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Por Camila Onsari
«Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir»
Olga Orozco, La cartomancia
Rosario Bléfari escribió Diario de la dispersión durante el 2020, el año del primer encierro mundial y el año en que falleció. Pero este libro no es sobre la cuarentena, ni sobre la enfermedad, menos que menos sobre la muerte. Este es un diario sobre una forma de vida. Es sobre la paciencia y la singularidad del deseo propio.
Resulta que Rosario fue la primera en amoldar sus días a un ritmo encuarentenado. Al menos durante su último tiempo en el que, con la salud como excusa, se refugió en una casita en La Pampa. No escribió sobre la pandemia porque la cuarentena dio vuelta la vida de todos menos la de ella. Meses antes de que un bicho nos aislara en nuestras cocinas con recetas de panes, budines y tortas en taza, nuestros jardines, balcones, ventanas, nuestros libros, películas, zoompleaños y rutinas de gimnasia, Bléfari estaba en su pampa craneando un libro de primeras lecciones de guitarra. Quería componer melodías, “piecitas”, que pudieran ser tocadas por principiantes. Debían ser piezas ordenadas según su grado de dificultad. Compró entonces un cuaderno de música con hojas pentagramadas y un portaminas fino con la goma ya incorporada en el otro extremo. A la par, arrancaba a escribir su Diario de la dispersión, quería “ver cómo las ideas se transforman y a qué puerto llegan, si es que llegan”.
Cuaderno, portaminas, goma y guitarra listos. Pero antes, “antes de ponerme a trabajar en esto, busco el costurero para coserle el ruedo a un pantalón. Me encuentro con una aguja de crochet en el fondo y, entre los hilos y botones, un pequeño ovillo de lana azul oscura, son los restos de un viejo pulóver que me tejió mi mamá para la escuela”. Surge así lo que nosotros, los neurotípicos, podríamos llamar procrastinación. Pero debemos entender que en el cosmos Bléfari se trata, en verdad, de una línea de fuga denominada dispersión: “De pronto estoy tejiendo, hago la cadena inicial, la vuelvo un anillo y sigo, ¿adónde va esto? Pienso en la manta increíble que hay en Mar del Plata en Mundo Dios […] Es una manta de colores tejida al crochet que alegra la vida con solo verla”. Surge así un nuevo proyecto: tejer una manta, o en principio un pedazo de manta, un comienzo.
Un comienzo que no inhabilita, porque más tarde vuelve no sólo al libro de música sino también al proyecto número tres: una confección de collages. Sólo eso, un collage de papeles, tonos y texturas. Lo inicia con un papel de seda blanco, amarillento por el tiempo. Con cuidado lo plancha y lo pega en la pared, lo acaricia sin saber qué va a ser de él, de ella con él: “En principio quiero tocarlo, mirarlo y pensar en tratamientos. Tratarlo. Pienso en la lógica del tejido, algo que se agarra y crece, cómo se agarra, aumentar y disminuir, puede avanzar hacia cualquier lado”. Ahí, un vislumbre de la esencia de su método, de su forma-de-vida. En sus palabras, “un método propio del quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando”. Dejar devenir, dar lugar a sus picores, sin cálculos, y escuchar. Permitirse reescribir.
Jueves 2 de enero: “Deshago el tejido, iba a seguir tejiendo como si fuera una escultura, aumenta para acá, se engrosa por allá, pero es muy oscuro el azul, no veo nada, no veo los puntos, no entiendo la trama. […] Empiezo de nuevo”. Dos hojas y dos días después: “Aumenta la franja roja en el tejido, es una llamarada fundamental”. En su tejido hay una suavidad no superyoica. No hay un modelo ideal ni una fecha límite, por sobre todo no hay un para qué. Hay una búsqueda de colores, un prestar atención a sus efectos, a lo inglés del verde, lo festivo del amarillo y lo delineador del negro. Hay una amable paciencia para la reescritura. Se trata de armar un sentido, una estética, una serie propia. Y hay ahí un juego infantil, en su tejido pero también en todos sus proyectos, donde se entra y se sale de escena, donde se arma y se rearma y se vuelve a empezar. Hay algo en la experiencia del niño al jugar que radica en esa capacidad de estar absolutamente presente en ese nuevo mundo, esa escena inventada, hasta que, así como entró, salió. Salió para ir a comer cuando lo llaman a cenar o para ir a jugar a otra cosa cuando el presente lo aburrió. Será hasta la próxima, las próximas ganas de volver al juego, o de reinventarlo y probar otra cosa, o dejarlo ir. Se está presente hasta que no, hasta que ya no se entiende la trama y se fuga a otro lado para volver, o no, más tarde. Martes 28 de enero: “Tejer también es destejer”.
