Blog

Por Natalia Capobianco
Algoritmos, mandatos y romanticismo
¿Cuántos reels sobre maternidad les mostró el algoritmo hoy? ¿Cuántos tips sobre crianza respetuosa, apego, límites, azúcar y celulares, aparecen constantemente frente a nosotras en una pantalla de 7 pulgadas? Vivimos en un tiempo en el que hablar más de maternidad, compartir experiencias y cuestionar lo que implica ser madre, debería liberarnos de los estándares idealizados, pero ¿nos libera realmente? O ¿nos coloca bajo el peso de nuevas expectativas?
Cuando hablo con otras madres, hoy casi todas estamos en la misma: rotas, agotadas, partidas, desorientadas, con fantasías de dejar de ser madres por una semana, un mes, ¡un año! necesitamos vacaciones de nuestros hijos.
Me pregunto entonces, qué es lo que mantiene intacta la narrativa predominante en la transmisión generacional sobre la maternidad: La maternidad es hermosa, es la experiencia amorosa más maravillosa. Incluso ahora, cuando hablamos más abiertamente sobre las consecuencias subjetivas de ser madres, el romanticismo sigue siendo incuestionable, perpetuándose de una generación a otra, sin alterarse. El romanticismo como un acto de supervivencia de la especie. Aferrarse a esa visión idealizada, al amor como narrativa central, es lo que nos permite sostener la experiencia de la maternidad en medio de su complejidad y sus quiebres. Sin ese anclaje, sería insoportable.
Con feminismo y todo la maternidad sigue siendo presentada como el punto culmine en la vida de una mujer. Ser madre es alcanzar la plenitud. El amor de una madre a sus hijos es incondicional y la felicidad que nos dan es única e incomparable (menos mal, no podríamos soportar otros vínculos con la misma intensidad). Pero ¿qué pasa cuando la experiencia concreta de la maternidad tira por la borda esas premisas? ¿Qué pasa con las mujeres que sienten que la maternidad no es una bendición, sino una carga, y que desean escapar de ella?
En este intento de descubrir qué pasa entre una generación y la otra, dónde falla el mensaje para que las mujeres que optamos por la maternidad nos topemos, más rápido que tarde, con que la realidad no se parece ni cerca a lo que creíamos que era, me encuentro con una nota que intenta reivindicar y despatologizar el deseo de no ser madres, que, creo, va un poco en la misma línea de lo que intento explorar aca. Quiero decir, si estamos tratando de reflexionar para que se respete la decisión de aquellas mujeres que no desean ser madres y no pensar que les falta algo o que tienen algún problema o que no son madres porque no consiguen pareja, es porque aún la maternidad parece ser el objetivo último y más razonable que se espera de una mujer.
¿Esas madres incondicionales están aquí entre nosotros? Porque en el cine (y en la literatura) no abundan
La película La hija oscura (2021), dirigida por Maggie Gyllenhaal, basada en la novela de Elena Ferrante, nos cuenta la historia de una madre (Leda) que, cuando sus hijas son chicas, siente que no puede más y las abandona. El motivo es un hombre, pero en el desarrollo de la trama podemos encontrar mucho más.
La fantasía de la huida más de una quisiéramos cumplirla y, en comparación con la cantidad de padres que van a comprar puchos y nunca vuelven, diría que lo hemos hecho bastante poco. Las madres somos las que estamos, aun cuando ya no queda nadie, a veces ni los hijos. Nos quedamos aun en momentos de desencanto y desesperación. A pesar de que la maternidad no se parece a lo que nos prometieron seguimos ahí, atrapadas en un lugar simbólico que la sociedad no nos deja abandonar.
El psicoanálisis puede orientarnos para entender por qué nos quedamos, aunque solo un poco. Desde la mirada psicoanalítica, la madre tiene un rol fundamental en la estructura del sujeto, pero Lacan también introduce la idea de la «mujer no-toda» en relación al deseo femenino, que siempre es inasible, inalcanzable, inabarcable. O sea, por más que nos esforcemos en ser las mejores madres, las mujeres no quedamos totalmente abarcadas en un solo rol o deseo, como por ejemplo, la maternidad.
