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Por Diego Fernández Pais
Y aunque a veces nos venimos abajo,
Nosotros siempre volvemos otra vez,
Porque nosotros nunca pasamos de moda,
Porque nosotros nunca perdemos el estilo
Porque nosotros somos la moda y el estilo.
Taylor Swift, Style
01/07/21
«Al asilo, no… no me lleven al asilo», gritaba anoche Ernesto, según lo que contó Carlos.
Piglia: «El estilo consistiría en ver los acontecimientos que estoy viviendo con la mirada con la que serán vistos dentro de cinco años» (pág. 140, Los años felices). Es decir: ver los acontecimientos que estoy viviendo con cierto cinismo y distancia. Yo diría que es hacerlo como si hubieran tenido lugar hace más de un siglo; de ahí brota la carcajada, hasta la Revolución de Mayo parece un acontecimiento irrisorio.
De casualidad, escucho que todos los médicos están reunidos –lo hacen una vez por semana– para evaluar individualmente a cada uno de los pacientes. Ya prácticamente he perdido las esperanzas de que me den el alta pronto. Mi hermana, inesperadamente, es mi única esperanza.
En dos días y medio ya llevo escritas seis hojas y media.
Taylor Swift. Empecé a escucharla por Bret Easton Ellis. En una entrevista para la revista Icon del diario El país –con gorra y titular casi calcados de una entrevista que me hicieron a mí para Télam–, decía que Taylor era la más talentosa para escribir melodías de su generación y que su último álbum, titulado Lover, era el último gran suceso de la historia del pop. Un tanto guiado virtualmente por mis profesores y compañeros del máster en Barcelona, descubrí que la fotografía de la tapa de Lover prácticamente era una fotocopia a color de una mía de 2018 en Punta del Este.
Recuerdo, a su vez, que poco antes de cortar con mi última pareja, Lucrecia, ella intencionadamente me hizo ver y escuchar el video de Taylor cantando «Style» sobre la pasarela de Victoria’s Secret.
Son menos de las cuatro de la tarde. En apenas tres días, he perdido el entusiasmo con respecto a la escritura de este diario. Igual que con casi todo en la vida, excepto con la droga. (Acá un día parece una semana.)
El problema quizás sea el caos, el ruido y la incomodidad con la que escribo.
Pasada la mitad del libro, como me sucede ahora con Los años felices, la velocidad de lectura aumenta. Me dan ganas de leerlo todo. (El único libro interesante que hay en la biblioteca es 2001: Una odisea del espacio de Arthur C. Clarke.)
Le estaba leyendo este diario a Martina y justo la llamó la psiquiatra. Le dijo que se cuidara de mí, que ya antes yo había invitado a una compañera «arriba» y que no me había resultado. Se quedó enganchada, Martina, con la historia de Taylor Swift; le parece un delirio.
02/07/21
Anoche, llamado de mi hermana. Estuvieron (ella y mis progenitores) en una reunión con la psiquiatra. Hablaron de mi posiblemente pronta salida. Para ello, debería permitir que mi padre viviera en casa por un tiempo; no tengo drama. Podría ser una buena ocasión para que me repusiera el microondas y al menos uno de los dos televisores.
Me trajeron para leer Máquinas como yo de Ian McEwan, a mi juicio el mejor escritor vivo del mundo. Excelente comienzo. Como siempre, prosa precisa y velocidad en la narración. Piglia se fue al banco de suplentes por un rato.
«Un hombre enamorado sabe lo que es la vida» (Máquinas como yo, Ian McEwan, pág. 21).
Por Andrés, el enfermero, me entero que quien me delató por usar internet fue alguien de mi familia, seguramente mi hermana. Nueva decepción.
Me lo contó (Andrés) a esto mientras me cortaba la barba con una tijerita china. Recién vuelvo de bañarme y me vi al espejo. En verdad, me la dejó muy prolija. Yo carezco de tales destrezas de barbero y/o peluquero.
Excepcionalmente compenetrado con la lectura de McEwan, descubro que Charlie, el protagonista de Máquinas como yo, tiene treinta y dos años, la misma edad que yo tenía en septiembre de 2019, al momento de la publicación de la novela en español. Una vez más, por eso y por el tema Malvinas, siento que McEwan escribe exclusivamente para mí.
Martina sale mañana con un permiso hasta el miércoles y Marcos, con quien compartí mesa y bastante tiempo, se va temprano de alta. Vuelve el pesimismo.
Ahora escribo esto con una toalla sobre el velador que se encuentra sobre mi cama, con el fin de atenuar la luz; mis compañeros duermen. Mientras escribo esto, por primera vez en la vida pienso que me gusta más escribir que leer, y que haber dicho lo contrario hasta ahora no ha sido más que una burda impostura.
Estoy a punto de completar las primeras diez páginas del diario. Hoy pude avanzar bastante con la estructura de la novela Una vez más.
Ahora, muchas ganas de bajar a fumar, pero la puerta sigue cerrada. Y creo que todavía falta bastante.
Gabriel, otro compañero que –antes de jubilarse– trabajaba como inspector de transporte de la Municipalidad, me regaló un dulce de leche sabor a flan de dulce de leche a cambio de una etiqueta de fasos. Lo tengo guardado bajo mi mesa de luz y cada tanto le meto una buena cucharada.
Matías, el otro compañero municipal, cuenta que es swinger y yo pienso en las primeras novelas de Houellebecq y en Jorge Macedo y más me reafirmo en la monogamia. Difícil que alguien tenga una mujer más bella, sexy o sexual que yo. Al menos dentro de un circuito como ése.
Deben ser entre las seis y las siete de la tarde. Martina en este momento me lee su diario. Hace un rato yo hice lo propio. Tuvimos una charla muy interesante sobre mi novela, el diario y mi derrotero literario.
Todos los días se aprende algo nuevo. Durante un mes de internación me resistí a llevar un diario como éste. Bah, ni siquiera había pensado en la posibilidad de hacerlo, convencido de que no sería una experiencia divertida. Hoy, por el contrario, no sólo me encuentro entusiasmado escribiéndolo, sino que aparte pienso que puedo usarlo para la novela.
Martina me pide que si la meto en la novela le ponga de nombre Abril (es su segundo nombre).
Cada día acá es como una semana (creo que ya lo dije).
Hoy jugaron Italia y Bélgica por la Eurocopa. Ganó Italia dos a uno. Me dicen que de pedo.
Leyendo Máquinas… descubro una mención en la página cincuenta y cinco del poeta y crítico Ian Hamilton, mismo nombre que aparece en mi micronovela El DJ de la literatura. (Averiguar si existe o si es un nombre también inventado por McEwan.)
Aquí adentro, después de mucho tiempo, me hice algo parecido a un amigo. Se llama Héctor Nuñez.
Ahora suena Coldplay: «Higher Power.»
Martin Amis: «Style is not neutral; it gives moral directions.»
* Portada: captura del video «Style» de Taylor Swift.
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Etiquetas: Diego Fernández Pais, Ian McEwan, Ricardo Piglia, Taylor Swift, Una vez más