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Por Luciano Sáliche
I
Cuando Stevin John llegó a Phoenix, Arizona, para grabar un nuevo video de Blippi, a principios del 2020, un nene lo reconoció en el hotel. Hacía tiempo que la maquinaria era invariable: recorrer el país con sus asistentes, filmarse un día entero en un parque de diversiones, subirlo a las redes, monetizar. Siempre quiso ser famoso, una celebridad, un héroe, pero esa mañana, al llegar al hotel de Phoenix, Arizona, cuando el nene lo reconoció, Stevin quiso ser invisible.
El primer video se subió a YouTube el 18 de febrero de 2014. Desde entonces, el crecimiento no se detuvo: shows en vivo, contratos con Netflix y Amazon, juguetes, merchandising, internacionalización. No hay más truco que este: un tipo vestido con muchos colores visita lugares con muchos colores, canta canciones simples y repetitivas, y exagera la emoción de cada cosa que ve, hace y siente. De tan tonto es efectivo. Como casi todos los productos del mercado de hoy.
Aquella mañana, cuando el nene le pidió a gritos una foto, Stevin John sintió en sus hombros el peso del hastío. Con la pandemia le terminó de caer la ficha. El 8 de mayo del 2021, Clayton Grimm, que ya lo había reemplazado en algún que otro espectáculo, protagonizó el episodio. Luego incorporó más personajes. Ahora Stevin John es el CEO y trata de disfrutar del tiempo libre. En sus redes personales, el último posteo lo muestra hipertrofiado, en un gimnasio, levantando pesas gigantes.
II
Mi nene lo mira concentrado. No ríe ni canta, simplemente lo mira. Con una oblea mordida en una mano y un Batman en la otra, su cuerpito es una estatua griega observando una constelación. En sus pupilas se reflejan los estridentes colores que aparecen en la pantalla. Cada tanto desaparece, va a buscar algún juguete —se toma su tiempo en elegirlo—, vuelve y continúa viendo a Blippi. Funciona como un cielo nublado a punto de estallar: está ahí, de fondo, y cada tanto pide atención.
“Odio esa canción”, irrumpe el mayor, recostado en el sillón, detrás de una tablet. Nadie le responde, pero capta el desconcierto: “Esa, la de la excavadora: dice siempre lo mismo”. En el televisor, Blippi juega con una excavadora de juguete en un pelotero y canta entusiasmado. La letra es tan reiterativa que parece una publicidad. El mayor señala con la mirada a Blippi y lo define: “Es como si quisiera volver a ser niño”. Hace una mueca conclusiva y vuelve a meterse dentro de la tablet.
III
Stevin John creció en el campo, rodeado de animales, en las afueras de Ellensburg, un pueblo de Washington, y se metió en la Fuerza Aérea entre 2006 y 2008. Antes de ser un animador infantil fue un eterno adolescente que daba su vida por aprobación social. Un día del año 2013 subió un video bailando el Harlem Shake en un inodoro y la dopamina hizo estragos en su cerebro. Fue subiendo la apuesta hasta que alcanzó una pequeña cumbre: se filmó cagando sobre un amigo desnudo.
Cuando vio la veta del mundo infantil tuvo que borrar su pasado. Primero se cambió el nombre: adiós a Stephen Steezy Grossman. Después fue a la Justicia para que eliminen todo registro de esos videos que tanto lo avergonzaban. La idea, dijo una vez, se le ocurrió al ver lo que miraba en YouTube su sobrino de dos años. Eran videos tan precarios, tan simples, tan monótonos, tan predecibles, que se imaginó haciéndolos mejor. ¿Cuál era el sueño del joven Stevin John?
No parece haber demasiado lugar para algo más elaborado y profundo que cosplayers amigables sobre cromas coloridos y canciones de animales. Recostados en un público analfabeto y aferrados a las dos o tres fórmulas de la efectividad, los contenidos kids de las redes apuestan a la hipnosis momentánea eludiendo por completo la posibilidad de cubrir los enormes huecos de la paternidad actual. Al fin de cuentas, la imaginación infantil late trémula fuera de la pantalla. Y eso Blippi lo sabe.
IV
Ahora Blippi está en New Jersey, en un parque de snowboard. A su outfit característico le agregó un gorrito de lana. Parece hacer mucho frío pero Blippi tiene las mangas de la camisa arremangadas arriba del codo. Habla con una instructora, con un padre que ayuda a una nena a hacer equilibrio en una tabla, le choca los cinco a la nena. Son diálogos breves, amistosos, explicativos. Ahora se pone ropa para la nieve. La cámara acelera la acción. La música es funcional.
Blippi ríe y baila con una torpeza que pelotea entre lo infantil y lo idiota. “¡Ahora vamos a hacer snowboard, amigos!”, dice. La voz del doblaje es irritante. Cuando corro la vista del televisor, el chiquito ya no está en el living. Está en el otro rincón de la casa chocando un Batman contra un Spiderman. Con la boca hace el sonido de una explosión. Me recuesto en el sillón con cuidado —en el fular, el bebé apenas se queja— y me hundo entre los almohadones lentamente.
Podría buscar el control, poner otra cosa. Para qué. Me dejo llevar por la música, los colores, las monótonas acciones, hasta quedarme levemente dormido.
Etiquetas: Blippi, Infantil, Kids, Stevin John, YouTube