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Por Luciano Sáliche
El mapa no es el territorio. La frase es de Alfred Korzybski y la escribió en 1931. Un mapa es una representación, una abstracción, un modelo de realidad; el territorio es la realidad misma. Y si hay que poner a la literatura en uno de los lugares, sin dudas le toca ser mapa. Lo interesante de la narrativa, de la ficción, es que no tiene la pretensión de graficar el mundo tal cual es. No quiere calcarlo para que el lector no necesite salir a la vida y pueda quedarse leyendo para siempre. A la literatura no se le ocurre semejante tarea. Un viajero usa el mapa para guiarse en la travesía; para un lector el libro es una travesía en sí misma. Y Sergio Fitte lo sabe porque escribe como si manejara una canoa que cruza el Océano Atlántico y mientras rema con entusiasmo te señala el cielo tormentoso, las olas de cinco metros, la fragilidad del bote y los tiburones que sacan las aletas afuera del agua para demostrar su apetito. Pero el lector no corre peligro porque está leyendo y es, justamente, lector. Nada puede pasarle. ¿O sí?
Discriminaciones es una novela formada por 17 capítulos que se encadenan de forma feroz donde cada uno podría funcionar con la autonomía del relato. Habitué de la cuentística y en línea con eso que Roberto Arlt llamó “cross a la mandíbula”, Fitte escribe como si el mundo estuviera en llamas —¿acaso no lo está?— y, para capturar la atención del lector, hace que la trama arda todavía más. Entonces golpea al lector —en sentido metafórico, que nadie se asuste—, lo despabila, lo despierta, lo aturde, lo atormenta y lo divierte. De este modo, Discriminaciones avanza entre el vértigo y la ironía presentando una serie de personajes enceguecidos por sus contextos. Hay ricos muy ricos, hay pobres muy pobres y está la avenida: “la línea demarcatoria de lo que es villa y lo que no lo es, a esto solo lo saben quienes viven en el barrio, un caminante suicida común no registraría cambio alguno de ninguno de los dos lados”. De nuevo: una cosa es el mapa y otra cosa, muy distinta, es el territorio.
Alvarao y su hijo, los ricos, odian a los pobres, los detestan, los aborrecen, pero ¿por qué? ¿Intolerancia a lo distinto? ¿Temor a que se organicen y les saquen todo? ¿Miedo a caer en la pobreza y ser como ellos? Rita, Angélica, Mabel, Ricardito, los pobres, ¿odian a los ricos? Por supuesto, aunque quizás están demasiado ocupados intentando no ser más pobres todavía como para ponerse a pensar en la gente que tiene mucho dinero. Sin embargo hay un odio visceral al crupier que barajó y repartió las cartas. ¿Qué quieren los ricos? Más plata. ¿Qué quieren los pobres, “gente de muchas preguntas y pocas respuestas”? “Suerte. Que por una vez en la vida las cosas le salgan bien”, dice la madre de Ricardito, un nene de diez años, que anda descalzo, drogadísimo, que ni siquiera tiene la habilidad del buen ladrón y la muerte, en forma de tuberculosis, le respira en la nuca. Por su parte, el hijo de Alvarao, millonario, altanero, racista furioso, dice con serenidad: “Debería escribir un ensayo donde se pueda demostrar que algunos nacen mosca y cuando se hacen adultos se convierten en pobres”.
La caricaturización de cada personaje llena la trama de humor negro, de escatología y de crueldad haciéndola, no sólo soportable, sino divertida. Es que la opresión es tan grande que la única forma de descomprimirla es radicalizándola humorísticamente. Por ejemplo, un brevísimo diálogo entre dos mujeres de la villa que se cruzan en el colectivo: “Cómo está el barrio”, pregunta una. “Como el orto. Cómo va a estar”, responde la otra. Leer a Fitte siempre es una experiencia refrescante. Discriminaciones refresca, por supuesto, también despabila, cachetea y a su vez acaricia, te da unas palmadas en la espalda, te convierte en cómplice de su crueldad literaria al dejarte completar los detalles que quedan librados a la imaginación. Y además, como si fuera poco, deja un par de lecciones entre líneas: que la desigualdad existe, ¡vaya que existe!, alcanzó niveles insólitos pero ya no está de moda hablar de eso; que la mirada irónica es la mejor forma de colorear el mundo; que la victimización no camina por la senda de la inteligencia; que no importa el lugar donde vivas, siempre vas a sufrir como un perro; y que la literatura nos salva, nos mata y nos vuelve a salvar del mundo horrendo en que vivimos, pero sobre todo de nosotros mismos, ese territorio del que nadie, absolutamente nadie, puede escapar.
* Prólogo de «Discriminaciones» (Zeta Centuria Editores, 2021),
novela de Sergio Fitte que se puede conseguir acá.
Etiquetas: Discriminaciones, Literatura, Sergio Fitte, Zeta Centuria Editores