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Por Adrián Melo | Esculturas: Dario Veruari
I
Como en todo recorrido por un supermercado, nos vamos dejando llevar por los colores de los productos, los nombres, los precios, y sobre todo, por la oferta que se nos abre ante nuestros ojos. Amplia, de la cabeza a los pies. Podemos comprar. Podemos llenar el chango con objetos, mayormente innecesarios, pero seductores. Podemos porque queremos (en el mejor de los casos) y podemos porque nos dicen que podemos.
Eso nos dicen esas voces internas llamadas ideales del yo. Compra. Llena. Vive. Muestra. Muere. El consumo mata nuestra libertad. Nos sometemos voluntariamente a una esclavitud tan sólo por llevar los ideales en que se sostiene el capitalismo. La lógica del mercado no tiene nada en común con el amor. Aunque sí con el amor sostenido en el capital.
Hacer un recorrido por el universo Tinder o Happn, u otras aplicaciones de encuentros o citas románticas es como entrar a un supermercado o a un shopping. O tal vez, mejor llamarlo, un zoológico. Por suerte los animales del Zoo ya no interesan a nadie, y lentamente cierran sus puertas.
El supermercado Tinder ofrece una gama de productos para todos los gustos y paladares. Hay de todos los colores y formas: híbridos, naturales, transgénicos, imágenes saturadas de estética. Fotos, fotos con el estereotipo del siglo XXI, las muy sobrevaluadas, sonrisas y felicidad. Sonrisas que enamoran. Sonrisas que convocan a soñar. Sonrisas para capturar miradas.

La pulsión no tiene corte, no tiene pausa, es constante y tiene por meta la satisfacción. La pulsión escópica nunca estuvo tan activa como en los tiempos de internet. El mirar y el ser mirado dan lugar al hacerse mirar. Capturar el ojo como el señuelo al pez. Mostramos intimidades que años atrás eran impensadas, llevados por un impulso ingenuo de ser mirados, porque necesitamos ser amados. Ahí entramos, embaucados por sonrisas con promesas de amor. Que no se malinterprete, son adorables las sonrisas, amorosas, traen calma, son besuqueables de tan encantadoras. Pero una sonrisa no es una persona. Una sonrisa es un señuelo. Luego mordemos (al fin y al cabo, las bocas son para ser mordidas). Una sonrisa es una madre amamantando. Es la primera puerta de satisfacción que encontramos.
II
El amor, ¿surge porque se lo encuentra o surge porque se lo construye? Qué es el amor, sino el reencuentro con algo siempre fallido. Un engaño al que insistimos capturando al otro en nuestras propias redes fantasmáticas. Freud encuentra tres oposiciones dentro del amor. Además de la oposición amar – odiar, hay una mediando entre las tres, que es amar – ser amado. Y luego la tercera, el estado de indiferencia.
Hay una canción hermosísima de The Cure, que traducida dice algo así como: “he estado tanto tiempo entre tus fotos, que casi llegué a creer que eran reales, he pasado tanto tiempo entre tus fotos, que casi llegué a creer que son todo lo que puedo sentir”. Tinder es fotografía, pero nos da la promesa de ser real. Nos dice, entren, busquen, encuentren el amor. Vivan su imaginario mundo. Una imagen nos captura, nos vuelve dependientes de ella hasta hacernos entrar, y damos el match. Recordemos que la pulsión es parcial y aspira únicamente a la satisfacción, a una descarga que vuelve a comenzar recorriendo a un objeto. La actividad de la pulsión logra pasar de ser mirado (pasivamente) a hacerse mirar. ¿Será el objeto de la pulsión el amor, y las fotos y los posibles encuentros el recorrido que lleva a la descarga pulsional? Todo indicaría que la satisfacción se encuentra en la repetición de enganches fallidos bordeando lo evanescente del amor.

