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Por Diana Rogovsky
I.
Florencia Abadi dice en alguno de sus textos o videos de Youtube que la curiosidad es hija del deseo y no del amor. Opone Eros a Philias diciendo que pensar en erotismo amoroso es una contradicción insalvable: son lo opuesto. Será la piedad -cómplice, aliada- la que nos permite cubrir con un manto aquello del otro que nos resulte insoportable, odioso pero que eso mismo, probablemente, será a la vez lo que nos haga desearlo. Y desear implica una vocación de fagocitar, atravesar, herir la carne con el filo de los dientes o la flecha, como la que portan los cupidos. Es un poco como cuando los niños abren los juguetes para ver como son por dentro y en ese acto los destruyen.
Aunque sin deseo no habría descubrimiento, movimiento, transformación.
Así de simpático es el tipo de dilema en el que solemos andar.
II.
Emily Ratajkowski (Em Rata) es una modelo, actriz y escritora. Su libro My body se encuentra entre los bestsellers de EEUU y escribe acerca de tópicos sumamente interesantes en sus ensayos, en particular aludo a uno de ellos en el que analiza y describe los problemas de autoría y propiedad respecto de su imagen, sus fotos, ya sean las que surgen de una producción de fotos de moda, la publicación de libros con las descartadas, las de redes sociales, obras de artistas que las usan y el uso público de las imágenes privadas. Vale la pena leerlo pues evidencia el habitual mundo de abusos, naturalización del hecho de tomar para sí el cuerpo de la modelo (muchas veces mujeres muy jóvenes en busca de la resonancia y destaque en el circuito al que aspiran pertenecer) por parte de fotógrafos y empresarios usándolo para la satisfacción sexual como parte de los intercambios implícitos en el mundo de la industria de la moda y musical, consabida confusión entre condiciones de trabajo y contratación, entre otras cosas. Emily no es tonta y le da una vuelta de tuerca a este asunto produciendo a su vez nuevas imágenes que comercializa mediante Instagram y como NFT ( «Not fungible token», certificados de obras digitales que se pagan con criptomonedas).
III.
¿Cuántas horas pasamos scrolleando? ¿Qué se sacia en nuestros ojos al rodar por stories, estados, imágenes, videos? ¿Cuántas alfombras rojas, declaraciones, paparazzis nos alimentan cada día en la miríada de consumos a los que sin embargo destinamos minutos, horas, días? ¿Qué clase de voraz ensueño nos habita?
IV.
Sigo en redes páginas de cirugías estéticas y también me aparecen todo el tiempo tutoriales de maquillaje, dietas y rutinas de entrenamiento. Fotos de antes y después: las Kardashian, Wanda Nara, Madonna, Jlo, Tamara Baez, Bella Hadid. Cuesta reconocer a algunas personas de mi edad en las sucesivas transformaciones. Por supuesto, son celebrities, estrellas de Hollywood o del mundo del rap, trap, gente que vive de su imagen. Cuerpos de distintas proporciones nacen y renacen. Hay algo de aquellos viejos cuerpos de aquellas mujeres que envejecían que ya no se ve demasiado, ahora hay botox, levantamiento de cejas y pómulos, angostamiento de mejillas, estiramientos, siliconas que entran y salen, operaciones de extracciones de costillas. Incluso en China y Korea alargamiento de pantorrillas. Si bien hace años que existen estas transformaciones hoy han alcanzado una técnica y sofisticación que permite un consumo, para quienes puedan pagarlo, inimaginado una década atrás. Y por supuesto, una difusión inimaginada una década atrás.
V.
Convengamos en que siempre se han visto tatuajes, adornos, aros, anillos, injertos, extracciones, intervenciones extremas que por ejemplo rompían pies para achicarlos o «castraban» para modificar el timbre de una voz. El cuerpo en su superficie, como soporte de vestuario y maquillajes y apósitos o en su interioridad se ha tratado como una materia maleable. Pero actualmente, gracias a la tecnología, la ciencia aplicada y vocación de triunfo en un salto de escala difícil, competitivo, amplísimo de mensurar, permite otras cosas. No soy quién podrá decir si es un salto de escala o eso mismo implica salto de alguna otra cuestión.
VI.
El ojo de Horus lo contemplaba todo en el Antiguo Egipto. Luego el de Yahvé o el de Alá. Algunos de estos ojos castigan, otros se apiadan o acompañan. Pero siempre miran y todo lo ven, no hay donde ocultarse.
VII.
Orwell y su gran hermano, o la internet, o todos nosotros ahora nutriendo a ese gran Ojo clonado que odia, que envidia, que desea, que anhela lo que no puede tener, que incita y requiere del reconocimiento de los otros pobrecitos que no están mejor que nosotros mismos ahí, en en ese barro, queriendo un poquito de amor, luchando por un ratito de atención, por quince minutos de fama.
VIII.
¿Existe un ojo universal? ¿Está implícitamente supuesto en los teatros, en los cines, en las pantallas? Ese ojo occidenal kantiano, neutro, ¿dónde se ha metido?
¿O más bien espiamos a través de una puerta entreabierta, de a retazos, desde una o dos historias y un afecto que ya nos venía atravesando de antes y de repente se encontró con una serie de imágenes y cosas que se mezclaron con nuestro andar en los días de la vida?
IX.
Tengo contactos que muestran a sus familias, hijos e hijas como bastiones militantes de distintas causas. Creo haberlo hecho también. Pero ahora me cuesta y no solo porque mis propios hijos me han dicho expresamente que no lo haga, si no que me da pudor. Llámenme antigua.
X.
Imagino al bebé de Em Rata, dentro de unos años, cuando sepa que su desnudez habilitó la monetización, el comentario de seres en la otra punta del planeta. Imagino a esos hijos desencajados. O quizás no, estén acostumbrados a ser adoptados, trasbordados, monetizados, exhibidos.
XI.
Sin embargo, volviendo a Abadi, hay una crueldad en la imagen que sacrifica al cuerpo. Sacrifica su alimento, su carne, su placer, su descanso, su sueño propio e inalienable. Su tacto, su íntima no determinación.
XII.
El sutil balanceo del cuerpo en una ola de mar, en un baile imprevisto, su respiración cercana no son cosas que se puedan ver.
Etiquetas: Diana Rogovsky, Emily Ratajkowski, Florencia Abadi, Internet, Redes sociales