Lo mismo con su libro de música: “Toco varias veces la partitura de la pieza de prueba, incluso la grabo. Algo está mal en el devenir, en los cambios, tengo que recurrir más a la repetición y no pretender proponer nuevas cuestiones a cada rato”. La dispersión funciona si se mantiene un eje, si hay una escucha atenta y consciente del devenir, de los límites de una y de lo otro. La dispersión de Bléfari implica, necesita, un registro propio. Eso es lo que posibilita no sólo el entrar y salir de escena sino el estar presente: “ese estado de flotación que se requiere, ese dejarse llevar para poder tomar y dejar, retomar y continuar”. Se trata no sólo de darse aire, sino de darle aire a sus proyectos, dejarlos un rato tranquilos. Que la paciencia sea tanto para una como para el otro, lo otro. Tomar y dar aire. Oxigenar para que la cosa viva.
El método Bléfari, entonces, no consiste en meramente dispersarse. Todo lo contrario, consiste en encontrar el eje propio. Implica estar presente para saber cuándo irse y cuándo (no) volver. Implica “la quietud necesaria para mientras tanto trabajar en un nivel de programación y reprogramación interna de los materiales. Me entusiasma, es recolectar”.
Del mismo modo, misma paciencia, el papel de su inicio de collage, aquel de seda blanco pegado en la pared, vivió superposiciones, tuvo compañeros en tonos beige y fue mojado por ráfagas de perfumes. Todo eso, sólo para ver qué pasaba, cómo amanecía la semana siguiente. Hasta que un día “me veo rasgando el papel y haciendo otra cosa con los pedazos. Tengo que irme a otro tamaño más chico y trabajar sobre la mesa”. Tan suave como eso, como la reescritura que no obedece a un deber-ser. Estar abierta al error. No, no al error, sino a que algo no funcione. Tejer también es destejer. Tan simple como eso. Estar abierta a que algo no funcione. Poder irse y empezar de nuevo, recolectar los pedacitos y las hilachas sueltas y trabajarlos en otro soporte, otra perspectiva. No para que eso sí sea (¿sea qué?), sino para probar. Se trata del deseo, o al menos, de las ganas, las ganas no coartadas por el deber-ser-ideal. Tan solo las ganas, suaves, fáciles, chiquitas.
Otro de sus proyectos era grabar como canciones los Cantos a Berenice de Olga Orozco por el centenario de su nacimiento. Una posible dispersión de este texto sería escribir sobre Olga y Rosario y lo surreal. Orozco y lo onírico, Bléfari y la dispersión automática. Como los surrealistas, Bléfari sabía jugar al “a ver qué pasa”. Por eso un día, por error o por azar, abrió Google Drive para crear un documento nuevo y en vez de seleccionar Documento en blanco seleccionó el botón de abajo, el que nunca nadie, excepto ella, abrió. Seleccionó la opción de crear plantilla. Y para reírse –literalmente, “sólo para ver lo ridículo de las plantillas y reírme”– empezó su trabajo ahí. Y claro, quedó bien, porque Google todo lo sabe, todo lo puede. “No se me hubiese ocurrido nunca empezar así si no fuera por este encuentro azaroso. Es lo que no se hace: usar una plantilla de propuesta de proyecto de las aplicaciones de Google, siempre me pregunté si alguien usaba ese tipo de cosas. Por ahora pienso seguir trabajando ahí a ver qué pasa”. Estar abierta, también, a que algo sí funcione.
Y para recordar que esta mujer es además humana, en el Diario leemos momentos sin ganas, aburridos, ansiosos. Tuvo que reescribir una de sus piezas de guitarra para principiantes pues, por ese exceso de excitación que generan ciertas cosas, quiso grabarla rápido y el resultado necesitó del doble de tiempo para la corrección. La cuestión, el quid, es que este método no funciona para taponar sino para saberse deseante y fallada, para tenerse paciencia: “A veces los errores de la ejecución me están sugiriendo sucesiones de notas más fluidas, combinaciones más inesperadas o cambios de ritmo.”
