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Por María Victoria Massaro
Vincularse emocionalmente es toda una odisea. Pareciera que tanto mujeres como varones vamos por la vida en puntas de pie, intentando no dar ni pedir demasiado para evitarnos el dolor de la inevitable caída. Como si fuera poco, en el contexto actual empiezan a viralizarse algunos conceptos interesantes que, a fuerza de repetición y mal uso, terminan cayendo en la categoría de los significantes vacíos y ya no se entiende bien qué quieren decir. O se los interpreta de diferentes formas, según la propia conveniencia (relación abierta, responsabilidad afectiva, deconstrucción, etc.). Tal es el caso de la intensidad, mayormente asociado a las mujeres. Porque tenemos la fama de pedir mucho, al parecer. O de enamorarnos, dios no quiera. ¿Qué es ser una mujer intensa? ¿Es lo mismo que ser pesada? ¿Qué es lo que molesta tanto en el comportamiento de algunas mujeres que hace que varones -y chicas- nos impacientemos?
Los consumos culturales, como las series o las películas, no son ajenos a estos temas. Ya sea por la lectura que hacemos de ellos o porque, justamente, son productos sociales difícilmente distanciables de la subjetividad. Como explica Stuart Hall en Cultura, medios y lenguaje, “la realidad existe fuera del lenguaje pero está constantemente mediada por y a través del lenguaje en relaciones y condiciones reales”. Con lo que vemos en “la tele” sucede algo interesante, que pocas veces nos ponemos a analizar: los mensajes que recibimos los abordamos de diferentes maneras según nuestras percepciones, nuestra historia personal y la visión determinada que tengamos del mundo. No somos consumidores pasivos. Leemos, codificamos y decodificamos. Es un proceso inconsciente, en un primer nivel. Pero, si indagamos un poco más, es bastante fácil ver los clichés o las construcciones culturales que se crean, o se replican, sobre “lo masculino” y “lo femenino”. Lo mismo sucede con otras cuestiones como las clases sociales o los estereotipos ligados a las religiones y las culturas, por ejemplo.
Para ponerlo en un plano más concreto desde una anécdota personal: trabajo en una oficina en la que hay una tele que usamos al mediodía para ver series o películas en Netflix. A partir de dos casos puntuales, la serie Peaky Blinders y la película Vivir dos veces, llegué a la conclusión (spoiler: no es una novedad) de que a las mujeres se nos exigen cosas contradictorias. Por un lado, estamos histórica y socialmente asociadas a las tareas de cuidado, tanto de niños y niñas como de las personas mayores. Se espera de nosotras que las hagamos con dedicación y esmero. Que tengamos paciencia y seamos amorosas. Que acompañemos y estemos disponibles cuando se nos necesite. Por el otro, se nos pide que no seamos intensas, no exijamos demasiado. Es decir, debemos tener la fortaleza emocional suficiente, por ejemplo, para lidiar con una persona que se hace pis y caca encima constantemente o con un marido que nos somete a sus decisiones sobre cómo administrar la plata que es de ambas personas, y no quejarnos ni mucho menos, esperar amor o atención.

En el caso de Peaky Blinders, la serie del mafioso clan Shelby, liderado por Tommy, las mujeres “intensas” serían Grace y Lizzie. Al comienzo, la primera es una policía encubierta irlandesa que tiene como objetivo informar sobre los movimientos de Tommy y colaborar con su caída. Por supuesto, se enamoran. Ella deja todo y se casan, más o menos en la tercera temporada. Lizzie, por su parte, ex trabajadora sexual contratada (y despreciada) por Tommy en varios momentos de la serie, se convierte luego en su secretaria y guardiana de varios de sus secretos y, más adelante, en su esposa, después de que Grace muera en medio de un ajuste de cuentas.
Tommy Shelby es un tema aparte. Un hombre apesadumbrado, con un claro caso de estrés post traumático que se sirve de la violencia, el alcohol y el opio para sobrevivir a su existencia. Toda la acción sucede en un contexto de posguerra, en Birmingham, Inglaterra, principalmente, y va avanzando en la historia hasta llegar a ser contemporánea con las sufragistas y la aprobación del voto femenino por el parlamento británico. Este dato, no menor, da un poco la pauta del clima de época en relación al rol de las mujeres en la sociedad. De hecho, otra personaje clave en la serie es la tía Polly, la “mujer detrás del hombre” en la toma de decisiones. Ella es decidida, confabuladora y con una notable resiliencia. Polly es, vamos a ponerlo así, fálica. Una mujer que adora el poder y lo detenta.

En la oficina a Polly no le hicieron ni un reclamo. A Grace y Lizzie (y a las parejas de los hermanos de Tommy) todos. Si demandaban atención por parte de su pareja, que las mantenía al margen de todas las decisiones y no las consultaba en lo relativo a los bienes maritales, eran intensas. Si demostraban emociones difíciles de procesar (amor, angustia, ansiedad), eran intensas. Si se preocupaban y querían cuidarlos de los tantos peligros a los que se, y las exponían, unas pesadas. El argumento era: ellas sabían con quienes se habían casado. Quizás, no tanto.
Si bien, por un lado, es alentador que se vea con buenos ojos la independencia femenina y la reivindicación del placer como bien lo representa la tía Polly, no es nuestra revolución si no podemos elegir. Y elegir las tareas de cuidado, ya sea como trabajo formalmente remunerado o no, es y debe ser, una decisión legítima. No una razón más por la cual se nos castigue y se nos reclame. Ni hablar de que el Estado debería garantizar y regular esta actividad, justamente para que no sea una “cosa de mujeres” sino una responsabilidad de toda la sociedad para el correcto funcionamiento de otras actividades y el ejercicio de nuestros derechos. Pero, eso es otra historia que no cabe en este espacio, por ahora.

En el segundo caso, mencioné a la película española Vivir dos veces. Acá pasó más o menos lo mismo. Julia, hija de un padre al que le diagnostican demencia senil, se muestra insistente cuando él rechaza todo atisbo de cuidado. Es otra intensa. Sólo por ser recurrente al ofrecerle llevarlo hasta su casa o hacerle de comer. Nuevamente, las famosas tareas de cuidado. Como dato extra, y sin intención de hacer spoilers, Julia tiene un matrimonio destinado al fracaso (infidelidad de por medio) y una hija con dificultades motrices. ¿Empatía? Otra estafa de este siglo.
¿Será que los productos culturales mainstream se empeñan en hacernos quedar a las mujeres como intensas, pesadas o demandantes y que, en la anécdota laboral, no fue culpa de mis compañeros/as la lectura injusta de los roles femeninos? En ese caso, ¿será que somos tanto víctimas como victimarios? ¿Qué hacemos con tantas contradicciones en un espacio que, se supone, está destinado a la relajación y no al análisis? ¿Seremos nosotras mismas, las personas que buscamos ir un poco más allá y no simplemente consumir, las que somos intensas?
En definitiva, abordar los consumos culturales con preguntas y demandas no hace ningún daño, más que cuestionar nuestras propias ideas sobre el mundo y el estado actual de las cosas. En todo caso, nos permite participar activamente en oposición a atender pasivamente. Quizás es una buena práctica que podemos traspolar a los vínculos emocionales, como para no llevarnos sorpresas y aprender a pedir lo que nos merecemos. Creo que ninguna persona que tenga la capacidad de reconocer sus necesidades y pedirlas debería ser tildada de intensa. Pero, que no lo haga con demasiado entusiasmo, por las dudas.
Etiquetas: María Victoria Massaro, Mujeres, Netflix, Peaky Blinders, Stuart Hall, Vivir dos veces