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Por Leonardo Berneri
I
Un mismo rostro se repite en los carteles y las banderas que cuelgan de los muros y barandas de la Ciudad Judicial. Como stencil, como fotografía, adivinándose en el dibujo de las alas de unas mariposas de tela, ese rostro entre sonriente y melancólico parece estar a punto de decir algo.
La Ciudad Judicial es un gran conjunto de edificios de arquitectura moderna, imponentes a la vez que despojados: nada más que cemento, vidrio y formas simples. Un gran techo que une dos edificios da sombra al escenario y la carpa que los sindicatos docentes han levantado. De cemento también, está atravesado por formas vacías por las que se filtra el sol: ocho rectángulos y un gran círculo. Diseñado por los arquitectos Edi, Lamas y Soler, el proyecto original suponía una gran escultura de una balanza que, saliendo de la explanada exterior frente a la cual ahora se alza el escenario y atravesando ese gran agujero circular, asomaba su brazo y sus bandejas por encima de la altura de los edificios. Hoy, en lo que acaso sea un acierto de diseño, la balanza no está.
Es lunes 13 de marzo de 2023. En menos de un mes se cumplirá otro aniversario del asesinato de Carlos Fuentealba, cuyo autor material, José Darío Poblete, cumple su condena de prisión perpetua, aunque a veces se lo pueda ver paseando por las calles de Zapala, la ciudad donde se encuentra la Unidad de Detención 31. Lo que se juzga ahora es la responsabilidad de los jefes policiales que estuvieron en el operativo aquel 4 de abril de 2007. Luego de dieciséis años, el juicio está llegando a su fin y hoy es el día de los alegatos de cierre.
Entre mates, batucada y cantos, docentes de todo el país presenciamos una de las últimas jornadas del juicio a través de una pantalla que lo transmite. La vista, sin embargo, no deja de desviarse hacia ese rostro repetido que insiste en mirarnos.
II
Desde el juicio a los rugbiers por el asesinato de Fernando Báez Sosa al juicio por la Causa Vialidad a Cristina Fernández de Kirchner, los últimos tiempos han estado atravesados por una suerte de espectacularización de lo judicial. Nos hemos ido convirtiendo en expertos en los procesos y las etapas de un juicio oral. Las horas de transmisión televisiva se saturaron de estrados, de abogados, de jueces, micrófonos y escoltas. No se trataba de 12 hombres en pugna, ese clásico del cine judicial que todavía nos reclama su lectura, sino de 45 millones de personas, de todo un país atravesado por una discusión que llegaba a través de las pantallas de la tele y los portales de los diarios.
La causa Fuentealba II, sin embargo, no ha gozado del interés de los guionistas de los noticieros. El juicio sucede en Neuquén, fuera del encuadre de las cámaras. En la explanada en donde nos encontramos los docentes que, nucleados en la CTERA (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina), asistimos a presenciar el juicio, no hay ningún medio nacional. Si en 2007 el asesinato de Fuentealba sacudió a todo el país y no dejó a nadie sin sentir, cuanto menos, una crispación en la piel, hoy parece estar fuera de agenda.
III
“Sueño con una Neuquén en la que la educación no esté en mano de un sindicato. Sueño con una Neuquén donde se respeten a las autoridades policiales”. El que habla es Gustavo Lucero, defensor de cinco de los ocho jefes policiales acusados, que al día siguiente tendrán la oportunidad de dar sus palabras finales. Antes que él habló su compañera de equipo, Manuela Castro, y después hablarán otros tres abogados que se reparten la defensa de los acusados. Ninguno de ellos muestra la vehemencia de Lucero. Ninguno llega con su discurso adonde llega él.
«La policía tiene una estructura jerárquica piramidal. Responden a órdenes. No resuelven las cosas con asambleas y votaciones», chicanea. Si los otros abogados dejan mostrar sus nervios, si titubean frente a la pantalla de sus laptops, yerran en las conjugaciones de los verbos, si tosen o se aclaran la voz, Lucero, en cambio, se muestra seguro, no lee un guion, gesticula, articula, interpela, interactúa con el ruido que, insistente, desde donde estamos, le llega a través de los pasillos y ventanas de ese edificio cuya inexpugnabilidad se resquebraja: silbidos, bombos, cantos. Él da su show. Es un performer, un sofista entrenado. Sabe que, en una parte no cuantificable pero relevante, de la calidad de su actuación depende el destino de sus defendidos.
Pero sabe más. “¿Ustedes quieren que sus hijos respeten su autoridad como padres?”. En términos jurídicos esas frases que va dejando colar a lo largo de su alegato no son más que ruido, lo desvían de su objetivo, que es negar las acusaciones que caen sobre estos jefes de policía que estuvieron a cargo de un operativo que realizó un uso de la fuerza injustificado y desmedido y que terminó con la vida de Fuentealba. ¿A quién le habla Lucero entonces? ¿Por qué desvía, a veces, la mirada hacia la cámara? ¿Por qué sonríe después de sus golpes retóricos? ¿Sueña, además de con un mundo sin sindicatos, con una campaña con afiches con su rostro?
De alguna manera, Lucero parece entender que en este juicio no se juega solo la suerte de sus clientes.
IV
También lo entiende Sandra Rodríguez. La que fuera la compañera de Carlos Fuentealba ha llegado temprano a Ciudad Judicial y se ha tomado el tiempo para hablar con los docentes. Se la ve fuerte, se la ve decidida y hasta es capaz de darnos –el colmo: ella a nosotros– palabras de aliento. Esa mujer, cuya lucha, cuya persistencia solo es comparable a las de las Madres y las Abuelas, ha debido esperar dieciséis años para este momento. Cuando entra al recinto todavía no sabe si los jueces la dejarán hablar: no tienen la obligación de hacerlo, pero ante el pedido de Ricardo Mendaña y Marcelo Medrante, los abogados de la querella, acceden.
Al finalizar la jornada judicial, Sandra se sube al escenario. El aplauso que recibe dura minutos. Está acompañada por representantes de todos los sindicatos presentes, que la abrazan y le agradecen. Se la ve conmovida pero su voz no tiembla. Habla de la espera, de las dificultades, de las injurias que ha tenido que soportar, habla de la fuerza, de la importancia de lo que se está definiendo tras esas paredes de vidrio: cuál es la clase de sociedad que queremos ser, hasta dónde permitimos correr la línea de lo tolerable, hasta dónde soportamos. También Sandra entiende que allí no solo se está buscando la justicia completa por el asesinato del que fuera su compañero de vida: se está trazando una línea, una línea que podríamos llamar dignidad.
V
Es lunes 13 de marzo. Atardece y los docentes emprendemos el camino de regreso a nuestras provincias. Mañana los acusados dirán sus palabras finales antes de la decisión de los jueces que al momento en que se publique esta nota probablemente ya esté tomada. Las banderas seguirán allí y el rostro de Carlos Fuentealba todavía estará, en cada una de ellas, siempre a punto de decirnos algo; los ocho jefes policiales hablarán pero, en las veredas de Ciudad Judicial, ya no habrá nadie para escucharlos.
* Foto: Facebook Comunicación CTERA
Etiquetas: Carlos Fuentealba, Causa Fuentealba II, CTERA, Docentes, Gustavo Lucero, Leonardo Berneri, Policía, represión, Sandra Rodríguez