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Por Luciano Lutereau
La ética filosófica, de los griegos a Kant, tenía un propósito simple, que sea parafrasea con el título de una novela de Nick Hornby: “Cómo ser buenos”.
Lacan tuvo un gesto lapidario —que en realidad tomó de Horkheimer y Adorno— cuando planteó que la máxima consecuencia del imperativo categórico es la perversión sadiana.
La Ilustración fue el punto culminante y la caída de la aspiración a la bondad. Así surgió el psicoanálisis, que mostró que los ideales están sucios y además reprimen.
Una autora que seriamente retomó la pregunta clásica —la de si se puede renunciar a intentar ser una buena persona— fue Hannah Arendt. Después son muchos más los filósofos (Deleuze, Derrida, Foucault, etc.) que tras las huellas de Nietzsche criticaron los valores morales.
Y los filósofos que teorizaron sobre temas éticos los llevaron hacia la política y a cuestiones como el diálogo, el consenso, la tolerancia, preocupados más por la democracia que por la persona.
Los psicoanalistas volvimos a las pasiones. Y nos dedicamos a los celos, la envidia, etc., desde el punto de vista de la pulsión.
Sin embargo, en estos últimos años se empezó a hablar mucho de la empatía, la ternura, la hospitalidad, etc., como formas de dar cuenta de los problemas actuales que hay en la relación con el semejante.
Este es un retorno sintomático: el psicoanálisis expulsó la idea de buena persona y hoy trata de suplir lo forcluido con una teoría blanda sobre la afectividad cuyo correlato no responde al imperativo de ser bueno sino que “interpela” con la sentencia: “no seas tan malo”.
Porque además, para malo siempre está el otro.
Ahora bien, ¿no va siendo hora de analizar este síntoma y tratar de fundar nuevamente desde el psicoanálisis una teoría del lazo basada en categorías enfáticas como las de respeto, dignidad y valentía?
La teoría blanda de la afectividad actual terminó en la victimización extrema: vivimos rotos, dañados, traumados, etc. No se puede pedir demasiado.
¿Qué sujeto es el que no piensa en que ciertos actos, por ejemplo, realizar una venganza, implican perder dignidad?
¿Qué sujeto es el que olvidó que para vivir y, por lo tanto, sufrir, es preciso ser valiente y dejar de celebrar la debilidad del “hago lo que puedo”?
¿Qué sujeto es el que dice lo que se le canta, como si hablar fuera gratis, sin reparar en la condición de respeto?
Creo que Freud podía abocarse a las pulsiones porque los neuróticos eran personas en extremo moralistas.
Hoy cuando alguien deja de hacer algo solamente por temor a que lo castiguen, ¿hay sujeto propiamente dicho?
Lacan mismo anticipó algo de este problema cuando dijo que en nuestras sociedades ya no se muere de vergüenza; esta era su forma de decir que el honor es una palabra que ya no significa nada.
¿No sería interesante que el psicoanálisis vuelva a fundar esta noción (la de honor), sin idealizarla, a partir del descubrimiento del inconsciente?
* Portada: Detalle de «La virtud corona al Honor» (1734) de Giovanni Battista Tiepolo
Etiquetas: Giovanni Battista Tiepolo, Hannah Arendt, Jacques Lacan, Luciano Lutereau, Nick Hornby, Psicoanálisis