En todos los mientras tanto, simplemente estar. Rosario se entrega un jueves al olor a nuevo de su nueva hamaca paraguaya y, porque sí, se entrega a las reminiscencias. El olor de la tela la lleva a las sábanas que le hizo su mamá y al lienzo donde trabajaba su primer novio pintor. Se compra un lunes un nuevo lápiz y goma y recuerda una noche de su infancia en la que se encontró sin goma de borrar y sin posibilidad de terminar su tarea para la escuela. Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas: en tanto la memoria a veces salva, sus padres recordaron que en su niñez llegaron a usar bolitas de miga de pan como goma de borrar. El método Bléfari, la dispersión en eje, es en definitiva poder hacer no sólo con lo que hay, sino sobre todo y justamente, con la falta.
Un viernes aparece el contexto de la pandemia:
Trato de no desanimarme, ahora que el mundo entero está en la misma que yo. Tengo que admitir que sentí, al comienzo sobre todo, algo parecido a los celos. ¿No era yo la que estaba recluida, la que hacía cosas en su casa, la que agradecía el pequeño jardín y lo vivía como un contacto suficiente con el exterior y la naturaleza? […] De pronto soy una más. A los pocos días de sentir cierta perplejidad mi perspectiva mutó. El cambio inesperado de las circunstancias generales […] me colocó en otro lugar. Perdí el ser especial, la diferencia, pero gané algo que todavía no puedo definir, ¿perdí gravedad?
Para ganar hay que perder, y perder el serlo todo, ser la única (en fin, perder gravedad), es ganar no solo liviandad sino sobre todo el eje propio, el del método. Aceptar no serlo todo, sin por eso desfallecer en una masa, implica encontrarse en la singularidad. El método Bléfari radica en poder perderse en singularidades que convocan pero no completan. Es justamente por eso que más tarde u otro día, quizás, se retoman.
En el mientras tanto, encontrar una cinta de color rosa, mirarla, doblarla, reposarla en el cuerpo desnudo y pensar que esa suavidad se lleva bien con la piel. “No tengo que sentirme agobiada, es parte del método. Es cierto, hay numerosas cosas abiertas, hay mucho que me reclama atención y necesito a la vez darles tiempo, aire, divagaciones. Para eso es importante que me siga distrayendo, que no pierda la sensación de libertad, de antojo”. Lo cual me lleva directamente al último libro de Alejandra Kamiya, a otra frase sobre el aire, la libertad y el antojo: “la precisión de lo que es libre: una rama cuando va hacia la luz, un amante cuando va hacia el amado». El libro se llama La paciencia del agua sobre cada piedra.
Y un martes escribió sobre lo que le generó De sobremesa, novela modernista de José Asunción Silva donde el protagonista –palabras más, palabras menos, no citen esto en sus papers– se enferma físicamente por su sed de totalidad, su sed de convertir la vida en una obra de arte: “el texto me había afectado de una forma extraña. ¿El personaje se sume en la desgracia por culpa de su engolosinado pretenderlo todo? ¿Por dispersarse en vez de enfocarse y trabajar en sus versos, en vez de hacer una carrera de poeta, como le aconseja su amigo médico?”. Y aquí discuto lo que se pregunta Bléfari sobre la esencia de su propio método (o no sé si propio, porque ahora ya es libro y ya está, pero sí al menos de su autoría). En fin, me enseñaron a separar obra de autor, así que procederé con cierta pose de autoridad a hacer crítica. Dispersarse, al menos en este marco teórico, no es engolosinarse y pretenderlo todo. Al contrario, consiste en saberse no-omnipotente y sí poder, por eso, dar lugar a la falta, al quedarse con las ganas. Tener ganas de muchas cosas. Poder hacer con eso. Ser deseante. No todo, no siempre. Este es un método ateo.
En el mientras tanto, que se haga invierno, tener frío por las noches y abrigarse la cabeza no con un pañuelo sino con un pedazo de tejido que pertenecía a una manta de su mamá: “es un pedazo que se guardaba como un recuerdo”. Así como atesoró apenas un retazo de algo que luego terminó siendo una forma de abrigo, así como atesoró un papel color beige que luego terminó siendo apenas el inicio de un collage que nunca llegó a ningún lado, el método de la dispersión consiste en atesorar y buscar, apenas, momentos. Consiste en entrar y salir de escena, escena donde el flujo que abre-baja-entreabre el telón es del (des)orden del deseo. Consiste en la búsqueda del no-todo. Y me resuena de fondo “Nunca” de su disco Estaciones: Que no esté completa nunca la felicidad.
Bléfari llega al final sabiendo que es el final último, pero “entra el sol en la casa y promete un día más”.
Diario de la dispersión
Rosario Bléfari
Mansalva, 2023
300 páginas
Etiquetas: Camila Onsari, Diario de la dispersión, Libros, Literatura