porque su hermano y su familia se han puesto la búsqueda a cuestas y tienen los recursos simbólicos necesarios para ejercer presión. En una residencia artística en Barcelona, post desaparición de su hermano, Lukas y sus compañeros de aquella ciudad española se presentaron en el consulado de México, montaron una performance en la puerta y dispusieron muchas cámaras de fotos y videos. Así, en una época donde importa más la imagen que la vida, fue recibido por el cónsul Ernesto Herrera López.
Lukas pudo internacionalizar la causa de su hermano, llena de irregularidades y desidia judicial. Le dio una dimensión de visibilidad que posiblemente actúe como protectora para él y su familia porque aquí se sabe que nadie que ejerza activamente la voluntad de saber un poco más estará libre de amenazas.
Un día, Lukas y su madre se encontraron llorando juntos. Pero se dijeron, esto ya no es tristeza. Nos sentimos encabronados. Él estaba y está próximo a las luchas sociales. Te va a pasar, en realidad, ya te está pasando, nos dijo a todos y todas en medio de su conferencia. Pero un día es tu hermano.
3.
A Lukas Avendaño lo conocí en el Primer Encuentro de la Cátedra de Pensamiento Situado “Arte y política desde América Latina”, organizado conjuntamente entre la Universidad Autónoma Metropolitana y el Museo Reina Sofía de España.
Llegué a las rejas del Museo Universitario del Chopo, sede del último día del evento, para ver su performance, de la que no tenía ninguna referencia, y allí estaba él. Sentado, con un vestido negro de puntilla y encaje, mezcla entre dama antigua en luto y traje tehuano, con una foto de su hermano enmarcada y apoyada sobre su pierna derecha. Quienes quisieran entre el público se metían dentro de otro traje tehuano pero a color, se sentaban a su lado tomándolo de la mano unos minutos y luego daban paso al siguiente. Las notas de una trompeta solitaria, solemne, le hacían fondo a la presentación.

Acompañar en la espera, a eso nos invita su performance que recrea el cuadro Las dos Fridas (Kahlo, 1939), del que se dice es fruto del divorcio de la pintora y Diego Rivera. Acompañar en esa espera activa por el regreso de su hermano, o por su hallazgo, o por alguna pista. Y aunque activa, espera al fin, porque toda búsqueda sufre de una doble condición. Por un lado, el sufrimiento por la pérdida y por el otro, los tiempos de meseta judicial e informacional, tiempos en los que pareciera suceder nada.
Mario Vergara Hernández participó de la mesa de diálogo con Lukas Avendaño. Es (tristemente) conocido también por buscar a su hermano Tomás, quien desapareció en el año 2012 mientras trabajaba como taxista. Fue a partir de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, pueblo vecino a su natal Huitzuco, que Mario se llenó de coraje y comenzó a excavar y buscar fosas clandestinas. A la fecha, encontró en los cerros más de 200 cuerpos. La desaparición la cargamos todos, todas. Pero cuando se dice somos todos, en realidad quisiera decirse, ojalá no seamos todos ni todas.
Esto nos induce a pensar a qué se ven expuestas las familias que buscan a sus desaparecidos. Mario fue muy elocuente. Mi vida ya no es mi vida, mi familia ya no tiene la buena vida que disfrutábamos. Él tenía un bar-billar en Huitzuco, una cotidianidad sin privaciones ni problemas, describió. La biografía familiar sufrió una bisagra por la desaparición de Tomy. La esposa de Tomás y sus hijos se fueron del pueblo porque ya no era seguro. Al principio, y con malabares, Mario podía trabajar y buscar. Incluso, muchas personas acudían a tomarse un trago a su bar y dejar debajo de los vasos papeles con la ubicación de fosas clandestinas. Luego y bajo amenazas, la familia se mudó y el bar fue cerrado. O trabajo o busco, definió.

