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Por Leticia Martin
“Todos los de mi equipo nos quedamos duritos.
No se podía creer lo que habían hecho.
No se podía creer lo que estaba pasando”.
Matador. Leonardo Oyola
I.
Leo Ventanas rotas (17 Grises, 2022) en línea con el blog “Libertad condicional”, de la misma autora: Agustina González Carman. Cárcel, maternidad, presos. No puedo no leer el primer movimiento de ajedrez de una autora inteligente y sagaz como una perfectible síntesis de un tema recurrente, de un tema que esta vez debe aterrizarse en la ficción, esa que se narra en tercera persona, con la distancia necesaria para jugar e ir procesando una cuestión que, adivinamos, desvela a la autora. Leo una prosa madura en esa decisión. Una estrategia para lanzar un material al hastiado y expulsivo mundo literario.
II.
Irene es estudiante de Comunicación. Está empleada en la penitenciaría de San Alberto donde entabla una relación con Gerardo Villaseco, médico del penal. De él queda embarazada luego de una serie de “encuentros sexuales poco memorables”. A partir de ese evento que cambia sus vidas de un modo radical, Irene y Gerardo se instalan en un duplex en el barrio de San Alberto, excusa perfecta para que la narradora describa con mirada cercana y territorial un suburbio del conurbano bonaerense, sus avatares, sus recovecos también bellos y sus insondables miserias. ¿Qué implica para un barrio de los kilómetros la cercanía abrumadora de un penal? ¿Cómo se dan las relaciones entre convictos y vecinos empleados en la cárcel, o entre esposas/novias y maridos presos? ¿Cómo se hibridan los cuerpos de quienes (como Irene) esperan el progreso que devendrá de una profesión liberal y aquellos otros (los presos) que han sido condenados no solo a la reclusión física sino también a la pobreza y la falta de oportunidades para imaginar un futuro mejor?
III.
Los sábados por la tarde Irene enseña escritura a los internos del penal. Un personaje simple, concreto, nada estridente, y que pone la vida en algo pero sin hidalguía o altruismo bobo sino para, también, hacer un peso más, (sin hacerlo de cualquier forma). Puede parecer una tarea idealista de una mujer ingenua. Sin embargo Carman elige narrar también cierta desilusión de la protagonista a partir de detalles de marginalidad, ambición política y desprestigio de la institución carcelaria (puestos en escena a modo de contradicción o desfasaje). De alguna manera Carman hace encarnar en Irene los ideales de una generación. Va de lo micro a lo macro, desde el ejemplo puntual de un caso territorial, hacia el manejo al interior de la institución carcelaria. Resuena sin dubitaciones un Michel Foucault de fondo, por qué no el Renatto Ortiz de Mapa y territorio.
IV.
Leo Ventanas rotas en la tradición contemporánea argentina de la década ganada. Me encuentro numerosas veces tomando notas de referencias ineludibles: la obra casi completa de Leonardo Oyola, la cuentística y la novelística de Juan Diego Incardona.
V.
La relación de Irene con su hermana Verónica merece un párrafo aparte. Más allá de los hechos jugosos que se narran (ya los lectores podrán encontrarlos en su recorrido por la novela) me interesa la forma en la que la narradora analiza la maternidad, la frialdad quirúrgica de ese personaje, su miedo a no poder escaparle a la mediocridad. También el modo en que, una vez más, aparece contado el cuerpo, lo que las hormonas cambiantes y los efectos del devenir madre marcan en él. El encierro gráfico de los presos en sus celdas se vuelve el encierro metafórico de Irene en su naturaleza. “En esa época no se le hubiera ocurrido preguntarse por las ganas de ser madre. Era algo que ocurría y se aceptaba, como el verano o el paso del tiempo”. La novela se erige entonces en una serie interesante de preguntas. ¿Son arrasados por la maternidad los cuerpos de las mujeres? ¿Son presas de la decisión de ser madres todas o algunas de ellas? ¿Puede pensarse un modo distinto de ser madre/mujer/profesional? Si el nacimiento de un hijo es una “dictadura”, como piensa la narradora en determinado pasaje, maternar no está lejos de la ausencia de libertad, de la obligación de obedecer.
VI.
Las requisas carcelarias se parecen bastante a un posible modo de narrar la invasión del cuerpo gestante por parte de médicos, obstetras, enfermeras. La vida avanza en medio de un escenario de muerte. La metáfora se esconde pero también se deja ver.
VII.
El hombre no existe, para contradecir a Lacan. El hombre está preso en Ventanas rotas, es un padre ausente, un novio a medias, el director corrupto de un penal (como Eduardo Valenti), es –en definitiva– una falta. “Gerardo dormía fuera de la casa dos o tres veces por semana”.
VIII.
El taller de escritura como válvula de escape. La salida de emergencia de un universo en el que, puertas adentro y puertas afuera, se desnuda el dolor. Un mundo de piezas que solo quien sabe mirar (o estuvo por ahí) puede narrar: el desarmadero, la celda, la universidad pública, el gauchito gil, la requisa, el barrio que deviene asentamiento, los cuerpos heridos, mutilados, oscuros, los basurales, los caballos tirando carros, los cartoneros, el deseo explícito de abandonar a los hijos: “solo con Verónica pudo hablar alguna vez, cuando le confesó entre lágrimas, con las ojeras negras y los pezones agrietados, que tenía la fantasía de abandonar a su hija e irse lejos”.
IX.
La salida es por César. Hay un convicto con el que Irene entabla un tipo de relación particular. César era compañero de celda de Jaime Brandan –el canguro– muerto en un enfrentamiento con la policía. En él se expresa cierto deseo e ilusión de ser libre y dar libertad que Carman encarna en el personaje de Irene. Destacado en el taller, César cuida de ella y le cuenta ciertos datos de intimidad y sus expectativas. Valenti intenta matar la ilusión de Irene, pero a pesar de ello, la mujer sabe leer de quién vienen esas palabras y, lejos de actuar reactivamente, avanza con toda su potencia y decisión.
X.
Ventanas rotas es una gran primera novela. Un material en el que la autora se pone la vara bien arriba y en el que nos deja con demasiadas ganas de leer lo que vendrá.
Ventanas rotas
Agustina González Carman
Editorial: 17 grises
Año: 2022
Páginas: 158
Etiquetas: 17 grises, Agustina González Carman, Leonardo Oyola, Leticia Martin, literatura argentina, Ventanas rotas