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Por Sebastián Saravia
Tiene mala prensa el miedo. Más en la infancia. Se lo asocia a situaciones desbordantes, a fobias, a temores. El miedo es familiar de la angustia. Viven en el mismo terreno pero en casas separadas. El miedo está antes, vive adelante. La angustia vive atrás, en el fondo.
Hay varias formas de pensar al miedo. Una es como afecto, y como tal remite a un cuerpo. Un afecto que hace cuerpo. Otra forma es el miedo en su relación con el deseo. Hay quienes no deciden por miedo a la pérdida que conlleva toda elección.
La propuesta de hoy es simple, no por eso menos rigurosa: El miedo en la infancia como operación de lectura y escritura.
Un niño que padece del afecto del miedo, al poder identificarlo en un objeto o alguien, ya ha hecho un trabajo previo. Intentó leer y en base a eso escribir. De ahí que puedo proponer lo que sigue. Tener miedo es un modo de hablar, entendiendo que es hacer entrar al lenguaje. Los miedos son como canales donde algo del afecto del pequeño sujeto discurre.
Que un niño tenga miedo es en principio positivo. Esto quiere decir que si hay miedo, hay un sujeto capaz de sentir. Un sujeto que lee y escribe sobre un afecto. Un niño que ubica un límite, un hasta acá. El miedo es una producción propia, singular. No todos los miedos son iguales, aunque los haya generales. El tema no es a qué se le teme sino qué lectura se hace en él. Porque todo miedo condensa, adentro, la posibilidad de respuesta a una pregunta en su relación al Otro.
Siguiendo esta lógica, el miedo tiene relación con el saber del Otro. Hay una forma y un uso del saber en el miedo. En este sentido, podrá ser un freno ante un saber que puede aplastar y no dejar vivir. El miedo nos ubica, como una forma de manifestarse. En el miedo, un niño toma posición.
En definitiva, el miedo vela y devela algo de la relación con el Otro. Porque nos canta “las cuarenta” pero de una forma que no es un acceso total y descarnado a la verdad. Es mediante un rodeo.
Si en muchas ocasiones es por amor que un niño aprende, puede ser a través del miedo que ubique un límite. Un límite que es un posible puente entre él y el Otro. Aquello que separa y conecta. Aquello que permite un intervalo.
Entonces será nuestro trabajo como analistas acompañar a los niños en la creación de formas novedosas de hacer con sus miedos. Entendiendo que ya hay un primer trabajo de elaboración.
Recuerdo que una vez pasamos de una tarántula iracunda sin forma que asustaba a poder dibujarla, jugamos a ponerle un sobrenombre, hasta DNI y conseguirle un trabajo. Le armamos una historia. Haciendo circular ese saber en relación al Otro como pequeñas historietas, a cuenta gotas. De a poco. Riendo. Respetando.
El miedo, por su cercanía con la angustia es un elemento fundamental en nuestra práctica. Lejos de una mala prensa, quizás sea una mala praxis del miedo.
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