Blog
Por Darío Charaf
En no pocos análisis coyunturales se suele decir que los partidos tradicionales ya no ofrecen una idea de futuro, un horizonte predictivo, que solo representan el pasado y no conmueven ni convocan voluntades (especialmente las de los jóvenes, pero no solamente) porque no ofrecen una visión de futuro posible sino que miran hacia el pasado.
Así, por ejemplo, hace 15 años Mark Fisher decía en Realismo capitalista (2009) que la izquierda tradicional ya no era capaz de imaginar ni prometer un futuro posible y mejor para los trabajadores (como sí lo hizo en los años ‘50, ’60 o ’70) sino que representaba más bien valores tradicionales y buscaba restituir melancólicamente un pasado perdido (o, peor, un pasado no acontecido, no realizado, y con él un futuro perdido no duelado).
Esta idea, junto con la de que el capitalismo produjo una lenta cancelación del futuro, desarrollada también en Los fantasmas de mi vida (2014), explican según Fisher la impotencia de la política tradicional para construir una alternativa al insatisfactorio estado de cosas imperante, y también entonces el auge de personajes outsiders de la política que se ofrecen como representantes de una alternativa, vale decir, del futuro, aún cuando sus ideas sean tan viejas como aquellas que vienen a objetar.
Creo que la fuerza de esos personajes más o menos mesiánicos no reside solamente en su oferta más o menos delirante de futuro sino también en que creen poseer una buena explicación del pasado: saben (creen saber) qué es lo que no funcionó, saben quiénes son los culpables de que no haya funcionado y los designan. Paradojalmente esos “ingenieros del caos”, que mirarían siempre al futuro glorioso que nos ofrecen y que representan, se la pasan brindando versiones (casi siempre tergiversadas y falsas, pero poco importa) del pasado y explicando sus fallas y errores.
Creo que quienes a ellos deseamos oponernos no tenemos, aún, una buena explicación de aquello que no funcionó, de lo que no anduvo, de aquello que del pasado perdido no queremos restituir sino que nos llevó a perder el futuro deseado, arrojándonos a un presente por momentos desolador. Localizar la falla, lo que no anda, releer lo que de nuestro pasado insiste repitiéndose compulsivamente, no supone un regodeo melancólico en lo que no fue, una rumiación plagada de pensamientos intrusivos sobre lo que podría o debería haber sido o de lo que lamentablemente fue y ya no podrá ser de otro modo.
Interpretar nuestro pasado, localizar nuestras fallas, aceptar y duelar nuestros fracasos, es la condición de posibilidad para salir de la melancolización, para volver a intentar, para volver a fracasar y, quizás, para triunfar.
* «Soldado herido en la nieve» (1880) de Helene Schjerfbeck
Etiquetas: Darío Charaf, Fracaso, Helene Schjerfbeck, Javier Milei, Mark Fisher, Melancolía, política