Mientras lo escuchaba, pensé en algunos casos que tuvieron repercusión mediática en Argentina. Primero, recordé a Sergio Maldonado, el hermano de Santiago. Me pregunté cómo estarán atravesando la ruptura de su flujo cotidiano a partir del encuentro del cuerpo de Santiago, la agresión estatal, los cuestionamientos crueles de una porción de la sociedad que descansa en la ignorancia y que incluso avala la muerte como defensa de la propiedad privada.
También me acordé de Ángeles Rawson, y los cuestionamientos que recibía la familia (sobre todo la madre) por falta de llanto y melodrama frente a las cámaras. Lo que duele entra en un sistema de expectativas que necesita reconfirmación -“esto tiene que doler así”- para no condenar a la víctima ni volverla sospechosa. Una expectativa impropia con la que cargan las familias mientras agradecen al que acompaña y colabora, cegando con esfuerzo las opiniones que intentan someterlas.
Sheila Ayala, la niña argentina de 10 años que fue asesinada por sus tíos en octubre de 2018, no puede hablarnos pero posiblemente no estaría de acuerdo. Sus tíos encabezaron su búsqueda en una cruzada mediática que los argentinos podemos recordar. Nadie los miró de reojo hasta que se supo lo que había ocurrido. El llanto de una tía frente a las cámaras de televisión, en apariencia destrozada en cuerpo y alma por la pérdida, pudo tapar el mar.
4.
Se dice que parte del problema de las estadísticas tiene que ver con que muchas familias no denuncian las desapariciones. El desaparecido no está ni vivo ni muerto, sopla todavía Jorge Rafael Videla.
En el Museo del Estanquillo de la Ciudad de México, que alberga todas las colecciones del cronista Carlos Monsiváis, existe una exposición llamada “El espíritu del ‘68” que reúne todo el material visual y gráfico que Monsiváis recolectó sobre el movimiento social y político de aquel año cuya base más amplia fueron los estudiantes. El 2 de octubre de 1968 y bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, los militares mexicanos reprimieron la marcha que se había congregado en la Plaza de las Tres culturas de Tlatelolco. El movimiento buscaba una ampliación democrática y cambios radicales en el gobierno, como la salida del PRI del poder. El gobierno acusó a estudiantes e intelectuales de ser parte de un plan subversivo comunista de escala internacional.
Diez días después comenzarían los Juegos Olímpicos en México, y reprimir la protesta social fue algo de lo que Díaz Ordaz se sintió orgulloso para garantizar la no desestabilización del evento internacional. Al día de hoy, no hay cifras de los muertos que se acepten unánimemente. Oficialmente y en ese momento, se reconocieron 26 muertos y más de mil detenidos. Pero entre las investigaciones de periodistas internacionales y los mexicanos Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y Octavio Paz, las cifras oscilan entre los 300 y 500 muertos.
En la exposición del Estanquillo hay una gráfica que impacta por su crudeza pero no resulta increíble.
Sí señora, su muchacho está muerto, pero pienselo bien.
Si abre la boca está expuesta a perder sus otros hijos.
A quien no busca, ¿se lo puede culpar, acusar? El mismo Lukas Avendaño relata que el pasado 25 de junio, un mes y medio después de la desaparición de Bruno, su madre atendió el teléfono y del otro lado recibió una invitación para dejar de buscar a su hijo si no quería terminar junto al resto de su familia de la misma manera. Todos desaparecidos.

Tanto Mario como Lukas coinciden en algo. Buscamos a nuestro familiar, ni siquiera buscamos asesinos. El sistema judicial burocratiza y enreda las investigaciones al punto de que se concluye en la búsqueda de consuelo y no de justicia. Es una máquina que tritura su propia esencia y la destina a una existencia legal pero ilegítima. En el medio, corren los números. Esos números que llevan consigo vidas truncas, sometidas al manoseo aun después de su extinción.
5.
En la ciudad de México existe un pequeño museo que no forma parte de los circuitos oficiales de publicidad para el turismo cultural. Es el Museo de la Memoria Indómita que lo sostiene el comité ¡Eureka! de madres y desaparecidos por el terrorismo de Estado mexicano. Fue fundado en 1977 por Rosario Ibarra de Piedra, madre de Jesús Piedra, desaparecido en 1974 en Monterrey por su actividad política ligada al comunismo, y cuatro veces nominada al Premio Nobel de la Paz.
En el museo nos recibió a los visitantes Jorge Gálvez, el cuñado de Jesús, y nos brindó una charla acerca del trabajo que el comité realiza, pero también sobre la historia del terrorismo en México. Gracias a su labor de investigación y reclamo, pudieron recuperar del secuestro y detención a 148 personas. Pero hay cientos de activistas políticos que permanecen desaparecidos por lo que llaman la dictadura invisible mexicana.

