Blog

Por Karl von Münchhausen | Ilustración: Von Brandis
“Te sigo contando: Después de que la vi entrar, subimos por la escalera hasta el baño de hombres. Yo pasé primero para confirmar que estuviera vacío, nos metimos los dos y trabé la puerta del único cubículo. Ella se sentó en el inodoro y yo quedé parado. Me bajó el cierre y empezó. Yo estaba muy caliente, mezcla de adrenalina y miedo ante la posibilidad de ser descubiertos, de excitación por una escena con ese nivel de sordidez y también por ella, por su silencio previo a que empezara a chuparme la pija, y por el modo en que siempre supo hacerlo tan bien. No tengo problema en decirlo: acabé de forma casi inmediata. Y, como si fuese sincronizado, alguien entró al baño. Entonces ella se pegó contra mi pecho algo asustada, aunque sonreía. La agarré de un hombro y del cuello en una especie de abrazo, conteniéndola. Creo que fue una de las pocas veces de nuestra historia en que nos abrazábamos, nuestra conexión siempre iba por lo sexual en tanto intento de vaciarnos de todo lo que éramos, y para conseguir vacío nuestro acuerdo tácito era que no podía haber abrazos y casi tampoco besos. El tipo que había entrado usó el mingitorio, o eso al menos es lo que reconstruí por el tiempo que tardaba, la canilla abierta un minuto después y la puerta seseando cuando se iba y quedamos de nuevo solos. Ella volvió a sonreír, me acarició el glande con la punta de los dedos y yo entendí que quería seguir chupándomela. Y sí, claro que yo también quería, si acabar no agotaba todo ese desborde. Todo el exceso pujando por salir provocaría que, medio minuto después de que me pasara la lengua en forma circular, ya estuviera endureciéndome de nuevo en su boca, esta vez sin interrupciones y tomando mejor las riendas de la excitación para que el orgasmo fuese llegando de forma gradual, creciente, disfrutando cada acercamiento al vacío que nos unía hasta dejarme caer de nuevo en su lengua mientras me sentía morir. Después, más tranquilos, salimos; primero yo para corroborar que no hubiese nadie, después ella llegó al pasillo, hizo una pequeña parada en el baño de mujeres mientras yo la esperaba en planta baja, y nos fuimos del local. Recién ahí, en la calle, intercambiamos unas palabras del estilo ‘qué bueno volver a vernos después de tanto tiempo’, y chau, cada quien para su lado.”
Puse la dirección de mail de Valeria en el destinatario, toqué “enviar” y me quedé esperando a que me respondiera.
Aunque la imaginé online tardaba en contestar. Pero sabiendo que leer mis palabras la iban a movilizar, no me impacientaba tanto. Mínimamente, aunque no me lo confesara de primera, iba a excitarse. Aposté a que el contenido del mail era un veneno que se le fuera esparciendo de a poco hasta sulfurarla de calentura y entonces me diera una oportunidad de hacer algo similar a lo del bar pero con ella. Porque Valeria era así, encriptadamente intensa; no me iba a decir nada de manera directa pero yo empezaba a descifrar el enigma, desovillando el hilo del que empecé a tirar cuando unas horas antes, por facebook, ella había contado un sueño nimio: que se encontraba con dos personas en un ascensor. Al leerlo, estuve seguro de que había elementos que no contaba en esa publicación. Le escribí por privado -primera vez en mi vida en que me dirigía a ella- pidiéndole que me contara más, apostándole que había contenido sexual en el sueño. Y cuando me dijo que sí, que de hecho soñó que les chupaba la pija y cogía con dos amigos suyos en el ascensor, supe que podíamos coincidir en nuestras ganas si yo empardaba ese sueño con un contenido similar. Así que fue sencillo: cuando me preguntó cómo me había dado cuenta de que en su publicación de facebook omitía el elemento más importante, le confesé que siempre me había parecido una chica intensa y le sugerí que su sueño me hacía pensar que ella era capaz de hacer cosas a las que no cualquiera se anima. Mordió el anzuelo y entonces me pidió ejemplos y yo le empecé a contar toda la situación de la rutina y de las ganas de que me chupen la pija en el bar. Pero como yo me tenía que ir entonces le dije que le contaba mejor por mail y le pedí la dirección.