En este contexto, la madre puede permanecer con sus hijos -incluso en el desencanto-, porque asume el lugar del Otro primordial para el niño, lugar que le otorga un poder, pero también la atrapa en la demanda de amor y cuidado. El problema es que sostenerse únicamente en ese lugar es prácticamente imposible, por ende, fallamos. Tenemos que asumir que no es posible colmar todas las necesidades y deseos de un hijo. No se puede físicamente, no se puede emocionalmente. Es una imposibilidad estructural.
La protagonista de La hija oscura parece chocar con esta imposibilidad y, en un intento de recuperar su propio deseo, más allá de la demanda de sus hijos, decide irse ¿Porque no amaba a sus hijas? No. ¿Puede leerse como un acto de desobediencia hacia el mandato que dice que una mujer sólo se realiza maternando? Mejor. A diferencia de los padres, que social y simbólicamente tienen más espacio para desentenderse de su rol, las madres quedan atrapadas en la exigencia de la presencia constante y en la culpa que genera ausentarse más de la cuenta.
Como Leda, muchas madres atraviesan la contradicción de amar a sus hijos, pero también resentir el peso de la carga que implica ser madre. La mayoría nos quedamos, claro, pero irse está dentro de las posibilidades. ¿Estoy invitando a las madres a irse y a abandonar a sus hijos?, claro que no, ¿o si? No, estoy intentando habilitar y validar. Te estoy diciendo same hermana, yo me quiero ir, cada dos dias me quiero ir.
Malas madres es la regla, ser buena es la excepciÓn
En Blondi, la película de Dolores Fonzi, también se explora la maternidad desde un lugar poco común. Es una mujer que fue madre a los 15 años y las drogas, más precisamente la marihuana, intentan ser un punto de unión entre madre e hijo.
La droga no se muestra como una herramienta de escape ni como un síntoma de la imposibilidad de ser una «buena madre», sino más bien como un espacio de encuentro y conexión. Lo mejor de esta película, el hallazgo para mi, es que no se demoniza a la protagonista, ni la convierte en el estereotipo de la madre “caída” o “fallida” que necesita redimirse. En cambio, su relación con su hijo se presenta de manera más auténtica, con sus matices y contradicciones, desafiando la noción de que una madre “correcta” debe alejarse de cualquier conducta que no cumpla con el ideal de sacrificio y bondad que se espera socialmente de las mujeres que son madres.
Además la película también explora la importancia de una red que se moviliza cuando la madre no alcanza. Los personajes que rodean a Blondi actúan como sostenes en momentos en los que ella misma no puede. ¡Ojo! no es una madre que no puede porque se droga; es una madre que no puede, porque es madre. Una vez más, las madres fallan. Fallan como algo inherente al ejercicio de maternar. Las madres no somos buenas. Ser mala madre es la regla.
No se trata de glorificar el abandono o la huida, o de que hagamos una oda a la marihuana, sino de habilitar a las madres a aceptar sus propias limitaciones, a reconocer que «ser buena madre» es, en muchos casos, una quimera, y que la maternidad no tiene que seguir el guión preestablecido que venimos escuchando sin descanso.
La maternidad no está cayendo, la estamos soltando
En estos días volvió a estar presente en el debate la baja de natalidad en Argentina. Algunos sectores del oficialismo, mas precisamente el Presidente, responsabilizó a la agenda woke y al feminismo por atacar a la familia y fomentar el aborto. Reduccionista, pero efectivo para potenciar esta idea de la maternidad y la familia como pilares sagrados e incuestionables del orden social. Pero ¿y si la baja natalidad hablara, no del rechazo a maternar, sino del cansancio, del miedo, de la certeza de que maternar así, tal como está planteado hoy, no se puede?
Porque es verdad: ahora las mujeres podemos elegir. Pero en esta realidad muchas no eligen desde el deseo, sino desde la realidad concreta de las posibilidades. No se llega a fin de mes, no hay red, no hay con quién. Criar, trabajar y sostenerse también a una misma es una combinación imposible. Entonces: ¿es falta de deseo o falta de condiciones para desear? Tal vez muchas sí quieren ser madres, pero no así. No solas. No agotadas. No bajo la lupa constante de ser «buenas madres». Y ahí aparece otra pregunta: ¿cómo no vamos a dudar las que ya somos madres? ¿Cómo no vamos a fantasear con irnos cuando ya nos quedamos por tanto tiempo?
*Imagen de portada: The Angry Mother, Jean-Baptiste Greuze
Etiquetas: Blondie, La hija oscura, Maternidad, Natalia Capobianco, Psicoanálisis