México no tuvo dictaduras militares y su política exterior se mostró brillante durante los años en que América Latina sufrió golpes de estado y un terrorismo siempre difícil de ocultar. Tal es así que se encargó de recibir a intelectuales, artistas y militantes perseguidos por sus ideas políticas mientras sobre sus ciudadanos operaba el secuestro y la desaparición. Incluso, recordé, mi papá había visitado el país en 1977 para asistir al Consejo Mundial de Iglesias (CMI), organización protestante y anglicana que en ese momento financiaba proyectos de ayuda a los sectores más pobres de América Latina. Como militante del peronismo de izquierda, permaneció un mes en el país y de allí partió hacia su exilio en Francia. Para los extranjeros, el anticomunismo no corría.
Jorge se emociona al finalizar la conversación, sus ojos enrojecen. Nos cuenta que hasta el momento existen muchos archivos espurios, archivos sobre una misma persona donde se relatan dos versiones de su detención o muerte, y es difícil determinar cuál es más certero. El flamante presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, AMLO, se comprometió a abrir todos los archivos de las décadas de la desaparición sistemática. No es una confianza ciega, pero AMLO trae a cuestas el 53% de los votos y varios gestos políticos que permiten confiar sin pecar de ingenuos por la posible falla. Cuando llegué al país, el taxista que me llevó del aeropuerto a la casa fue contundente: a AMLO se le perdona la falta de combustible por su cruzada con los huachicoleros simplemente porque es él, porque viene con otra mentalidad. Si fuese otro, esto sería un desastre.
Unos días después de esta charla, AMLO anunció un presupuesto de más de 400 millones de pesos para la búsqueda de los desaparecidos, y afirmó que los números hablan de una crisis humanitaria nacional. También, el rediseño de las políticas públicas de búsqueda, con comisiones locales que apuntalen las investigaciones.

6.
Zam tiene 23 años y está terminando la redacción de su tesis de la licenciatura en Biología en la Universidad Autónoma de México (UNAM). Es feminista y vive en la casa donde me hospedan en mi estadía chilanga. De nuestras conversaciones sobre el machismo en México, comencé a pensar en cómo la desaparición, ese “se lo/la tragó la tierra”, pareciera un procedimiento de rutina en este país, aleatorio, pero cotidiano. Las personas desaparecen en cualquier lugar del mundo, sin embargo en México hay una frecuencia y un índice de posibilidad que incrusta otro tipo de alerta en sus habitantes.
Hay una forma de secuestrar mujeres que aquí se denomina “cálmate, mi amor” que transparenta la normalización de la violencia de hombres hacia mujeres. Generalmente mujeres jóvenes, de complexión delgada y pequeña son abordadas por un hombre, sobre todo en estaciones del metro y centros comerciales, que las toman del brazo e intentan que se vaya con él. Ellas se resisten, intentan zafarse. El hombre responde “cálmate mi amor, estás haciendo una escena, mejor vámonos, no te pongas así”, describe Zam sobre la modalidad de secuestro, bastante efectiva porque en los problemas “privados” nadie se cree con derecho a entrometerse.
A mi me sorprendió un testimonio en que cuentan que un policía se acercó y le preguntó al hombre si todo estaba bien. Este le dijo que sí y que era un problema de pareja, a lo que el policía contestó, “si, ellas siempre te desconocen cuando se pelean contigo, así son las mujeres”. Se fue y no hizo nada, completa. Y aunque alguien ayude a las chicas para que no se las lleven por la fuerza, nadie detiene a esos hombres en gran parte de los casos.
Los niveles de machismo institucional también preocupan. En el año 2017 asesinaron a Lesvy Osorio en Ciudad Universitaria (CU) de la UNAM. Las autoridades demoraron diez horas en dar aviso a las autoridades policiales del hallazgo de su cuerpo, y la Procuraduría General de Justicia luego de retirarlo lanzó twits cargados de prejuicios, sugiriendo que Leslie se había suicidado por tener problemas de drogas y alcohol, y por deber materias. Para ese momento, siquiera se habían revisado los videos de las cámaras del campus, lo que luego demostró que su novio había estado con ella y había sido el último en verla con vida.