La era de internet ha desarrollado un ilimitado goce de exhibición y voyerismo mediada por la falsa protección posibilitada por la distancia cibernética. En lo confortable de nuestros hogares, nos abren las puertas de sus intimidades y entramos guiados por el placer de ver. Y lo que se ve es un decorado, una escena montada para atrapar deseos. Una red de conectados por lo inasible del deseo, que moviliza, ejerce una presión que nos impulsa a consumir imágenes como productos, como objetos de intercambio y por consiguiente, puros objetos de mercancía. Pero, ¿hay una conexión entre el amor y la mercancía? Tal vez que ambas están sostenidas por el deseo. Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, dice: “encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares: pero, de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo”. Y mi deseo se sostiene por la falta. Falta en ser. Un ser sostenido por una elección fantasmática. Pero la neurosis no es más que una elección que anula la falta. En las plataformas de encuentros o citas no hay falta, hay objetos dispuestos para ser consumidos, y como todo objeto, obtura la falta.
Cuando no somos correspondidos estamos en el plano de la indiferencia. En cambio, momento de euforia cuando sí lo somos, la pulsión encontró a su objeto para su satisfacción. Para su satisfacción escópica, en fotografías y en la letra, que se satisface con palabras, por lo autoerótico del goce. Porque tal como el piropo, el objeto de destino no es más que una parte fragmentaria de un cuerpo sin historia. Aunque son historias que se van tejiendo en el flirteo cibernético, posibilitado por la ausencia real, entrecruzamientos de machtes y entrecruzamientos de palabras, como un juego de palabras cruzadas. ¿Acaso los productos no necesitan de palabras para ser vendidos?
III
Las relaciones virtuales se desarrollan como Narciso en el reflejo del agua. Es el narcisismo el que se encuentra detrás de cada imagen que se proyecta para el otro. Y es nuestro propio narcisismo el que busca el amor de entre un catálogo indiscriminado de fotografías. La elección de objeto narcisista persigue una meta, amarse a sí mismo. También amar por lo que uno querría ser. En ambos casos, se trata del cumplimiento de un ideal, de un ideal del yo que se ha formado desde la más temprana infancia. Los ideales del yo también son creados y promovidos por la cultura de la época, que se apoya en ellos para poder sostenerse. ¿Qué sucede cuando no son cumplidos esos ideales? El incumplimiento del ideal, o de los ideales, provoca un incremento en la liberación de líbido homosexual, la cual favorece la conciencia de culpa. La líbido reprimida es generadora de angustia, producto de la conciencia culpa por no estar a la altura de lo que el ideal demanda. La angustia se siente en el cuerpo, es sentida como una fuente de sensaciones displacenteras que invade todo el cuerpo hasta llegar a casos extremos que ponen en riesgo la propia vida de la persona. Algo similar ocurre con el enamoramiento; el ser amado aumenta el sentimiento de sí, y el amar lo rebaja. El que ama, resigna un poco de su amor propio en pos de estar con su objeto. Cuando se presentan dificultades para amar, el consumir productos, actúa nivelando las cantidades de líbido que circulan por el organismo; en lugar de ir hacia objetos sexuales, la líbido es puesta en objetos de consumo.

Cuando el amor se busca en las redes, sucede lo mismo que cuando se entra a un shopping atraídos por un poco de felicidad. Tan pronto como se la obtiene nos damos cuenta que hemos sido engañados, pagamos por algo que se encuentra por encima de su precio, y además que pronto lo vamos a dejar de usar porque estará fuera de los regímenes de la moda. Nuevamente sería un ideal del yo el que determina la elección. Un amor narcisista que comanda nuestra búsqueda. El amor en Tinder, u otras plataformas de encuentros, se rigen por la misma lógica del mercado; elige el que más te gusta, que pronto dejará de gustarte. Y entonces volverás a buscar otro, y otro, y otro… No es casual que esos sitios sean considerados para tener sexo casual. Pura descarga que se agota con el acto sexual.
Si el amor es dar lo que no se tiene, si el amor es falta, y es también aceptación de la pérdida; ¿qué consecuencias trae que no haya espacios vacíos? Internet vino a llenar vacíos. Estamos conectados con todos y solos al mismo tiempo. El aislamiento es otra de las consecuencias de la tecnología, vivimos aislados pero conectados, y las personas aisladas recurren a prácticas de satisfacción autoeróticas.

IV
¿Hay posibilidad para el amor cuando la satisfacción es autoerótica? Sí, el amor narcisista. Es besarse en el frío espejo de un baño. Es saber que cuando despegamos la cara del espejo, el encuentro es intolerable. Se trata de hacerse ver, para poder capturar deseos. Sentirnos deseados y generar deseo es la meta propia del capitalismo a la que entramos guiados por falsas promesas. Ser. Somos seres atravesados por lo imaginario, mirados por miles de ojos que inconscientemente capturamos para sentir amor. Amor escópico. Amor lleno. Amor sin falta.
Pero como en la tragedia de Orfeo y Eurídice, hay una sola manera de sacarla con vida nuevamente del Hades, del mundo de los muertos, y esta es no voltearse para ver. Y como Orfeo dudó que Eurídice lo siguiera, y desconfió de los dioses, que seguramente lo habían engañado, giró sobre sí mismo y al instante de hacerlo, Eurídice volvía al mundo de los muertos, esta vez, para no regresar jamás. Y Orfeo siguió sus días en la tierra, llorando y manteniendo vivo el recuerdo de su amada perdida. Lamentablemente, se puede regresar al Hades del Tinder, para rescatar un amor que se disuelve con la primera mirada.
Etiquetas: Adrián Melo, Dario Veruari, Sigmund Freud, Tecnoamor, Tinder