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19-08-2025 Notas

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Por Pablo Milani

En un adverso junio de 1995, la Argentina de la convertibilidad vivía una aparente calma. El país, bajo el gobierno de Carlos Menem, se debatía entre el espejismo de la estabilidad económica y la creciente tensión social que, como un sordo rumor, anunciaba la crisis por venir. Era una época de contrastes, donde el rock nacional reflejaba la bipolaridad de la sociedad: por un lado, el rock barrial emergía con fuerza, capturando la rabia y el desencanto en sus letras crudas; por otro, una parte de la escena musical se orientaba hacia sonidos más globales y sofisticados, buscando una nueva identidad. En este particular y efervescente contexto, Soda Stereo, la banda más influyente y masiva de Hispanoamérica, lanzó Sueño Stereo, el último disco de estudio de una de las agrupaciones más importantes de la música en español.

Para entender la magnitud de Sueño Stereo, es crucial retroceder en el tiempo. La historia de Soda Stereo es un recorrido de una década marcada por la experimentación, el éxito arrollador y, finalmente, un agotamiento profundo. Nacidos del post-punk y la new wave de los años 80, luego de su disco debut, irrumpieron en la escena con la frescura de Nada Personal (1985), un disco que se convirtió en la banda sonora de la recién recuperada democracia argentina. Con el paso de los años, su sonido evolucionó de la simpleza del pop a la complejidad del rock sinfónico y la psicodelia. Signos (1986) y Canción Animal (1990) marcaron un punto de inflexión, consolidándolos como una máquina creativa imparable. Sin embargo, el frenesí de giras interminables, la presión de ser un fenómeno continental y las constantes exigencias de la industria terminaron por pasar factura.

En 1992, la banda se encontraba al límite. El experimental y pretencioso Dynamo (1992) representó el clímax de la tensión creativa y personal. El disco, denso y vanguardista, chocaba con el sonido más accesible de sus trabajos anteriores. Las giras de ese periodo denotaron un cansancio y, exhaustos, decidieron tomarse un prolongado silencio que se extendió por más de dos años. Este hiato, más allá de una pausa, fue interpretado por muchos como el preludio del final. La distancia y la incursión de los miembros en proyectos individuales alimentaron los rumores de separación.

Sin embargo, en 1995, con la banda al borde de la disolución, una nueva oportunidad surgió. Con un pasado de éxito y conflictos a sus espaldas y un futuro incierto, decidieron unirse para grabar un nuevo álbum. La producción de Sueño Stereo no fue solo un acto de profesionalismo, sino una forma de trascender el dolor personal y las diferencias creativas. Marcado por una reciente tragedia familiar que afectó a la banda, el proceso de grabación se convirtió en un refugio, en un espacio donde el arte podía sanar lo que la vida había roto. A diferencia de las tensiones que se respiraban desde la época de Canción Animal, aquí se priorizó la madurez y la sofisticación. El resultado fue brillante, un regreso que nadie esperaba, una síntesis elevada de todo lo que Soda Stereo había sido, pero a un nivel superior.

El disco fue grabado en Buenos Aires y mezclado en Londres junto al ingeniero de grabación Eduardo Bergallo y Clive Goddard. Sueño Stereo es la culminación de un sonido que venía gestándose desde hacía años. Atrás quedó el ruido y la dispersión de discos anteriores. En este trabajo, el sonido es nítido, sofisticado y centrado. Es un disco que profesionaliza el legado de la banda a una escala sin precedentes. La producción artística, la calidad de los arreglos y el equilibrio entre los instrumentos son notoriamente superiores. Cada elemento tiene su lugar, como si todas las ideas sueltas de discos anteriores hubieran finalmente encontrado su forma perfecta en esta obra.

La calidad compositiva y los arreglos son excepcionales. La voz sugestiva junto a la guitarra de Gustavo Cerati, etérea y con texturas que anticipan su etapa solista, se entrelaza con el protagonismo de la batería de Charly Alberti y el anclaje melódico y sólido del bajo de Zeta Bosio. Los arreglos de cuerdas y vientos, íntimos y orgánicos, elevan la sonoridad a una elegancia que remite a la escena londinense, con claras influencias de artistas como David Bowie y Brian Eno. Este sonido encajaba perfectamente con el auge del britpop, un movimiento que vivía su año bisagra en 1995. Canciones como «Paseando por Roma» o la emblemática «Ella usó mi cabeza como un revólver» se convirtieron rápidamente en éxitos comerciales, pero detrás del brillo y la sensualidad del disco, se percibía un sabor agridulce, un aire de melancolía que se transformaría en una despedida dos años después.

A pesar de la innegable maestría y del éxito, Sueño Stereo tiene una profunda sensación de final. Es el disco más sutil e innovador de una banda en pleno proceso de desintegración. La producción artística, el uso de samplers y la música ambiente demuestran una apuesta arriesgada, un salto sin red, como si el futuro ya no importara. Y, de hecho, no importaba. El álbum es una renuncia consciente a los elementos del pasado, como el pop frenético o el funk, para centrarse en una elegancia sónica y experimental que tiene un sabor a adiós. Es el quiebre personal de una banda transformado en una obra de arte.

Para comprender este disco quizás sea necesario volver a escuchar Signos y Canción Animal como piezas indispensables de creación y talento. Pero el legado de Sueño Stereo no terminó con la disolución de la banda. El camino sonoro que se traza en este disco continuó en su siguiente trabajo, el desenchufado Confort y Música para Volar (1996), y se cristalizó de manera definitiva en la brillante carrera solista de Gustavo Cerati. Las ideas plasmadas en este álbum se materializarían en proyectos como Ocio y Plan V, y encontrarían su máxima expresión en la aclamada obra maestra Bocanada (1999). Es sabido que, dadas las circunstancias personales de la banda, este disco bien pudo no haber existido. Su mayor mérito, entonces, fue haber cerrado un concepto y una idea con una forma de decir y de sentir que trascendió la situación. Fue un adiós elegante, un disco que, a 30 años de su lanzamiento, nos recuerda la maestría de una banda que supo dejar un legado eterno, incluso en su momento más difícil y delicado.

El impacto de Sueño Stereo resuena hasta el día de hoy, no solo como un hito en la discografía de Soda Stereo, sino como un punto de inflexión en la historia del rock en español. La capacidad de la banda para reinventarse hasta el final, su dedicación al arte por encima de sus propias tensiones, demuestra por qué su música sigue siendo tan relevante. El disco es un testimonio de la profesionalidad, el sacrificio y la genialidad que caracterizaron a este trío, un trabajo que demuestra que, a veces, la mayor belleza surge del final.

 

 

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