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22-07-2025 Notas

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Por Eric Schvartz

A los nietos masottianos. 

Freud se interroga en Contribuciones a la psicología del amor II (1912) por la impotencia psíquica. La premisa de la impotencia, aunque sea física, será psíquica: en la posición sexuada del varón, si el órgano no funciona, su disfunción o flacidez será un tic en el bocho y no el no-correr de la sangre por impericia orgánica. En el caso de la mujer su expresión impotente será vía el carácter frigido, o frigidez. Freud ubicará que la impotencia psíquica es intrínseca de la Cultura: “una afección universal y no la enfermedad de algunos individuos”. Uno podría pensar que la laxitud o flojeza de la época en los compromisos es un expreso contraargumento a la impotencia estructural, que la sexualidad actual es “más liberal”, menos restringida, y resuelta, aunque formas de pactado como la poligamia expresan más exclusividad que la monogamia, y la impotencia psíquica en la actualidad encontrará su expresión, no en el no poder coger, sino en el no poder parar o acabar. que será equivalente al tiempo de concluir, o el poder renunciar. 

I

Hay un pensador que ubica el anverso de la impotencia, Baruch Spinoza, que, irónicamente, era bien freudiano. Cualquiera que concurra a los metafísicos en clave psicoanalítica encuentra gran riqueza en ellos. La potencia se la asocia al “tener(la parada)”, a la virilidad como posición activa, lo punzante o lo penetrante del quehacer masculino. Es una potencia física; aunque es errática de muchas maneras. En La Ética, Spinoza ubica a la potencia como un obrar que es consecuente con el Bien. Ese Bien no puede más que propiciar afectos como la alegría y la bienaventuranza: es un tratado de ética que tiene por destino un porvenir feliz desde la potencia. Es una filosofía expansionista y vitalista con muchos aciertos lógicos y otras omisiones que no fueron de su interés, que Freud ahondará con las neurosis. Para Spinoza lo que se aleja de ese Bien propicia las pasiones tristes. Aquel Bien implica un obrar potente donde el afecto se traduce en una acción. Spinoza articula el obrar potente acorde a ese Bien, con una entrada en la existencia en tanto se obra en virtud del obrar. Tal Bien no se dice, lo habita a uno, lo cuál es muy distinto a la moral voceada que dice donde está el bien. Los éticos encarnan el Bien, los moralistas lo señalan. 

II 

La impotencia psíquica es una de las expresiones de malestar actual, dado que es pura actualidad. La actualidad es una forma de presente pleno, nada que preterir, no habrá porvenir, nada sucedido, nada por suceder. El momento de la potencia, si lo seguimos pensando desde aquel autor metafísico que tiene casi cuatrocientos años -¡y sigue siendo vigente!-, no se refiere a la acción material, motriz o “voluntad”, sino, reitero: a la traducción de un afecto en acción. La clínica contemporánea presenta en la posición sexuada masculina rasgos de carácter donde la impotencia psíquica coincide con la imposibilidad (¿imposibilidad de que?). A mayor unificación del Yo, más se divide el objeto; lo mismo sucede en el caso contrario, mientras más se unifica el objeto, el Yo sufre la división. Es lícito decirlo así: la división del Yo es un malestar distinto, un sufrimiento necesario. Posibilita la potencia psíquica en tanto la división le presenta un dilema (¿o es el dilema?) y debe decidir. Ese “deber decidir” ya está esclarecido en tanto tal objeto de su controversia es su Bien, o es razón de su causa. Allí donde Spinoza ubicaba la eticidad de ser consecuentes por un Bien, nosotros podemos decir que el sujeto se sustancializa en tanto decide y pierde algo. La potencia así queda en una posición de renuncia y no de “tener” como trivialmente se piensa. En aquella renuncia acontece un tiempo de concluir, y se actúa en virtud de aquello que es causa de deseo. El acto potente no es la alevosidad epocal de “poder”o hacer uso del instrumento “de conquistar”, “dar”, sino poder entregar la impotencia, el hecho de que no siempre se tiene la potencia -¡o que no se la tiene para siempre!- y no es un mero entregar la potencia como se cree corrientemente. En ese acto, la ética hace a la entrada en la existencia, con un tiempo que bautiza con un Nombre. Hay nombradía en tanto se renuncia por el otro, algo de sí. 

III

Florencia Abadi escribe un artículo brillante y sensible titulado Deseo y Amor: dos lógicas contrapuestas que da cuenta de la diferencia de la lógica erótica o deseante del amor desde alegorías griegas. El amor tiene como premisa el trato compasivo, respetuoso y continuo, mientras que -según señala ella- la erótica es cruenta, discontinua, y penumbrosa. Podríamos agregar que la compasión es necesaria para que el prójimo no sea una de las metas para hacer uso de la hostilidad. El canibalismo, el deseo de dar muerte, y el infantilismo son algunos de los expresados tratos actuales en la esfera citadina. La compasión implica la renuncia del hacer cruento con el otro y padecer con él; no un ser víctima o miserable en comunidad, sino no practicar la crueldad. La autora advierte su diferencia de la piedad, donde en la piedad no hay un dolor común, sino que se comprende el sufrimiento del otro. Aunque Freud advertirá que la lógica “degradante” de la erótica es condición necesaria en la elección de muchos hombres. En el caso particular del hombre que se ha quedado solo en la lógica amorosa con su mujer hará coincidente su mujer con su madre, y no se la podrá coger. Coincidira con un tabú: el tabú del incesto. En la clínica contemporánea la impotencia coincide con la imposibilidad del quehacer erótico y amoroso en simultaneo: lo que propicia un compromiso y el garche. Los hombres actuales no pueden comenzar algo con el otro ¡porque no han acabado con lo suyo! Como comentaba Joaquín Vidal en una ocurrencia lúcida: la potencia moderna reside en no poder entregar la impotencia a una mujer porque remite a la propia indefensión

IV

La poligamia actual no era como la de los pueblos que predicaban cultos paganos. Los pueblos primitivos tenían grandes restricciones para el encuentro con el otro sexo, eran mayores las prohibiciones para el encuentro sexual. Incluso Freud advertirá que la resolución del primitivo era menor que la del hombre de cultura. Freud observaba un incremento de “servidumbre sexual” en el hombre contemporáneo, al revés de lo que sucedió históricamente con la relaciones entre sexos, no muy distante en el tiempo. La servidumbre actual se expresa en las cláusulas altamente exclusivas que tienen los pactos poligámicos, que son defensa para evadir “lo condicional de la monogamia”, y en la imposibilidad de consolidar un compromiso. La clínica actual observa mayor prescripción moral en estos consensos: se le exige al otro más condiciones en tanto ¡no se quiere lo otro del otro! Se segrega lo inacabado del otro, dado que eso remite a la propia indefensión, Freud dejará como plumazo la ternura como un quehacer viril en El tabú de la virginidad; una forma de velar lo inacabado del otro, lo flácido de la masculinidad o incluso un saber hacer con el cese de la potencia. La monogamia, así predicada desde una ética spinoziana, puede irónicamente ser más liberal y habilita que haya una vacante que hace tres: los dos amantes y el inconsciente. Siempre que aquel tercero haga un lugar se podrá amar y a la vez habilitar lo perverso del Eros, las ficciones, la erótica, la fantasía, allí donde Freud se emancipaba de los platonismos filosóficos y fusionaba las dos lógicas contrapuestas en un plumazo intempestivo: amor-sexual.

* Portada: Fresco de la Casa del Centenario, Pompeya, hacia el siglo I.

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