Cada vez parece más cercano que te secuestren y eso era algo que me parecía lejano mientras me moviera en lugares que conozco, a la luz del día, pero la semana pasada le ocurrió a una compañera de mi facultad, muy cerca de donde yo vivo, se refiere Zam a una compañera a la que un policía rescató en medio de un secuestro en el subte, y que previo a ello llegó a escuchar que su secuestrador iba a cobrar $2000 por entregarla (alrededor de $4000 pesos argentinos).
En la calle hay carteles del gobierno que dicen que grites “Me están llevando” porque “entre todos podemos detener el secuestro de mujeres”. Sin embargo, Zam me confiesa que es más probable que alguien se de vuelta a mirar qué ocurre si gritas “¡Fuego!” o “¡Está temblando!” (por las altas chances de que haya un sismo en la ciudad). Tu propia universidad ya no es segura cuando oscurece. Me parece inadmisible y las autoridades sólo dicen que en fin, ya saben dónde están los puntos de venta de droga en el campus y que van a poner rejas allí. Esa fue su medida para cuidarnos.
7.
La palabra desaparecido habla de algo o alguien que pareciera disuelto, esfumado, desmaterializado. Y eso preocupa. Los desaparecidos, las desaparecidas, son parte de nuestro tiempo, de nuestra escena, y desde allí afrontan una vitalidad, y la seguirán reclamando mientras haya quien los recuerde, los busque y los nombre. Los desaparecidos no están en nuestro espacio, pero son y están en nuestro tiempo. No los vemos, pero están aparecidos por la fuerza en otro territorio, mantienen su existencia.
La película Coco (Pixar, 2017) y la celebración del Día de los Muertos en México me lleva a pensar cierta semejanza con esto. Si el altar familiar resguarda la imagen del difunto, generación tras generación, cada 2 de noviembre este visita a su familia, y vive otro año más dentro de esa muerte. Es una forma de trascendencia, y para algunos esa trascendencia es el sentido de la vida del que elabora cierta genealogía filosófica Eagleton. Anna Frank en su diario íntimo escribió que ella quería seguir viviendo aun después de muerta. Lo logró, pero no en sus términos, sino en los del nazismo.

8.
Y aunque el dolor realmente no se tiene, la experiencia del dolor es la condición de la transformación radical, personal y colectiva. Sobre el final de las jornadas de Arte y Política alguien afirmó que quienes nos sentimos en compromiso e interpelados desde cualquier arista por la desaparición, debemos convertirnos en protectores de memorias vulnerables. Podríamos decir, también, memorias vulnerabilizadas. El horror jamás debería perder la fuerza y el cuerpo que conlleva en su misma definición.
¿Tiene sentido preguntarnos por la experiencia del desaparecido cuando los ausentes que (más cerca o más lejos) son nuestros no pueden respondernos? ¿O es una pregunta bruja y tramposa del lenguaje, como podría señalar Wittgenstein?
Aunque la experiencia del dolor, como se dice, es intransferible, insistir en las preguntas y en los ensayos de respuesta, aunque sean coyunturales y transitorias, es un sano y activo ejercicio humano. El arte, su mejor canal.
Etiquetas: Andrés Manuel López Obrador, Jorge Rafael Videla