A Valeria sólo la conocía por facebook. Teníamos algunos contactos en común y yo la había agregado después de que le pusiera like a la publicación de un amigo que estaba contento porque iba a exponer algunas de sus pinturas en una sala más o menos importante. Nuestros contactos en común eran todos -digamos- artys y ella era artista plástica. Sus producciones eran collages digitales combinando fotos (selfies, por lo general) con manchas y trazos de apariencia erráticos hechos con photoshop. Una composición pollockiana que debajo de las líneas de colores dejaba ver algún elemento privilegiado de la imagen, por ejemplo una boca o un pezón. Su arte mostraba y escondía. Supongo que me valí de ese dato a la hora de ahondar en su sueño contado a medias. En definitiva las pocas palabras que usó eran el bosquejo de un contenido que no se apreciaba si no tenías la mirada entrenada, si no te disponías a ver más allá de lo evidente; entonces yo pensé ¿por qué esta chica compartiría un sueño tan tibio? y la respuesta era clara, ¡porque no era tibio en absoluto!, porque el sueño tenía imágenes que la entusiasmaron y que ante la necesidad de hacer algo con ellas decidió esconderlas debajo de esas pocas palabras más neutrales que eligió para camuflarlas y quedarse con el disfrute de que nadie salvo ella misma y quien consiguiera atravesar aquel distractor pudieran entender de qué iba el asunto.
Me respondió el mail en un tono que podía leerse como de desgano, al menos no daba cuentas de sorpresa ni de interés, pero preferí suponer que ella se expresaba mejor con imágenes que con palabras y que en verdad le gustaba lo que yo contaba. Básicamente me dijo que la dejaba pensando. No mucho más. No tuve posibilidad de preparar una contestación porque caí enfermo esa misma noche y me pasé prácticamente dos días con fiebre y durmiendo. Cuando estuve mejor, sentado frente a la computadora, tenía un nuevo mail de ella en donde en un tono desprolijo, salteándose letras o intercalándolas por error, omitiendo comas y puntos, me contaba que había invitado a cenar a los dos amigos del sueño y que se acaban de ir. Estaba alterada, contó que después de cenar fumaron, cogieron y durmieron juntos. Todavía no lo podía creer, por eso me escribía, porque sentía que mi intervención le hizo pensar en lo mucho que le gustaba coger sin tantas vueltas, sin importar quién fuese la persona, sólo disfrutando de los cuerpos y que por eso se animó.
Entonces le hice una propuesta. Si ella estaba descubriendo sus ganas de tener escenas sórdidas, yo podía ayudarla. Le mandé un mail contándole un par de ideas, lo que yo empezaba a fantasear con ella y me dijo que sí, que le gustaban, y me llamó “performer sexual”; calificativo que tomé con gracia.
Los días siguientes fueron de un constante manijeo donde Valeria me contaba que se despertaba mojada de soñar con mi propuesta y yo no aguantaba las ganas de hacer todo tal cual le había dicho por mail. En uno de los últimos intercambios ella titubeaba un poco y me preguntaba si no era “excesivamente panzón”. Recién entonces me di cuenta de que ella jamás había visto una sola foto mía, pero se tranquilizó cuando le aseguré que no lo era.
El viernes en que finalmente nos veríamos, mientras iba en camino, se largó una tormenta que parecía del fin del mundo y los dos tomamos eso como confirmación de lo que veníamos gestando. Las bolsas de basura iban flotando por los costados de la avenida en que intentaba avanzar mi colectivo mientras yo recibía sus SMS hablando de la fuerza de la lluvia y de las ganas de que le toque timbre. Era un parte minuto a minuto de su calentura; ella narraba la excitación de su mente a través del relato que hacía de su cuerpo: “estoy temblando”, “estoy empapada”, “me cuesta respirar”. Por fin Valeria empezaba a quedar al desnudo.
Cuando llegué, toqué timbre y empezamos a actuar la escena: ella apareció a los pocos segundos avanzando por el pasillo sin mirarme, era claro que evitar la mirada del otro facilitaba que los cuerpos fuesen cuerpos y no personas. Me recibió en silencio y yo la seguí hasta el ascensor. Subimos mientras la escuchaba respirar agitada. No intercambiamos una sola palabras. Después entramos a su departamento y ella no podría siquiera hacer la acción completa de cerrar la puerta, apenas la entornó y se apoyó contra la pared con un quejido que podía ser de dolor o desesperación, y entonces se bajó calza y bombacha hasta las rodillas y se empezó a tocar mientras yo la miraba. Después de contemplarla un rato empecé a tocarme yo también. Y unos minutos después la hice arrodillarse mientras los dos nos pajeábamos, quedando con mi pija a la altura de su boca. Cuando no pudo más de calentura me suplicó que se la dejara chupar y entonces, agarrándola del pelo para favorecer aquel legado romano de máxima dominación por un lado y máxima pasividad por el otro, la sometí a irrumación hasta que al final la dejé felarme a su ritmo y acabamos casi al mismo tiempo mientras todo se desvanecía y un silencio oscuro nos consumía a medida que dejábamos de gemir y nos apagábamos. Nos fuimos dejando caer en el suelo y después de un rato largo en el que todo volvía de a poco a tomar forma y coherencia dijo “Estuvo muy bien, ¿te bajo a abrir?”. No había más por hacer. Al menos no ese día.
Etiquetas: Autoporno, Karl von Münchhausen, Von Brandis